Rugby | Mundial Femenino

Ilona Maher y lo que el rugby masculino puede aprender del femenino

La estadounidense, gran estrella mediática del Mundial, triunfa en redes con un modelo que involucra a sus seguidores, sin parangón en el ámbito masculino.

Ilona Maher y lo que el rugby masculino puede aprender del femenino
PAUL ELLIS
Jorge Noguera
Nació en Madrid en 1995. Doble grado en Periodismo y Audiovisuales por la Rey Juan Carlos. Un privilegiado, hace lo que siempre quiso hacer. Entró en AS en 2017 y se quedó. Salvo un paréntesis en Actualidad, siempre en Más Deporte. Allí ha escrito sobre todo de rugby, golf y tenis. Ha cubierto el British Open, la Copa Davis o el Mutua Madrid Open.
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Engagement, engagement, engagement. Otro manta con el que los gurús de la sociedad cibernética se llenan la boca en publicaciones de LinkedIn, otro anglicismo insoportable con el que quedar de cool en la cafetería del AVE o en la primera cena con tus suegros, y también la clave de bóveda sobre la que se construye hoy en día el éxito de un deportista profesional en las redes.

Consideren un ejemplo paradigmático al golfista Bryson DeChambeau. No hace ni un lustro que era visto como un rarito, un friki con palos hechos a medida, boina estilo Payne Stwart y cuerpo de culturista que gustaba si acaso por su tendencia a descerrajar bombazos desde el tee a diestro y siniestro, explorando líneas hacia el hoyo que otros no serían capaces de dibujar ni en su imaginación. Un tipo que generaba tanta curiosidad como burlas, que no terminbaba de permear en la audiencia.

Hoy por hoy es sin duda el jugador más aclamado por los fanáticos de este deporte y uno de los más conocidos entre el gran público. Roza los cuatro millones de seguidores en Instagram, los 2,5 de suscriptores en YouTube y se da un baño de masas cada vez que pisa un campo de golf. Selfies, autógrafos, bolas y guantes regalados por dóquier (reprimendas incluidas a los adultos que tratan de arrebatarles esos pequeños trofeos a los niños a los que van destinados)... La gente adora a DeChambeau desde que DeChambeau, al menos aparentemente, adora a la gente.

Es la nueva dinámica que rige las relaciones entre deportistas de élite y sus fans, que ya no se contentan solo con pagar sumas de dinero cada vez más altas para disfrutar durante una hora y pico de sus referentes a 30 o 50 metros de distancia. Ahora quieren sentir de alguna forma, aunque evidentemente sea algo más ilusorio que real, que forman parte de la vida de aquellos a quienes admiran, que atraviesan algún rincón de su sistema nervioso al menos durante unos segundos de uno de los días de su existencia, ya sea con un like, un comentario, una mención...

DeChambeau lo ha entendido, y hace partícipe a la masa de lo que hace en sus redes. Contesta a sus preguntas, intenta retos que le proponen o sortea jugosos premios. Pero es una rara avis. En general, ellas han captado mejor la idea que ellos. Y el rugby es un buen campo de análisis en ese sentido. Uno se da un paseo por el perfil de Ilona Maher, indiscutiblemente la gran estrella mediática del Mundial de rugby femenino que acoge estos días Inglaterra, con más de cinco millones de seguidores en Instagram y más interacciones generadas en TikTok en 2024 que Taylor Swift, y comprueba por qué. Ilona es DeChambeau. Utiliza su perfil de una forma que involucra a sus fieles. No como una mera ventana a su carrera, justo la impresión que causa la del que podría considerarse su homólogo masculino a efectos de repercusión, el francés Antoine Dupont, cuyas cifras, 1,2 millones de followers, palidecen ante las de la tres cuartos estadounidense.

El feed de ella está repleto de vídeos en los que aborda temas que realmente le interesan a la que puede intuirse como la porción más significativa de su audiencia: mujeres deportistas, mujeres interesadas en el deporte y adolescentes que sueñan con convertirse algún día en estrellas de este entramado. Habla de trastornos alimenticios, contesta a los haters que se meten con su físico, muestra sus rutinas de entrenamiento y los entresijos de las concentraciones estadounidenses... Pero, sobre todo, es natural, es cercana y, en el hipotético caso de que en realidad después no sea así, al menos consigue transmitir la sensación de que es accesible.

En cambio Dupont se limita a promocionar sus patrocinadores, ensalzar sus logros deportivos y, de cuando en cuando, da alguna pequeña pincelada de lo que le gusta hacer fuera del rugby. Ahí seguramente esté la clave de por qué el jugador mejor vendido de la versión más multitudinaria de este deporte no tiene ni la mitad del seguimiento que disfruta la jugadora que mejor se vende de la versión menos popular de este deporte. Y lo mismo ocurre si uno se va a perfiles de jugadores que por edad, espectacularidad, carisma o todo eso junto tienen el potencial para llegar al aficionado en los mismos términos en los que lo hace Ilona. Piensen en Finn Russell, en Cheslin Kolbe o Faf De Klerk, en Beauden Barrett o Ardie Savea o muchos otros. La lista es larga, pero no hay parangón. Quizá en Marcus Smith si acaso.

Por supuesto que no tienen ninguna obligación de serlo, y aquello de que les va en el sueldo no es del todo cierto. En el sueldo les va cumplir con los compromisos que sus patrocinadores y equipos les impongan por contrato, no firmar autógrafos ni hacerse fotos (tarea que, vaya por delante, la mayoría de jugadores asume con entusiasmo). Sí les va en el interés, si es que lo tienen, de hacer crecer el juego. Ellas desde luego lo tienen. No les han dado esa tarea mascada, no han andado la senda del profesionalismo bajo los focos de grandes estadios, entre el griterío de decenes de miles de fieles. Ellas tienen que construir su propia comunidad.

Y a base de jugadoras como Ilona, u otras con datos más modestos pero la misma esencia, como la australiana Charlotte Caslick, la neozelandesa Portia Woodman, la española Laura Delgado o la inglesa Sarah Bern, lo están consiguiendo. Es algo que pone de relieve hasta el CEO de World Rugby, Alan Gilpin, quien esta semana dejaba la frase que inspira el titular de este artículo: “Las percepciones sobre nuestro deporte están cambiando, se están viendo desafiadas, y en muchos casos están saltando por los aires. Creemos que hay una oportunidad real para el rugby masculino de seguir esta estela. Estamos viendo cómo una una mayor accesibilidad y personalidad genera nuevas estrellas”.

He estado envuelto en muchos Mundiales y nunca había visto una atmósfera como el de este. Ya sea ver a los equipos bailando juntos tras un partido, la interacción con los fans tras el pitido final o a través de las redes sociales, este es un genio que va a ser muy complicado devolver a la botella. Espero que continuemos viendo esto en el rugby femenino, y que el masculino extraiga lecciones u observaciones de ello”, añadió. La exposición de la que habla tiene un lado oscuro, el de la persecución que a veces sufren las protagonistas, un mal endémico en el deporte de élite actual. El último caso sonado ha sido el de la galesa Georgia Evans, que gusta de jugar con unos llamativos lazos en el pelo y maquillaje. Ha sido vilipendiada por los cobardes de siempre, y ha asegurado que nada de lo que luce afecta a sus “habilidades, pasión o lucha por este deporte”, así como que no cambiará nada de ello.

Sí ha cambiado la forma en la que se consume el deporte y en la que los atletas profesionales se relacionan con el entorno. ¿Son las novedades ideales? Desde el punto de vista de los medios tradicionales, no, y seguramente tampoco desde el punto de vista de aquellos que desean limitar su actividad deportiva a entrenar y jugar. También hay espacio para ellos, claro, faltaría más. Pero el mundo avanza en esta dirección con determinación. Hacer crecer un deporte pasa hoy en día por subirse a ese tren. Y ellas ya lo han hecho.

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