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Champions League | Deportivo 0 - Oporto 1

Ilusión secuestrada

El Depor, espeso. Derlei hizo el gol de penalti. Naybet fue expulsado. Y Mourinho atascó a Irureta

Actualizado a
<b>LOS LAMENTOS DEL DEPOR</b>. Los gallegos no pudieron con el Oporto y se esfumó el sueño de estar en la final de la Champions.

Salió cruz. Otra vez. El Oporto raptó el billete para la final. Pero que las lágrimas no nos nublen la vista. Ayer el Depor concluyó otro capítulo de su historia, quizás el mejor. La botella quedó casi llena, aunque no lo parezca.

Anoche los coruñeses se sabían ante la oportunidad de su vida y admitirán que cuando uno está ante una mujer de bandera te tiemblan las piernas y hasta te parece que te abandona el desodorante. Te embarga el desasosiego. En el arranque llovía plomo en Riazor, donde nadie reconocía en los blanquiazules al equipo de Jabo. Un Deportiviño tímido confundía a una atemorizada grada. El primer cuarto de hora arrojó un protagonista inesperado, Maniche, incordiante, pero tibio en el remate. El Oporto corría mucho y el balón poco. El planteamiento mordido y anestésico ideado por Mourinho hacía sudar a Javier Irureta. Era sudor frío.

Una volea en fuera de juego de Pandiani era lo único que podía llevarse el personal a la boca mediada la primera parte, en la que los portugueses administraban el balón con poco down y mucho tempo. A la media hora, la euforia se tornaba en preocupación. Valerón cardeñoseó a la salida de un córner ante un balón llovido a la espalda de la zaga portista. El canario evidenció la candidez coruñesa, pero ese capítulo aceleró el paso local. Víctor, Valerón, Luque y Sergio arrastraban pesados cepos sembrados por todo el campo por el Oporto. Secuestrado el fútbol, la cuestión era liberar algún balón con el que reivindicarse. Con este panorama, Collina indicó el descanso como quien receta una sesión de psicoanálisis. Terapia grupal en la que el tema estrella fue, sin duda, la sensación de orfandad de los blanquiazules: sin balón, sin Mauro Silva, sin goles...

Pasados 135 minutos de eliminatoria, seguíamos sin saber si Vitor Bahia tiene manos o Jorge Costa cintura. Se multiplicaban las dudas y surgían los interrogantes: ¿Debía el Depor traicionar su fi losofía y tratar de ganar sin jugar? O peor, ¿sabe ganar sin jugar? Como se sospechaba, nadie quedó acostado en el diván de Jabo, aunque por la torrija no habría extrañado.

Si mal arrancó la primera parte, peor amaneció la segunda. Un remate al palo de Derlei encendió las alarmas en Riazor. Medio ushiro-nage de Jorge Costa a Pandiani en un centro de Manuel Pablo no era sufi ciente mérito para viajar a Alemania. Mourinho debió ver tan grogi a su adversario que adelantó diez metros las líneas. Pero no estaba el Deportivo para emboscadas. Irureta acababa de comprar nervio con Scaloni cuando César llegó tarde a barrer un balón que Carlos Alberto le madrugó forzando un penalti en el que muchos se acordaron de la velocidad de Andrade.

El gol obligó a Irureta a subir la marea y apostar por el tremendismo. Tristán hizo acto de aparición y el partido se mudó al área de Bahía. Carvalho agredió a Scaloni y Pandiani lamió el empate con un testarazo. El tremendismo se tornó en épica cuando Collina mostró la segunda amarilla a Naybet por una entrada tardía en una banda.

A Riazor le embargaba una amarga sensación dejà vù. Lágrimas, rostros desencajados, lamentos... Jabo tiró de emblema y Fran sustituyó a un sedado Luque que no fue el de las grandes citas. La agonía desangraba a un Depor voluntarioso y desquiciado, Y para más inri, Duscher le produjo un corte involuntariamente a Manuel Pablo en una jugada que simbolizaba a la per fección una eliminatoria en la que los locales nunca fueron el Deportivo de ocasiones anteriores.

El último cuarto de hora fue una desesperante pesadilla. Los minutos corrían demasiado rápido para creer en el milagro y a la vez eternos, heladores, congelante... Sobró el postre que evidenció que Mourinho, desde su calculada prepotencia, ha ganado la batalla a Irureta. Amordazó el fútbol, atenazó al rival, alienó el balón y regó los campos de patadas destempladas y codazos afilados. El discurso no es atractivo, pero hay que admitirle que con pocos mimbres ha entrelazado un cesto que estará en la fi nal. Dicen que Gelsenkirchen es feo, soso, insulso. Me temo que el sitio perfecto para que el Oporto se coroné en Europa con su antifútbol. Chelsea o Mónaco están avisados. Se aburrirán de lo lindo.

Cuenta la historia que el Depor emergió como Ave Fénix tras la peor de las tragedias. Un penalti marcó su renacer hace diez años. Ayer, metidos en el túnel del tiempo, revivieron tan descorazonador trance. La afi ción, como en aquella funesta noche, respaldó a los suyos antes de irse a casa a llorar solos. Con grandeza y con mucha dignidad. Con la misma que el equipo ha deslumbrado en Europa.

El detalle: Cayó el fortín

Después de 811 minutos sin recibir un gol en la Champions, casi un año y medio, Derlei batió a Molina en Riazor.