Ortega: “Por un momento pensé, ¿dónde me he metido?”
El malagueño, mejor entrenador del mundo de balonmano, campeón del sextete con el Barça, dirige a Japón en estos Juegos pese a que admite que el club azulgrana “no lo veía con buenos ojos al principio”.
Antonio Carlos Ortega (14-7-1971, Málaga), el mejor entrenador de balonmano del mundo en la actualidad, ahí está su sextete de la temporada con el Barça (Champions, Liga, Copa del Rey, Copa España, Supercopa Ibérica y Supercopa Catalunya) fue un maravilloso extremo, zurdo de mano, que participó en dos Juegos como deportista y rascó una medalla de bronce en Sidney. Pero la llama olímpica es adictiva. Por eso, este año ha preferido quedarse sin vacaciones para aceptar una propuesta de la selección de Japón. Habló con AS antes de su debut este sábado (14:00 horas) ante Croacia.
Usted ya tiene la mochila cargada de experiencias, pero esta es nueva.
Lo que me ha movido es lo deportivo, la experiencia de unos Juegos. He tenido la suerte de estar en dos Juegos como deportista, y nunca se sabe si esta oportunidad de entrenar puede volver... Llevé a Japón en dos grandes competiciones. Lo clasifiqué en unos Juegos Asiáticos para el Mundial de 2017. Ellos querían un entrenador full-time, pero como no pudieron contratarlo finalmente, fui yo el entrenador en ese Mundial. Desde entonces han tenido un entrenador islandés que consiguió la clasificación olímpica y, no sé por qué, lo dejó antes de la cita olímpica. Fue un shock para la federación japonesa. Entonces, se me abrió esa puerta.
¿Y?
Tuve que pedir permiso al Barça, porque tengo exclusividad como es lógico. En principio, el Barça no lo vio con buenos ojos. Yo insistí mucho porque le dije que sólo me lo planteaba para estos Juegos, y que sólo me iba a ocupar mi tiempo libre en el periodo vacacional. De hecho, hubo una semana de selección en mayo y me quedé trabajando con los no internacionales. Me incorporé con Japón a la semana de acabar la Champions y, si todo va normal, volveré con el Barça después de una sola semana de vacaciones. Deportivamente, sé que las opciones son bajas. El balonmano del primer mundo está en Europa. Hay una diferencia incluso antropométrica con los equipos asiáticos, pero vamos a intentar dar lo mejor de nosotros. Es otra manera de competir, dando lo mejor de ti en cada partido y tratando.
Aparte de vivir unos Juegos, algo le engancharía de lo que vivió anteriormente con Japón para que haya dicho que sí.
No le voy a engañar. Económicamente también es una propuesta de interés, pero para mí era más importante estar en los Juegos. En Japón encontré gente muy educada, y jugadores con mucho respeto al entrenador. Eso tiene sus cosas buenas y malas porque están acostumbrados a no rechistar, cumplir órdenes. Nos preguntan poco, aparte de que tenemos el problema de comunicación. Aquí hay, me atrevería a decir, sólo hay dos o tres medios con los que puedo hablar en inglés. Llevo traductor, pero al entrenador también le interesa tener el feedback de lo que piensan. Si le gusta lo que hacemos, lo que proponemos.
Tiene como segundo a otro malagueño. Víctor Hugo López. ¿Controla él algo del idioma?
No, pero él lleva tiempo allí y sí conoce bien las costumbres. Sabe lo que piensan y eso es importante. Los dos somos criados en Maristas, además. Tenemos buen feeling.
¿Cómo se lleva eso de pasar de entrenar a equipos que casi siempre ganan partidos, léase Veszprem en su día, o Barça ahora; a dirigir a un equipo que casi seguro los perderá todos?
Pues la verdad es que no es fácil. El otro día jugamos un amistoso contra Hungría. Perdimos de 14 y me fui muy molesto. Pensé que podíamos hacer más. Luego mejoramos contra Alemania. Por un momento, pensé: ¿dónde me he metido? No vamos a ganar medallas, pero quiero un equipo que compita por hacer lo mejor. También me enriquece el hecho de entrenar a jugadores que no tienen el talento que pueda manejar normalmente. Te hace ponerte en la piel de los entrenadores que normalmente no están acostumbrados a ganar
¿Tuvo que medirse a España en el Mundial de 2017?
No.
¿Y se ha preparado mentalmente para jugar contra el equipo de su país y lo que sentirá cuando escuche su himno nacional?
No lo había pensado. No me he parado a pensarlo. Voy a estar escuchando el himno japonés para defenderlo. Y el mío es el otro…
¿Dentro de su plan de vida está dirigir a la Selección o se ve como entrenador de club por un tiempo?
De momento, me siento entrenador de día a día. Eso es lo primero. Y, para eso, diriges un club. Entiendo que cuando tienes más edad, igual el día a día es muy absorbente, y más un entrenador como yo, que está encima de todo. Te lo puedes plantear. Dicho esto, Jordi Ribera está haciendo un trabajo fantástico, tiene contrato, y tenemos seleccionador, como mínimo, hasta 2028.
¿Cómo ve el torneo en líneas generales?
Siempre lo digo. Para los equipos europeos es la competición más difícil de entrar, pero la más fácil para coger medalla. Hay dos grupos de seis, pasan cuatro… Ganar el cruce te mete en la pomada. En otras competiciones tienes una ‘main round’ durísima. Creo que hay dos equipos favoritos, Dinamarca y Francia. Pero el balonmano no son matemáticas.
¿Se le remueve algo de sus dos experiencias olímpicas ahora que entrará en la Villa de París?
He dejado muchas buenas amistades. Ver en la villa jugadores y entrenadores de Hungría, Alemania, España, significará lo que te queda en el deporte. Si aparte de hacer bien tu trabajo, eres capaz de dejar buenos recuerdos entre la gente, eso es que has hecho las cosas bien.
¿Qué es más difícil ganar el sextete con el Barça, Champions incluida, o ganar un partido con Japón en los Juegos?
(risas). Esa es buena. Pero creo que lo segundo…
De momento, es cierto que una ya la ha conseguido, y la otra no…
Vamos a ir partido a partido. Analizándolos y preparándolos bien. Japón ha llegado a los Juegos por méritos propios y queremos competir.
¿Tiene la sensación de que, en general, en Japón les quedó la marca de organizar los Juegos de la pandemia?
Algún miembro del staff, y algún jugador, me dijeron que, efectivamente, fue muy triste vivir unos Juegos sin público y con las gradas vacías.