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ALPINISMO

Adriana Brownlee o vivir en el cielo

La alpinista, de 21 años y madre española, aspira a ser la persona más joven de la historia en escalar los 14 ochomiles. Atiende a AS desde la base del Cho Oyu.

Adriana Brownlee o vivir en el cielo

De fondo, sin avisar, se escucha el sonido de una radio. Adriana Brownlee se disculpa. “Perdona, estoy en el campo base de Cho Oyu, en una tienda a 5.000 metros de altura”, se justifica. Es su día a día. De madre alicantina, Eva Piñón, y padre inglés, Tony, Adri, como le llaman cariñosamente en casa, ha escalado once ochomiles con 21 años. Habla con un acento muy marcado, pero se defiende bien con el español. En las alturas, aún mejor. Es donde mejor se siente. “Una vez que empiezas a escalar, no paras. Llegas a un punto de adrenalina y de emoción… ahora, me cuesta mucho volver a mi vida previa. En las montañas soy más feliz y parece que no existen las preocupaciones”, explica justo antes de intentar la ascensión al sexto pico más alto del mundo (8.188 metros). Ya lo conoce, pero no en estas condiciones: en invierno y con temperaturas que pueden llegar hasta los 60 grados bajo cero.

“Fue un momento en el que pensé que, si mi cuerpo quería, podía morir ahí mismo”

Brownlee, sobre su expedición al Dhaulagiri

Necesita nuevos retos constantemente. Y no le gusta lo sencillo. En 2023, se puede convertir en la persona más joven de la historia en tachar los 14 ochomiles de su lista. Nims Purja, el alpinista que consiguió escalarlos en menos de siete meses, le metió la idea en la cabeza y ella decidió enrevesarla al máximo. “Me inspiré cuando estaba en la expedición de invierno al K2, en 2020. Nims me dijo que era el momento de iniciar el proyecto, a años vista, pero quise ponérmelo aún más difícil, haciéndolo lo más rápido posible”, recuerda. Le faltan el Shisha Pangma (China) y el G1 y G2, en Pakistán. Los abordará en verano. De no lograrlo, tiene margen. El récord, a día de hoy, lo tiene Mingma Gyabu Sherpa, con 30 años y 166 días.

Antes de cada expedición, Brownlee todavía siente nervios (“soy humana”, insiste), pero no los canaliza como una persona cualquiera. “Los nervios y la emoción proceden de la misma reacción dentro del cuerpo. Se liberan las mismas hormonas, así que se trato de controlarlo”, explica. Revisa su equipo tres veces (“si te olvidas algo puede pasar lo peor”) y su rutina previa es principalmente mental. “Me visualizo alcanzando la cima. Voy revisando mentalmente todas las situaciones que pueden ocurrir, sean buenas o malas”, detalla. Una vez se pone en marcha, lo más difícil ya está hecho. Como mínimo, lo que menos le gusta: encontrar financiación para las expediciones. Correos y llamadas que, “en un 99% de los casos”, no obtienen respuesta. Cuando siente el frío, libera todo el estrés.

Adriana Brownlee en una de sus expediciones.
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Adriana Brownlee en una de sus expediciones.

Del éxtasis al miedo a morir

Al lado de Gelje Sherpa, su compañero de aventuras y las persona que le ha enseñado todo lo que sabe, Brownlee ha sentido desde el momento “más increíble” de su vida al miedo más oscuro posible. Le conoció durante la expedición al K2 que la inspiró y, con él, no sólo ha aprendido a vivir constantemente a centímetros del cielo, también “todo sobre la cultura y la espiritualidad nepalí”. Con él, también, miró a la muerte a los ojos. Fue en el Dhaulagiri (8.167 m), donde se quedó sin oxígeno ni radio en la cima. “Fue un momento en el que pensé que, si mi cuerpo quería y renunciaba, podía morir ahí mismo”, recuerda amargamente. “Yo y mi guía éramos los únicos en la cumbre. He tenido muchas otras situaciones aterradoras, pero el miedo puede matarte y, a veces, la única opción es moverse rápido”, añade. En el otro extremo, su primer ochomil, el Everest (8.849 m), su “mayor sueño” en ese momento. Uno que cada vez está más alto.