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NFL

La importancia de jugar en casa las Finales de Conferencia

Los New England Patriots y los Philadelphia Eagles jugarán la Super Bowl LII tras haber sido los mejores equipos de la temporada regular.

THM01. Philadelphia (United States), 21/01/2018.- Philadelphia Eagles fans wear their underdog heads before the start off the NFC Championship game between the Minnesota Vikings and the Philadelphia Eagles in Philadelphia, Pennsylvania, USA, 21 January 2018. The winner of the game will face either the Jacksonville Jaguars or New England Patriots in Super Bowl XLII in Minneapolis, Minnesota on 04 February 2018. (Disturbios, Filadelfia, Estados Unidos) EFE/EPA/JASON SZENES
JASON SZENESEFE

El Gillette Stadium de Fóxboro rugió. Con los Patriots en su propia yarda 25, diez minutos por jugar y un oceánico tercera y dieciocho delante, Tom Brady movió con sus ojos y su cuerpo a Myles Jack fuera de la jugada y en un fliiipppp final, asesino como el de una cobra, conectó con Danny Amendola para primer down. Gritos. Aullidos. Golpes en las chapas. El estadio se volvió loco. Como en cada tercer down que Blake Bortles no pudo completar en la segunda mitad.

El Lincoln Financial Field de Philadelphia se volvió loco. Con Case Keenum tratando de mover las cadenas desde su yarda 42 en un partido que los Vikings iban ganando (qué recuerdo tan lejano), Chris Long llegó a presionarle lo suficiente como para que cometiese un error y su pase ligero acabó en las manos de Patrick Robinson. Los decibelios alcanzaron un nivel ensordecedor mientras el cornerback iniciaba un retorno de cincuenta yardas que le llevaría a empatar el encuentro. Ronald Darby saldría despedido por los aires en un topetazo con Jerick McKinnon que selló el pick six y en Philly se desató un tusnami de energía y emociones. Pareciese que todo iba a reventar, como una olla exprés silbando a lo que da. Caretas de perros. Disfraces. Abrazos. Golpes en el pecho. Sonidos guturales. Gargantas desgarradas.

Ayer ganaron dos equipos con el viento a favor. Y, tras una época en la que en la NFL se ganaba fuera de casa en playoffs con cierta facilidad, se volvió a vivir una jornada de Finales de Conferencia en el que el factor cancha pesó lo suyo.

No es una aberración.

En la AFC llevamos cinco temporadas consecutivas en las que el cabeza de serie número uno llega a la Super Bowl. Hay que remontarse a los Baltimore Ravens de 2012 para encontrar un conjunto que alcance el gran partido sin haber sido el que mejor récord tuviera en la temporada regular. Los Denver Broncos y los New England Patriots se han repartido estos cinco años de lógica.

En la NFC no, porque los Dallas Cowboys perdieron contra los Green Bay Packers la pasada campaña en la ronda divisional. Si no, tendríamos también cinco años en los que la NFC mandaba a su equipo con más victorias a la final.

Sin embargo, y dado que los Packers partían como un cabeza de serie más bajo, la final de la NFC del año pasado les vio jugando en Atlanta, donde los Falcons les vencieron. Y, por lo tanto, llevamos cinco temporadas consecutivas en las que, en las Finales de Conferencia, gana la franquicia que juega con su público en las gradas.

Cinco años son muchos. Diez partidos, nada menos, como para que valga la pena pararse a pensar en lo importante que es la temporada regular para tener este encuentro en tu propio estadio.

Muchas veces, se minusvalora este aspecto. Por supuesto, no es ninguna ley fija. Sólo la semana pasada pudimos comprobar de lo poco que le servía a los Steelers jugar en su casa, pues perdieron contra los Jaguars, pero no deja de ser un recordatorio de que los mejores equipos lo son durante todo el año, que ganar partidos en septiembre es muy importante, más de lo que parece, y que si eres el que más triunfos acumula eres superior y, a la vez, tienes a los tuyos empujándote. No es poca cosa, como se puede ver.