Irlanda choca con su historia

Tampoco será este Mundial el de Irlanda. El Trébol se estrelló este sábado contra su propia historia en este torneo, una de sueños rotos. Llegaban a cuartos de final, una frontera infranqueable para ellos, como la selección número uno del ranking, con dos victorias seguidas ante Nueva Zelanda, el rival, campeona invicta del Seis Naciones, primera y también invicta en su grupo. Todo quedó en agua de borrajas. Ganaron, como hace cuatro años, los All Blacks (24-28),la versión rugbística de aquel “el fútbol son once contra once y siempre gana Alemania”. Nueve veces han llegado con esta a semifinales.

Irlanda sobreactuó desde el haka, ritual sagrado para los neozelandeses que sus aficionados decidieron interrumpir con cánticos. Y se sabe que no conviene enfadar a estas gentes cuando hay un partido de rugby de por medio. Quizá por eso, seguro que también por el peso de la ocasión, la interpretación del Kapa O Pango fue más violenta de lo habitual. Pero la excitación solo la trasladó al campo un equipo, el que vestía de verde.

Salieron desordenados los hombres de Andy Farrell y lo aprovechó la tercera oceánica, con Savea y Cane haciendo de las suyas en los rucks, llevando a Irlanda a la indisciplina. Abrió el marcador el pie de Mo’unga y poco después se le unió el de Jordie Barrett con un cañonazo desde el centro del campo. 0-6 al cuarto de hora. La batalla de los puntos de encuentro la estaba ganando Nueva Zelanda, pero el primer aguijonazo llegó a la contra, en una buena combinación entre Ioane y Fainga’anuku por el flanco izquierdo.

A Irlanda le despertó Sexton, el eterno 10, que se despedirá sin unas semifinales mundialistas. Como Rory Best, Cian Healy, Paul O’Connell, Peter O’Mahony... Una generación, la que más lejos ha llevado los horizontes rugbísticos de la Isla Esmeralda, perdida para la causa mundialista. Volviendo a Saint Denis, Bundee Aki dio paso al filo de la media hora de juego a un toma y daca épico, en un error de juicio de Ioane, que subestimó la capacidad del primer centro, con raíces neozelandesas, de crear en vez de destruir, y este se coló hasta la cocina con un par de contrapiés. Esa ofensiva fue una de las pocas veces que Irlanda fue Irlanda en este partido.

La respuesta no se hizo esperar. La daría al poco Ardie Savea, antes de que Aaron Smith viera la amarilla por un avant intencionado. Aprovechó la superioridad numérica Irlanda, con un posado de Gibson-Park (natural de Auckland, de nuevo fuego amigo contra Nueva Zelanda) que aventuraba cosas buenas para el Trébol en la segunda parte. Porque los precedentes recientes, esas dos victorias en suelo kiwi el verano pasado, decían que el equipo europeo llega con más gasolina a los tramos finales.

Pero los primeros en morder fueron los All Blacks, con una incursión de Will Jordan en la zona de marca que terminó de avivar los demonios irlandeses. La diferencia física al final se notaría, y los oceánicos acabaron interrumpiendo reiteradamente de forma ilegal una ofensiva irlandesa, provocando el ensayo de castigo que dejaba la diferencia en un punto y mandaba al sin bin a Codie Taylor.

Era el escenario idóneo, pero un golpe pasado entre palos por Jordie Barrett devolvía poco después la distancia a al menos un ensayo. E Irlanda no supo aprovechar el contexto. Le faltó el cuajo que sí tuvo un equipo con cuatro mundiales en el palmarés, y murió con un retenido forzado por Whitelock, que ha estado en dos de ellos, tras una ofensiva eterna, 37 fases. Una secuencia agónica, capaz de desquiciar a un neurocirujano. El momento de Irlanda tendrá que esperar, al menos cuatro más.

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