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REAL ZARAGOZA / ANÁLISIS

El Zaragoza y su círculo vicioso

Las cosas se le han puesto muy pronto muy difíciles al equipo de Carcedo, Torrecilla y Sanllehí. Y en el fútbol nada es casualidad. El club vive en un extravío deportivo permanente.

Zaragoza
Sanllehí, Carcedo y Torrecilla.
Alfonso Reyes

Un gol. Dos puntos. Y ya en posición de descenso. Las cosas se le han puesto muy pronto muy difíciles al Real Zaragoza. Y en el fútbol nada es casualidad. Hay, claro, un componente de azar como en todo juego, pero de una planificación deficiente, con repetición de errores, no se pueden esperar milagros. Este club vive en un extravío deportivo permanente, en un peligrosísimo círculo vicioso que no han sabido solucionar, pese a sus 25 millones de inversión, los nuevos propietarios, por aquello de la responsabilidad en cascada, ni los ejecutivos que ahora rigen el día a día de una entidad que no deja de jugar con fuego y cuyas crisis futbolísticas son cada vez más previsibles. Por eso, a nadie puede extrañar que el Zaragoza sólo haya marcado un gol en un mes, que no le gane a nadie y que cada vez juegue peor. No hay ninguna sorpresa.

Juan Carlos Carcedo, una elección directísima del director general Raúl Sanllehí, al que conocía de su etapa como ayudante de Emery en el Arsenal londinense, es un gran teórico, un académico cautivado por las nuevas tecnologías aplicadas al fútbol que concede a la pizarra un enorme valor, un míster de los llamados intervencionistas. Es decir, que le gusta jugar a entrenador y que se note. Pero hasta ahora le han faltado intuición y lectura de los partidos, dos aspectos esenciales. Ya apuntó cierta desorientación en Cartagena, pero ante el Lugo perdió por completo los papeles con su apuesta por los tres centrales o con la salida a última hora de Larrazábal o de Petrovic. El desconcierto fue total.

Tampoco en la sala de prensa mejoró sus prestaciones. No ofreció ninguna autocrítica y lo explicó casi todo desde la falta de paciencia de sus futbolistas o de sus ganas de ganar. Y también la experiencia como primer entrenador, algo que le falta a Carcedo, sirve para saber lidiar en público con las derrotas dolorosas, donde la soledad del técnico se muestra en toda su extensión en el momento de salir a dar la cara. También ahí hay que convencer.

Si el Zaragoza no remonta pronto el vuelo, lo que no parece, precisamente, sencillo, Carcedo será el primero en pagar el pato, como les sucede a todos los entrenadores, pero no es el único responsable/culpable de que el equipo haya caído al descenso a las primeras de cambio. Sanllehí y Torrecilla le han puesto en sus manos una plantilla huérfana de talento y de calidad, tanto física como técnica, y hasta de pillería, lo que no debería ser un asunto menor hasta para un entusiasta de los Big Data. Han llegado siete fichajes, pero no se ha mejorado un ápice al equipo. Y se ha vendido a Chavarría, que le daba velocidad y filo a la banda izquierda. Faltan creatividad e intención en un centro del campo repleto de futbolistas diesel, donde Manu Molina, fichaje de autor de Carcedo, no deja de ofrecerse en la circulación de la pelota, pero su juego es siempre horizontal -Ay, quién tuviera ahora a Eguaras-. Y falta sorpresa en ataque, donde no hay un solo jugador con desborde o regate. A la espera de la reaparición de Iván Azón, el mejor goleador de estos más de dos años sin gol, y de que veamos lo que de verdad da de sí el gigante Gueye, sólo asusta un poco Giuliano. Y lo hace a base de entusiasmo. En resumen, el fútbol del Zaragoza no hace daño. Es previsible y no tiene colmillo.

En el último mercado, y ya llueve sobre mojado, tampoco se ha elegido bien. Se imponía una revolución casi absoluta, con un licenciamiento general de la plantilla, pero se ha apostado por la continuidad. Y todo porque Torrecilla es la antítesis de Rosendo Hernández, Avelino Chaves, Pedro Herrera o Miguel Pardeza, arquitectos con buen gusto y mejor ojo de los grandes periodos de la historia del club. Fichaban sin dinero, o con muy poco dinero, porque al Zaragoza nunca le han sobrado ni las pesetas ni los euros, pero firmaban con un olfato diferencial en el fútbol español. “Titulares, sólo titulares”, esa fue siempre su divisa, una divisa que hace más de una década que nadie respeta en este club. Rosendo, Chaves, Herrera y Pardeza también tuvieron apuestas fallidas, claro que sí, porque no eran infalibles, pero su exitoso balance no hay quien lo discuta desde el conocimiento.

A Torrecilla se le vieron las hechuras casi desde el principio. Y no sólo por su pasado gris en otros clubes o por su condición de ‘paracaidista’ deportivo en Zaragoza, sino porque la inmensa mayoría de sus elecciones, desde Álex Alegría a Sabin Merino, resultaron un fiasco. Pero aún así, y con el zaragocismo reclamando su inmediata salida tras la venta de la sociedad anónima deportiva, Sanllehí le renovó el contrato y le mantuvo al frente de la dirección deportiva. Así que el director general no puede quedarse al margen de este círculo vicioso. También él es responsable/culpable de que el equipo esté ya en descenso y de que la decepción se esté extendiendo entre una afición que pensaba que con el cambio de propiedad todo cambiaría a mejor en el Real Zaragoza.