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Catoira, el optimista

Se dice que todo el mundo merece una segunda oportunidad. Y así se entendería la elección del Real Valladolid, que apuesta por el director deportivo que certificó el descenso del Espanyol, al unísono con el pucelano. Y por méritos propios. A Domingo Catoira (09-09-1972) le bastó un año desde su designación, en mayo de 2022, para devaluar una plantilla que comenzaba el pasado verano con ínfulas de gran proyecto, pero a la que ni Diego Martínez ni Luis García lograron reanimar, hasta su caída a los infiernos.

Secretario técnico del Espanyol desde junio de 2020, cuando lo rescató un Francisco Joaquín Pérez, Rufete, con quien había trabajado en el Valencia, fue precisamente con la destitución de éste último cuando Catoira asumió la dirección deportiva, un cargo que nunca antes había desempeñado, y que en el Espanyol desde que llegó Chen Yansheng se venía heredando más por transmisión interna (de Ángel Gómez a Lardín, de Lardín a Rufete…) que a veces por meritocracia. “Era un buen secretario técnico, pero cada uno asciende a su nivel de máxima incompetencia, eso es lo que le ha pasado al pobre Domingo”, plasmó hace sólo un par de meses José María Durán, quien fuera director general perico hasta marzo de 2022.

Elogiado tras su designación por antiguos jefes como Braulio Vázquez o Pablo Longoria, quienes curiosamente no le han fichado para sus proyectos posteriores, Catoira se propuso realizar una auténtica revolución en la plantilla. Así, fueron saliendo en contra de su voluntad símbolos como Diego López, Melendo, David López… Y, a cambio, no llegaban refuerzos más que quienes ya había cerrado su antecesor (Joselu y Brian Oliván, que resultaron ser los mejores fichajes de la temporada) y, tras un mes sin porteros, un Lecomte tan resultón que acabaría marchándose en invierno.

Su proyecto, por mucho que lo negó en público, estaba íntegramente cimentado en la venta de Raúl de Tomás, que él cifraba en no menos de 20 millones para poder reinvertir en incorporaciones de calidad. Así se lo explicó a Diego Martínez para convencerle de ocupar el banquillo y a Sergi Darder a fin de renovar. El problema es que ese traspaso no se cerró hasta que ya se había clausurado el mercado. Y la plantilla quedó descompensada, sin un solo extremo, por ejemplo. Que se lo digan a Luis Rioja, que se quedó esperando tras un sinfín de promesas.

Un déficit que tampoco se cubrió en invierno, con llegadas tan desiguales como las de César Montes, Pacheco, Denis Suárez, Gragera o Pierre-Gabriel. Para entonces, Catoira ya se había reñido acaloradamente con el entrenador, tras un amistoso disputado en época mundialista en San Pedro del Pinatar. Aun así, al cierre de ese mercado de enero, proclamó: “Si en verano era optimista, ahora lo soy más que nunca”.

El Espanyol cayó en barrena, lo cual precipitó un cambio de entrenador y, definitivamente, el descenso. Pero Catoira seguía ahí. Esquivo, hermético entre el silencio y el despiste en toda suerte de informaciones erróneas, sin relación con muchos agentes, interlocutores necesarios de cualquier director deportivo, su tabla de salvación era Chen. El mismo presidente capaz de paralizar fichajes sin tener nociones técnicas era poco amigo de relevarlo, tal como ya había sucedido en el anterior descenso precisamente con Rufete, su mentor, con quien no acabó precisamente bien.

Pero tuvo que hacerlo. Destituirlo. Por aclamación popular y porque así prácticamente se lo imploraba Mao Ye Wu, el CEO del club, desde Barcelona. Era un callejón sin salida. El problema fue que, en el camino, además de la categoría se había perdido un tiempo valioso. No sólo las dos semanas posteriores que tardó el Espanyol en firmar a su sustituto, sino los meses previos de casi nula planificación.

Y de aquellos polvos, estos lodos. Resulta como mínimo paradójico que ahora aterrice en un rival a priori directo por el ascenso. De algún modo, tanto Espanyol como Real Valladolid llevarán esta temporada el sello de Catoira.