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REAL ZARAGOZA / ANÁLISIS

Un Zaragoza de 50 puntos

El equipo, salvo acertadísima revolución invernal, no está más que para pelear, y a brazo partido, por conservar la categoría, sin consentir el menor relajamiento en el vestuario, sin pasar una a nadie.

Zaragoza
La desolación por la derrota en Albacete.
Josema MorenoDiarioAS

Las cosas se han torcido tanto y tan deprisa en el Real Zaragoza que no es sólo que el ascenso directo se haya convertido desde hace semanas en un imposible y la promoción, la mínima aspiración para un club con casi 29.000 abonados, en más que un improbable, salvo que en el mercado de invierno se fiche a un par de atacantes absolutamente diferenciales, sino que la terrible deriva del equipo –sólo siete de los últimos 36 puntos en juego- ha encendido –o debería ser así- todas las alarmas internas en la sociedad anónima deportiva. Porque el equipo, a cuatro partidos del final de la primera vuelta, está ahora mismo para pelear, y a brazo partido, por conservar la categoría. Para nada más. Ni tiene fútbol, ni pulso, ni agallas, ni respuesta física para enderezar una caída en picado que le ha llevado del liderato a la decimocuarta posición, con 22 puntos, a seis del descenso cuando todavía tiene que jugar frente al Leganés, el Espanyol y el Levante, además del Amorebieta, antes del parón navideño.

Julio Velázquez, que ha heredado un equipo destruido, dijo nada más firmar en los canales de comunicación del club que “se está a tiempo de todo”, una frase quizá obligada para un recién llegado con cierta fama de apagafuegos, pero alejadísima de la realidad. Lo cierto es que Zaragoza lleva dos meses y medio en barrena, malviviendo de las cinco victorias consecutivas del inicio del campeonato, un colchón que se ha reducido a pasos agigantados por deméritos propios de un Escribá que acabó desorientando y confundiendo a todos y por unos jugadores, la mitad sin ningún arraigo en la plantilla, que no están dando la mínima talla y no pueden irse de rositas en un diagnóstico de situación. La verdad es que nada funciona en un Zaragoza que no ataca, no defiende y no produce fútbol, en un Zaragoza que ya avergüenza a sus más firmes partidarios, en un Zaragoza donde las lesiones se suceden en todas las líneas, como si se tratara de una maldición.

De falsas acusaciones de alarmismo y catastrofismo sabemos ya mucho en esta ciudad, y el momento del Zaragoza es más que preocupante, aunque todavía más peligroso sería no reconocerlo. El Zaragoza, salvo acertadísima revolución invernal, para la que no hay tanto margen salarial, está para conseguir cuanto antes 50 puntos, peleando cada encuentro como si fuera una final por la permanencia, sin consentir el menor relajamiento en el vestuario, sin pasar una a nadie. Y contándole a la afición que el proyecto de ascenso se ha venido abajo, pero que hay que evitar lo que les pasó al Deportivo o al Málaga, viviendo al menos hasta final de temporada en la mitad de la tabla.

Por eso se hace imprescindible, o así debería serlo, que en un alarde de sinceridad algunos de los principales de la sociedad anónima deportiva, ya sea el presidente, un consejero, el director general o el director deportivo, salgan a la palestra y le pongan voz, argumentario y propósito de enmienda a una crisis que no parece tener fin. Porque salvo contadas excepciones, un entrenador, casi siempre un ave de paso, no puede ser el portavoz permanente de una institución del tamaño y la relevancia del Real Zaragoza. Y aún menos en una situación de emergencia.

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