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La verdadera escuela sevillana

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No ha pasado tanto tiempo, pero los fluorescentes sobre mi rostro y los kilómetros de mi coche hacen que me cueste una barbaridad precisar los recuerdos. Sí sé que la cantera de Heliópolis pareció extinguida cuando los problemas económicos se la cargaron hace casi una década. Y también que una catarsis de improviso con Lopera, una edad de oro despintada y, otra vez, el insufrible exilio de la Segunda de por medio trajeron tiempos de necesidad, el caldo de cultivo donde afloran nuevos talentos.

Porque Sevilla no es una favela, pero a su vivero de futbolistas también los alimenta la picardía de la calle. La virtud no sólo está en la diestra de Joaquín, en los tacos con los que la pisa Capi o en las interminables carreras de Varela. Ellos son mucho más que un toque de ingenio, un caño u otro tipo de regate imposible, son tipos que se lo han ganado a pulso. Eso, y no la filigrana, es lo que imprime su carácter a la verdadera escuela sevillana.