La fatalidad se instala en el Zaragoza
El club y el equipo, con bastante peor pinta que en años anteriores, se encuentran inmersos en una situación de aparente imposibilidad de mejorar, como si estuvieran condenados a una permanente suerte desfavorable.
Desgracia o desdicha que ocurre de forma inevitable. Eso es la fatalidad, la situación de aparente imposibilidad de mejorar en la que se encuentra inmerso desde hace años el Real Zaragoza, como si estuviera condenado a una permanente suerte desfavorable, afectado por un destino forjado a base de decisiones equivocadas, de enormes deméritos propios, que parece haberle atrapado y que le lleva cada domingo a un desenlace predecible, que es el de no ganar casi nunca, más allá de las hechuras del rival, de alguna inexplicable decisión arbitral o del número de sus ocasiones ante la portería rival. Y es que después de cuatro temporadas consecutivas –sí, cuatro- salvándose del descenso en la penúltima jornada a Segunda B o a Primera Federación, el equipo aragonés, con bastante peor pinta que en años anteriores, se ha anclado desde el inicio de este campeonato en la cola de la clasificación haciendo saltar muy pronto todas las alarmas. El peligro es muy real.
En el Zaragoza todo cambia cada verano para que nada cambie. Pasan los futbolistas por docenas, pasan los entrenadores -21 en estas 13 campañas consecutivas en Segunda-, pasan los directores deportivos y los directores generales y la fatalidad parece haberse hecho hueco en la crisis permanente que atraviesa el club aragonés, agravada esta campaña con el peor inicio de su historia en Segunda División, con sólo seis puntos en ocho jornadas, los mismos que el colista Real Sociedad B, sin dar una sola satisfacción a su parroquia en el Ibercaja Estadio –dos derrotas y dos empates- y con únicamente cuatro goles a favor, un dato demoledor que explica su deriva y arrasa con cualquier virtud mediana que haya presentado el equipo que dirige Gabi, al que le crecen a toda velocidad los detractores después de cada derrota y que pagará los platos rotos de no mediar una reacción en las próximas jornadas, porque no hay nadie más débil en el fútbol que un entrenador que no gana partidos, aunque el propio Gabi afirme que “las diez primeras jornadas son anecdóticas en cuanto a la clasificación”.
Pero dentro de esta desdicha permanente del Zaragoza no pueden recaer todas las culpas en el técnico, aunque a Gabi lo señalan directamente los resultados y también varias decisiones muy cuestionables, empezando por sus elecciones de jugadores. La raíz del problema, del extravío permanente, de este peligrosísimo paso hasta el borde de otro precipicio aún mayor, hay que buscarla en la filosofía de juego, en la idea, en la propuesta, y en los jugadores adecuados para ella, porque el Real Zaragoza, ni en las peores circunstancias de su historia, fue nunca un equipo triste ni defensivo. Al contrario, siempre pensó en atacar, en golpear, en marcar un gol más que el contrario. Y de ese planteamiento general que le rindió los mejores frutos sigue alejadísimo. No se fichó este verano a un mediocentro creativo, porque su función se considera menor, y no se ha compensado toda la potencia de fuego que dieron el curso pasado en la primera vuelta Soberón, Bazdar y Azón, los dos primeros convertidos por Gabi en actores secundarios.
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El constructor principal de esta plantilla, el director deportivo Txema Indias, lo dejó muy claro en su presentación oficial: “Es importante llevar los partidos al 0-0 e intentar meter un gol”. Pero cuando sólo tratas de meter un gol, no metes ninguno.
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