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Hall of Fame

Terrell Owens es un dios de la NFL todos los días de la semana

Que el comité que decide qué jugadores deben entrar en el Hall of Fame haya dejado a Terrell Owens fuera este año es una triste e injusta decisión imperdonable.

4 de enero de 1999: Terrell Owens celebra una recepción para touchdown a tres segundos del final del partido de playoffs contra Green Bay.
MIKE BLAKEREUTERS

Tony Dungy puede decir misa, y preferir a Marvin Harrison sobre Terrell Owens todos los días de la semana, pero tanto él, como todo el que haya visto en acción a ambos jugadores, sabe de sobra que TO era mejor que Harrison los lunes, los martes, los miércoles, los jueves, los viernes, los sábados, y especialmente los domingos y los lunes de guardar porque había partido de la NFL.

Lo que ha hecho el comité que decide qué jugadores entran cada año en el Hall of Fame me parece una cacicada impresentable. Una indecencia. Y todavía más cuando la justificación que han dado para tomar esa decisión inexplicable para casi todos, excepto para Tony Dungy, es que era incapaz de trabajar y jugar bien con sus compañeros.

En mi vida he escuchado pocas chorradas más grandes que esa. Terrell Owens ha sido uno de los jugadores más profesionales que ha dado la NFL. Y no creo que nadie pueda poner en duda eso. Dio el ciento por ciento en cada uno de los snaps que jugó a lo largo de su carrera. Nunca se reservó, nunca dejó de correr una ruta hasta el final sabiendo que el balón no iría en su dirección. Nunca se pensó hacer un bloqueo si con ello podía ayudar a que la jugada tuviera éxito. Terrell Owens amaba el football americano como pocos jugadores lo han hecho nunca. Dedicaba los 365 días de su vida a mejorar física y técnicamente para estar listo para la acción cuando fuera necesario y, además, en su vida privada fue un tipo intachable que por supuesto que supo divertirse, pero que nunca estuvo envuelto en ninguna polémica personal ni problema policial o judicial, ni de ningún tipo, algo que no puede decir, por ejemplo, Marvin Harrison. La vida de TO siempre ha sido irreprochable.

TO era un gamberro. Eso es innegable, pero también inolvidable. Solo hay que hacer un recorrido por sus mejores celebraciones para darse cuenta que casi son argumento suficiente para que alguien entre en el Hall of Fame. Y si Owens hacía esas excentricidades divertidas, era porque podía, porque su calidad inabarcable le permitía estar y sentirse por encima de casi todos los jugadores que se movían a su alrededor. Terrell Owens era tan bueno que abrumaba a los que le rodeaban solo con su presencia.

Terrell Owens no hacía drops. Bueno, es no es del todo cierto, los empezó a hacer al final de su carrera; en su tercera temporada con los Cowboys, después de 12 años siendo infalible en la NFL. Pero hasta ese momento encarnó con precisión germánica la famosa frase que se ha convertido en el primer mandamiento para cualquier receptor: “si lo puedes tocar, lo puedes atrapar”. TO atrapaba todo lo tocable, y también lo que no lo era. TO conseguía más separación que ningún otro receptor en la NFL. TO corría cualquier ruta con una precisión matemática y sabía como nadie convertirse en salvavidas cuando la jugada estaba rota. TO solo tuvo un problema de verdad: llegó a la NFL con dos años de retraso.

Terrell Owens fue elegido por los 49ers en tercera ronda del draft de 1996 con el pick 89. Dos temporadas después de que Steve Young dirigiera el ataque de los Niners en la última Super Bowl del equipo dorado. Y a partir de ese día, el receptor solo tuvo una obsesión: conquistar el anillo. Fue su mayor deseo durante años y años, el único motivo de su vida, de sus entrenamientos, de sus añoranzas y esfuerzos. Creo que ningún jugador de la historia deseo tanto el anillo de campeón de la NFL como lo hizo Terrell Owens. Un Gollum en la vida real que también se fue obsesionando casi hasta la demencia por conseguir su tesoro.

Se habla de una trayectoria plagada de polémicas. Y me vais a perdonar, pero no es verdad. En absoluto. Owens tuvo solo dos. Graves, pero dos. Una significó el final de una etapa de los 49ers que decidieron cortar por lo sano despidiendo a Mariucci (head coach), Jeff García (quarterback) y Terrell Owens. ¿De quién fue la culpa? Garcia y Owens no tenían una buena relación personal, y llevaban tiempo a la greña dentro del vestuario. Nadie niega, ni negará nunca, que Owens siempre fue una diva, pero tampoco nunca nadie dentro del vestuario de los 49ers señaló a Owens como culpable de que el proyecto saltara por los aires. Más bien al contrario, la sensación es que su obsesión por ganar, su excesivo celo, a veces provocaba una presión excesiva sobre sus compañeros.

Sin embargo, ¿quién puede criticar que alguien exija a los demás que den el ciento por ciento cuando él mismo se está entregando por entero en cada jugada?

Lo mismo sucedió en Filadelfia, donde desde el primer día se convirtió en la gran estrella ofensiva, revolucionó un ataque que ya de por sí era poderoso, e incluso hizo algo que pudo haber terminado con su carrera. El 19 de diciembre de 2004 sufrió una grave lesión contra los Cowboys que para cualquier otro jugador hubiera significado el final de la temporada: esguince de tobillo grave y rotura del peroné. Los médicos anunciaron que su temporada estaba terminada, pero él se empeñó en hacer lo que fuera para estar de vuelta para los playoffs. Le dijeron que las secuelas de esa decisión podían terminar con su carrera sin el reposo necesario, a él no le importó correr el riesgo y llegó a tiempo para jugar la Super Bowl que los Eagles perdieron con los Patriots. Pese a todos los sacrificios, su tesoro se le volvía a escapar entre los dedos, aunque él hizo lo que pudo también en el encuentro, donde fue uno de los mejores jugadores de los Eagles.

Lo había arriesgado todo y nunca perdonó a McNabb que jugara un partido mediocre y que se justificara en que se había encontrado mal. Incluso se habló de que el quarterback había vomitado. TO pensaba que él se había entregado por entero, arriesgando su pierna y su carrera y que McNabb no había estado suficientemente comprometido. La relación entre ambos jugadores se enrareció a partir de ese momento y ya nunca volvió a haber química entre ellos. McNabb era un ídolo para la afición de Filadelfia, que de inmediato tomó partido por él. Además, el quarterback era muy inteligente y siempre se movió como pez en el agua con la prensa mientras TO lanzaba exabruptos muy poco meditados y casi siempre mal interpretados. Se metió en una guerra que tenía perdida desde el primer instante y que minó definitivamente su trayectoria.

¿Fue Terrell Owens un cáncer para aquel vestuario? Si repasamos lo que decían sus compañeros (sin contar a McNabb), simplemente era un tipo obsesionado por jugar cada partido al máximo nivel, y que no sabía perdonar que alguien de su vestuario no lo hiciera. ¿Eso es un mal compañero? ¿Un tipo problemático?

A partir de ahí, TO no tuvo ningún problema más, por mucho que se empeñen en colgárselos. Ni en Dallas, ni el Buffalo, ni el Cincinnati. Aunque se empeñen en mirar su trayectoria con lupa, siguió siendo un jugador obsesionado con su físico, su técnica, su rendimiento, el esfuerzo de sus compañeros, y el anillo. Su tesoro inalcanzable.

Lo único que le pueden echar en cara es que después de que los Cowboys fueran eliminados por los Giants en playoffs, Terrell Owens, con unas gafas negras enormes que cubrían su cara desencajada, rompiera a llorar en la conferencia de prensa, como un niño, consciente de que su última oportunidad de ganar el anillo había pasado de largo. Y entre hipidos y mocos defendió a Tony Romo, a todos sus compañeros, y al equipo de la estrella solitaria del que tanto se había mofado en sus primeros años.

Pero ya nunca volvió a ser el mismo.

El TO feliz, dispuesto a comerse el mundo, que se sentía superior a todos y a todo, se escurrió entre esas lágrimas. Desde entonces solo fue un mendigo, soñando con que un auténtico aspirante le fichara, aunque fuera de tercer receptor, para ganar su tesoro in extremis, aunque fuera por la puerta de atrás.

Nunca he visto a un receptor como Terrell Owens, nunca he visto un jugador más enamorado del football americano, nunca un tipo más comprometido, más profesional, más entregado.

Si TO no merece estar en el Hall of Fame de la NFL, no lo merece nadie, y que unos tipos decidan una injusticia como la que han perpetrado la noche anterior a la Super Bowl, solo porque según ellos era un jugador problemático en los vestuarios, les incapacita para volver a decidir sobre quién debe, y quién no, tener un busto de bronce en Cantón.

Entre todos ellos no aman el football americano ni han hecho por él ni la décima parte de lo que hizo TO, uno de los dioses más grandes que nunca han poblado un emparrillado.

¡¡¡MIOPES!!!