Irlanda A enseña a España el camino de la élite rugbística

Como puesta en escena del rugby español ante el mundo no estuvo mal. Lució Butarque, in situ y en la retransmisión televisiva, con más de 10.000 almas en su interior. Un estadio que, por aforo y cercanía a la capital, cumple bien como alternativa hasta que la RFER encuentre casa propia y el réquiem por el Central sea definitivo. El ambiente en su interior y en los exteriores, donde desde horas antes la masa calentaba motores entre pintas y una variada oferta gastronómica, fue fantástico. Aquel que estuviera fiscalizando se llevaría una imagen sana de los progresos hechos en los últimos tiempos, por mucho que los accesos sufrieran cierto colapso a última hora, fruto también de la aglomeración de los que apuran las barras hasta que suenan las primeras notas de los himnos nacionales. Pensará que en España empieza a despertar un nivel de interés razonable por el único gran deporte de equipo en el que históricamente ha sido comparsa. También pensará, no sin motivos, que el camino para acercarse a las grandes potencias es todavía largo. Lo que traslució de 80 minutos de tour de force de los Leones este domingo ante una Irlanda A (el equipo B de la Isla Esmeralda pese a la confusa nomenclatura) que se llevó el triunfo con un contundente 24-61.

Se intuía que España aguantaría a duras penas el desafío físico de un grupo nutrido por jugadores que ya han debutado con el equipo principal irlandés pero no son fijos, y otros que están en su radar de cara a un futuro próximo, al menos durante la primera mitad, y que el paso de los minutos iría poniendo a cada uno en su sitio. En lugar de eso, una sangría a tiempo completo, inaugurada a los 10 minutos por Murray, quien hizo buena una incursión por el cerrado tras una abierta que incluyó dos descargas exquisitas. Anuncio de lo que estaba por venir.

Ni más ni menos que otros cinco posados en la primera mitad. Una sinfonía solo interrumpida por dos tímidas réplicas de Boronat, mediante el maul, y Foulds, en la que Baloucoune se destapó como el virtuoso de la orquesta. Si uno se limita a su labor en este encuentro, cuesta entender por qué se ha quedado estancado en 4 caps con el Trébol. El primero de sus dos ensayos, cerca de la media hora, resumió perfectamente las diferencias entre ambos equipos, uno de sobrada capacidad para ejecutar con precisión a altas velocidades, para llevar la almendra de lado a lado e ir abriendo puertas, y otro que está en ello, por ahora incapaz de armar juego de forma consistente ante un rival de esta magnitud, lejos de la tolerancia requerida a estos niveles de violencia en el contacto. Ahí, en experimentar la carnicería humana que es el rugby premium, está el sentido de un test como este.

El giro de guion se consumó en la segunda mitad. Sorprendentemente, la contienda se igualó en el cansancio generalizado y Foulds firmó la tercera marca local, después contestada por Bolton y McCann, ya en medio de rotaciones en ambos bandos. Desconectado el público de un partido que había perdido el interés deportivo pronto, con el frío mellando los ánimos, tuvieron que rescatar el jolgorio entre la charanga y un chaval que no paró hasta que consiguió que todo el estadio hiciera la ola bajo su batuta. En su perseverancia, y en las lecciones ofrecidas por Irlanda, tiene España, que se despidió con un ensayo sobre la bocina de Imaz, el camino para seguir creciendo competitivamente.

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