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BOXEO

Garci: "Hay que entender el alma que tiene el ring"

El oscarizado director (Madrid, 72 años) ha recopilado sus recuerdos, y sabiduría sobre el boxeo, en el libro ‘Campo del Gas’ (Notorius Ediciones).

José Luis Garci, ante un cartel del Johnson-Cravan de 1916.
FELIPE SEVILLANO

¿Por qué un libro de boxeo?
—Siempre me ha gustado mucho, y decidí recopilar todo lo que había escrito porque son un tiempo y una gente olvidados definitivamente: el Gas, el Price… ¡Si nadie sabe ya quién fue Fernando Vadillo!

—Lo ha bautizado ‘Campo del Gas’. ¿Cómo era ese recinto pegado a El Rastro en el que viernes y domingo había veladas de boxeo?
—Lo que más se le parece es la película The Set-Up, de Robert Wise, que aquí se tradujo como El tongo o El amaño y nunca se llegó a estrenar. Ese era el ambiente del Gas. Muy popular, muy castizo, gente muy graciosa. Enlazaba con la zarzuela, con las obras de Carlos Arniches. Ahora hay menos gracia. El Gas vino a sustituir a La Ferro, y sus veteranos nos miraban por encima del hombro. Trajo un aire de modernidad, pero nunca crítico, era una fiesta.

—¿El Gas era algo así como un crisol de la vida?
—Sí. Entonces también había veladas en Las Ventas, Chamartín, el Metropolitano, el Price, los frontones Recoletos o Fiesta Alegre… Después llegaron el Palacio y La Cubierta. Los recintos de boxeo tienen alma. Ahora no hay ninguno. Nuestro Madison Square Garden fue la plaza de toros: recuerdo el Fred Galiana-Luis Folledo. ¡Y en 60 años nunca he visto una pelea, una bronca! Queda arriba todo.

—Cuenta que se aficionó de la mano de su padre, que le llevaba a las veladas. Ahora, los menores no pueden ir. ¿No era crudo? ¿Cortando la raíz se va a cortar la afición?
—Yo tenía miedo, sabía que era un espectáculo adulto, pero estoy orgulloso. Me enseñó a verlas venir, y eso es la vida. Viendo esas peleas te dabas cuenta de que la vida se las trae. Pero igual me llevaba a El Prado o me daba a leer a Cela. Para mi padre era el noble arte. No tenía la visión de Joyce Carol Oates, otra que iba con su padre, que en su libro Del boxeo no lo ve como un deporte. Nadie dice ‘juego al boxeo’: peleas. Estoy de acuerdo.

—¿El bajón del boxeo en España está asociado al ‘buenismo’, a la exaltación de lo light? La vida, en general, no es light…
—Seguro. Todo eso que los comunicólogos de cercanías nos han dicho, de que en los países civilizados los chicos no pelean porque tienen otras aspiraciones, no es verdad. En Estados Unidos, Reino Unido o Alemania, países superiores a nosotros cultural y socialmente, el boxeo es número uno. Si vivimos el Mayweather-Pacquiao y fue lo máximo. ¡No tiene sentido! Por lo menos que nos dejen comprar el boxeo en PPV.

—Y quizá también hay ahora menos riesgos, ¿no?
—Ahora el boxeador está mejor preparado y mejor atendido médicamente antes y después. No hay 15 asaltos, se paran las peleas con celeridad, es difícil que ocurra lo de Kid Paret (murió en el Garden en 1962) al que estuvo pegando más de veinte segundos Emile Griffith en el rincón. Hay una persecución por una parte de la izquierda, que debía de leer a Homero…

—¿Qué me dice de que en los Juegos Olímpicos mezclen profesionales y amateurs?
—¡No lo entiendo! ¿Se va a pegar Klitschko con un chaval de 20 años? ¿Sabe que se hizo un intento de enfrentar a Cassius Clay y Teófilo Stevenson? Cuando el cubano ganó sus terceros Juegos quisieron enfrentarlos, y la única forma que encontraron en La Habana era hacerlo en cinco días a tres asaltos de tres minutos para que no perdiera la condición de amateur. ¡Hubiera sido bonito ver ese gancho de derecha de Stevenson!

—Dedica muchas líneas a Fernando Vadillo y Manolo Alcántara. Escribían como un directo al estómago… ¿Se puede decir que también aprendió usted a escribir leyendo esas crónicas de boxeo en AS y Marca?
—Manolo Alcántara hacía unas crónicas prodigiosas en Marca: ‘el cadalso encordado’ llamaba al ring. Él y Vadillo tenían la categoría de Budd Schulberg, de Norman Mailer, o de Joe Liebling. Aquel Marca era el periódico mejor escrito de España. No había ni una coma mal puesta. Y el AS, en hueco, era además mucho más bonito. Luego tuve la fortuna de hacerme su amigo. Eran magníficos.

—De los escritores de fuera se queda con Joe Liebling…
—Si me dijera que escogiera media docena de americanos, estaría entre ellos. Y de diez libros, teniendo en cuenta a Hemingway o Fitzgerald, metería The sweet science de Liebling. Es de una ligereza, de una sabiduría… cómo describe el Metropol donde se reunían los boxeadores, el bar de Mickey Walker frente al Garden. Liebling fue el creador del nuevo periodismo en The New Yorker, donde comienza a trabajar los bajos fondos del boxeo.

—Ignacio Ara, ¿qué me dice?
—Me hablaron tanto Vadillo y Alcántara de Ara que es casi como si lo hubiera visto. Para ellos era perfecto, el mejor libra por libra. Un peso medio muy potente, tipo Javi Castillejo, y de una técnica tremenda, como Miguel Velázquez. En esa época había sólo ocho divisiones. Ganar un campeonato de España era tremendo y un Mundial casi imposible. Galiana, Young Martin, Folledo o Luis Romero serían ahora campeones del mundo. Paulino Uzcudun también debió ser extraordinario porque se pegó con lo mejor de cada casa y en Estados Unidos.

—¿De los que ha visto?
—Young Martin era buenísimo, aunque se encontró con el argentino Pascual Pérez, el mejor mosca de la historia, que fue hasta portada de The Ring. También Folledo hubiera sido campeón de Europa pero se topó con Laszlo Papp en el Palacio de los Deportes: ‘Llegó Laszlo e hizo Papp’, tituló Alcántara. Yo vi esa pelea. Y luego sufrió un KO con Nino Benvenuti, de esos que te cruzan a la contra y caes como un árbol. Algo dramático. Como el de Perico Fernández a Luis Ortiz en el Price, de esos que te dejan un poco de mal cuerpo.

—Fred Galiana…
—Galiana se fue al Luna Park de Buenos Aires e hizo 22 peleas seguidas con 20 victorias y dos nulos. Era irregular, se descubría, pero era tan maravilloso verle. Parecía que no boxeaba. Esa sensación sólo me la han proporcionado él y Robinson García, superior a todos, pero que necesitaba ir a la cárcel quince días, sin mujeres ni alcohol, para estar bien.

—¿Y Javier Castillejo? Ocho veces campeón mundial en dos divisiones hace nada y casi clandestino.
—¡De los mejores de siempre! Y ni el alcalde de su barrio le ha dado la mano.

—De los internacionales destaca a dos: Ray ‘Sugar’ Robinson y Cassius Clay, al que se resiste a llamar Ali. ¿Qué tuvieron?

—Clay era muy bueno y golpeaba muy fuerte, y eso ha quedado como diluido. Pegaba como Foreman o Rocky Marciano. Rompía con ganchos cortos, como a Henry Cooper. Era alto y ágil para la época, sin una gota de grasa, muy fuerte, rapidísimo de mente y pies y con una técnica prodigiosa. Mentalmente iba dos asaltos por delante. 

—Es historia...
—De las seis o siete grandes de peleas del siglo, Clay estuvo en tres: Frazier en el Garden, Foreman y el Thrilla in Manila. Era muy inteligente. Si no hubiera sido boxeador, habría sido un profeta del cambio social como Malcom X o Luther King. ¡Y ríete de Dalí o Marinetti a la hora de la promoción! Quitando a Churchill o Adenauer no he visto nunca otro orador como él.

—Vamos con Sugar…
—Sugar Robinson fue el Mozart del boxeo. En una pelea en un bar, los campeones del mundo hubieran sido Robinson o Carmen Basilio.

—Recomienda al lector que experimente la sensación de subirse al ring. Solo, medir en silencio el 6x6 rodeado por las 16 cuerdas. ¿Qué se aprende?
—En el Pabellón de la Ciudad Deportiva del Real Madrid, después de acabar una velada, me subí con todo vacío. ¡Joder! Hay algo especial. Te imaginas a un tío delante que no te odia, como tú no le odias. Que va a ir a vencerte, pero no te vence nunca. Te puede ganar incluso por KO, pero no te derrota. Hay que entender el alma que tiene el ring. Es algo especial.

—En su Hall of Fame del boxeo español están tres púgiles en activo, Kiko Martínez, Rubén Nieto y Juli Giner. ¿Le vuelve a ilusionar esta época?
—¡Sí, si yo veo todas las peleas! Pero esto es también una cuestión de promoción. La madre de esto es la televisión. Si empiezas a dar las veladas americanas a las dos de la madrugada, nos enganchamos dos millones de personas. ¡Si eso pasaba antes y pasó con el Mayweather-Pacquiao! Se va creando afición, y aquí la han segado cuando hay buena gente.

—Dedica un buen espacio a la lucha. ¿No era eso un teatrillo?
—¡Hombre! Cuando tú golpeas a un tío y cae, el golpazo en las costillas no se lo quita nadie. Tuve mucha amistad con Jesús Chausson. Estaban siempre rotos. La lucha fue el primer fogonazo del Pop Art en España, antes de que llegara Warhol. ¿Qué es el Pop? Nostalgia. La fiesta del color. Las veladas del Price o el Gas formaron parte del despertar de la posguerra de España, algo ingenuo, diferente. Stan Karoly metió 40.000 personas en el campo del Atleti con Chausson y Picasso decía que era lo que más le entretenía del mundo.

—Nostalgia, sí...