“En mi niñez tuve asma grave y mírenme ahora...”
El estadounidense Noah Lyles fue triple oro en los Mundiales en 100, 200 y 4x100 y atendió a AS: “No importa lo que te pase, importa cuánto y cómo luchas”.
Noah Lyles (Gainesville, Florida, 26 años) ha sido la gran estrella de los Mundiales de Budapest. El estadounidense venía a por tres oros y lo cumplió. Campeón del mundo de 100, de 200 y del relevo 4x100. En un evento privado de Adidas, con AS presente, el icono actual de la velocidad se mostró cercano y posteriormente contestó preguntas a este medio. “Es una gran sensación saber que hice algo que no mucha gente ha logrado”, aseguraba pocas horas antes de cerrar el triplete dorado.
Ganar el 100 le “encantó”, pero “el 200 es mi bebé” y eso le hace sentirse “increíble”. “Es la prueba donde aprendí a competir, cómo correr en la pista”. Y revela: “Bolt ve lo que estoy haciendo y me respeta, es increíble”. Lyles da una imagen en la pista distinta a la realidad en las distancias cortas. Es familiar (estaba con su madre Keisha, su hermana Abby, su novia Junelle...) y humilde (“sabía que muchos venían aquí con la idea de quitarme esto y, para ser honesto, tienen la capacidad de hacerlo”). Y le interesan cosas lejos del atletismo: “Amo la música, la moda, me encanta el arte...”.
El bronce en los Juegos (“una de mis carreras favoritas, aunque en realidad lo son todas porque me permiten ver mi desarrollo”) y con siete metales en Mundiales (seis oros y una plata) habla de motivación y legado: “Tengo una ambición increíblemente fuerte, es lo que me hace seguir con ganas de continuar ganando. En realidad, no importa si gano o pierdo, quiero competir. Enfrentarme a los mejores, me gusta correr contra gente rápida. Quiero superar mis límites, esa es mi pasión, mi emoción. Y en los momentos difíciles recordar cuál es esa pasión para seguir luchando. Y divertirme mientras avanzo en este viaje, quiero pensar que lo hago porque me encanta hacerlo. Deseo innovar, superar los límites y trascender al deporte. Y cuando me retire quiero poder ir a las competiciones para ver a los nuevos corredores y que alguno me diga: “Hiciste posible esto para mí. Quiero ayudar a los que les dijeron que no podían lograrlo”.
Música a todo trapo
Lyles, que entrena con la música estallándole los tímpanos (“me oirás gritar y cantar por las pistas”) no duda al preguntarle contra quién le gustaría haberse enfrentado en 100 y 200: “Usain Bolt y Michael Johnson. Tenían una mentalidad muy fuerte, entendieron qué se necesitaba para ser un campeón”. Y explica que la clave de todo es el trabajo al límite: “Entrenar es divertido. No hay nada mejor que cuando el entrenador te dice cuál es el trabajo, junta las manos y espera que mueras (estalla en carcajadas)”.
Su celebración del 200 sorprendió. Fue muy diferente a la de Oregón cuando se arrancó la camiseta al estilo Hulk. Es otro Lyles, más filósofo: “Ya no siento la necesidad de ser demasiado exuberante porque solo quiero asimilar el momento. Los psicólogos hablan de reflejar un latido en el instante exacto en el que estás, de no mirar demasiado al futuro, de no compararte con el resto de rivales en ese momento en el que ganas”.
Por último, el fastuoso velocista verbaliza un episodio personal poco conocido: “Desde los cuatro años tuve asma crónico grave y no puedo recordar un momento de mi niñez en el que no estuviera presente. Fueron muchas noches en el hospital, sin dormir, con el respirador, tomando medicamentos... Me hicieron estudios del sueño para descubrir si había formas en las que pudiera descansar mejor. Recuerdo el ladrido de mi perro por toda la casa, él sabía que estaba enfermo. Los deportes definitivamente estaban fuera de discusión, no podía hacerlos. Fue un largo período en el que pensé que no iba a recuperarme. Pasé una cirugía para que me extirparan las amígdalas porque me estaban haciendo daño. Y ahora mira dónde estoy... Soy el tercer hombre más rápido que jamás haya existido en el 200 y tengo múltiples medallas de oro. No importa lo que te pase, importa cuánto y cómo sigues luchando”.