Silver: una vida entregada al Atleti y al metal
Silver Solórzano, ex cantante de Muro y actual vocalista de Silver Fist, repasa para As 59 años de pasión por la música y su equipo, tras el lanzamiento del nuevo disco del grupo.
A la altura del número 12 de Colonia Occidente, en el madrileño barrio de Ciudad Pegaso, Silver Solórzano aguarda con discos y discos apilados en sus brazos. “Este es el nuevo”, comenta. ‘¿No quedan héroes?’ se lee en la portada. Saca las llaves y abre la puerta del portal. En el segundo piso esperan ya recuerdos de ilusiones compartidas, de momentos vividos, de una forma de ser llevada a rajatabla y convertida en razón de vida. “La música y el Atleti siempre han ido de la mano para mí”.
De padre cántabro y madre extremeña, el cantante llegó al barrio a los tres años y se hizo atlético casi sin querer. Ya ni recuerda el proceso. El origen sí. “Fue gracias a la familia Caballero Bartolomé, los vecinos de abajo; a Paco, el padre, y a su hijo Juan Carlos ‘El Pollo’, que era un año más mayor que yo y enseguida nos hicimos amigos. Lo vivían muchísimo, me llevaron al Calderón y me enamoré”.
Desde ahí todo cambió. Y nada a la vez. Su amor por el Atleti, ya sembrado en lo más profundo de su ser, le pedía a aquel niño de tres años visitar el Manzanares cada domingo, algo que la maltrecha economía de la familia, golpeada por la temprana jubilación de su padre debido a problemas de salud, no le permitía. “Me hice socio del Pegaso, el equipo del barrio, que por aquel entonces militaba en Tercera División. Disfrutaba mucho, pero nunca perdí la ilusión de serlo también del Atleti”.
El tiempo le acabó sonriendo. Con 12 años, los esfuerzos familiares le dieron entrada al fondo sur (que acabó siendo el norte) del Calderón de forma definitiva, siempre de la mano de esos vecinos que le habían inoculado el sentimiento rojiblanco en vena. Pero había más. Por su sangre ya discurría el veneno del heavy metal, tan presente en su vida como poco habitual en su entorno. “A mi padre le gustaba mucho la música, pero era más de flamenco, escuchaba Feria de Coplas”. “Lo mío fue innato, la primera vez que oí algo de rock duro, de la mano de Deep Purple, supe que esa iba a ser mi otra gran pasión”.
En su afán por disfrutar de ella, y pese a la diferencia de gustos, siempre sintió el apoyo de su padre. “En cuanto pudimos y yo empecé a trabajar, compramos entre los dos un buen equipo de música. A mi madre la engañamos, era muy caro, y los dos hicimos un esfuerzo. Le dijimos que nos había salido por menos de la mitad de lo que nos costó”, recuerda entre risas. Pegado a ese equipo que antes había sido tocadiscos, Silver creció escuchando, además de a Deep Purple, a Rainbow, a Black Sabbath, a Judas Priest, a Iron Maiden, a Metallica…Canciones y canciones convertidas en banda sonora de una vida cada vez más imantada al metal.
La evolución fue natural. Aquel equipo potenció una pasión que, llegada la adolescencia, alimentaron, aún más, conciertos en La Argentina, en la Sala Canciller, en El Largo, en la Sala Barrabás…todavía de público. “‘Tú cantas bien, apúntate a algún grupo’, me decían colegas cuando salíamos”. Dicho y hecho. “Con 18 o 19 años, hice una prueba para entrar a una banda de Coslada que se llamaba Viuda Negra, me cogieron, y ahí empezó mi historia”.
Todavía le brillan los ojos al contarlo. La mili no consiguió disolver el grupo, pero sí lo hizo la marcha de uno de sus líderes a Estados Unidos. En el 86′, ya con cierto bagaje a sus espaldas, comenzó una de las etapas más bonitas de su vida. “Muro ya era una banda que se estaba haciendo un nombre cuando yo entré, pero mi llegada coincidió con el despegue definitivo del grupo”. Aquel primer disco en directo, grabado en esa Sala Barrabás de Vicálvaro en la que el madrileño había cantado, años antes, canciones de otros como espectador, fue el punto de partida de un ascenso meteórico. “De repente empezamos a vender discos, a tocar por toda España, hacíamos firmas de discos y llenábamos las tiendas...Fue un bombazo”. “Fuimos los pioneros de un estilo de heavy metal más duro y más rápido que aquel al que el público de este país estaba acostumbrado, y eso sorprendió a la gente. Íbamos a tocar a cualquier pueblo y meter menos de mil personas era impensable”.
La música y los viajes en aquel momento ya no le permitían acudir al Calderón cada domingo, pero no importaba. Lo primero que Silver recuerda hacer cuando se bajaba del escenario, si partido y concierto coincidían, era preguntar por su Atleti. “Sin que tú lo busques, hay un nexo de unión entre la gente del Atleti, como pasa con el heavy metal. Muchas veces vas por el metro, te cruzas con un metalero y te miras, te entran ganas hasta de saludar aunque no le conozcas. Pues con el Atleti pasa lo mismo”. “Esto es una forma de vida y, sobre todo, de sentir y de disfrutar”.
Seguir cerca estando lejos
Los años se fueron sucediendo y, pese a la pasión, el día a día pedía otras cosas. “Siempre he sacrificado mucho por la música. Hubo momentos en los que sí pudimos vivir de esto, pero cuando formé una familia las cosas cambiaron. Seguí siendo socio pero no me daba para mantener el abono, el dinero no me lo permitía. Lo mismo que le había pasado a mi padre me estaba pasando a mí”. Las apreturas económicas llevaron al cantante y a su familia a marcharse a Estados Unidos en busca de un futuro mejor. La crisis había pasado a escena y dos niños que mantener no eran tarea fácil para un matrimonio humilde y trabajador. Pese a ello, el veneno rojiblanco nunca le abandonó y ni con esas dejó de seguir a su equipo. “En cuanto llegué a Nueva York me hice socio de la peña atlética de allí, era una manera de mantener el arraigo”.
Circunstancias de la vida, su mujer se acabó quedando en suelo americano, junto a la familia de ella y su hijo. “Estuve yendo y viniendo, pero tuve un problema con el visado y hace seis años que no les veo”. Su cara denota una nostalgia tan difícilmente contenida como aliviada por la esperanza. “Mi hijo ya tiene la nacionalidad y, de ahora en adelante, lo tendremos mucho más sencillo para vernos”. Durante este tiempo, los 5.768 kilómetros que separan Madrid de Nueva York no han sido suficientes para apartarle de su familia. “Hacemos videollamada dos veces cada día. Muchas veces llamo a Ian, mi hijo, cuando estoy en el Metropolitano. Me gusta que viva el ambiente, todo lo que significa el Atleti. Cada cumpleaños le mando la camiseta de esa temporada con el número de años que cumple, y a él le gusta mucho, es muy atlético”, comenta.
En España se mantuvo siempre ligado a la música. El paso del tiempo y el bajón del heavy metal habían desembocado en la disolución de Muro años antes. Después vino Venganza y, más tarde, en 2003, Silver Fist. “Me decidí a fundar el grupo, animado por mi manager, Javier Gálvez. Firmamos un contrato con Avispa, grabamos el primer disco y fue todo muy bien. Empezamos a tocar en festivales y la gente nos cogió rápido mucho cariño”. Con todo, el mejor momento de la banda llegó con el segundo disco. “Estuvimos tocando en Alemania, en Grecia, en Francia, en Holanda...”. Así, con alguna interrupción de por medio y gente nueva en sus filas, Silver Fist ha continuado su camino hasta este último lanzamiento, ‘No quedan héroes?’.
En el restaurante La Ruta del Sabio, sede de la Peña Atlética Sons of Atleti, de la que Silver es socio desde prácticamente su creación en 2016, el cartel que anuncia la presentación del disco da color a una de las columnas, junto a bufandas, viejas fotos y pegatinas rojiblancas. Allí, en el Barrio de San Blas, Avenida de Arcentales, 22, Madrid, su propietario, Sergio Gutiérrez, ya aguarda con un cachopo en la mano, especialidad de la casa. “Los días de partido son una locura, nos juntamos todos horas antes, gente metalera y del Atleti, con la música a todo meter, y disfrutamos lo que no está escrito”. El entusiasmo con el que habla avala sus palabras, así como la comida que sale de la cocina. “Aquí, las cosas, si se hacen, se hacen bien”, comenta.
Ronda el mediodía y las abundantes raciones ya desfilan en dirección a la terraza. Hoy no hay partido y, por tanto, tampoco peñistas, pero el sentir rojiblanco, grabado a fuego en las paredes, trasciende a las personas, a la par que el metal. Dos pasiones, de la mano, que dan sentido a la vida de Sergio, de Fernando, de Antonio, de Iñaki, de Pitu, de Profe...y, por supuesto, de Silver. Currante del pladur, atlético de cuna, loco de la música y padre entregado. Pese a la distancia. Porque lo que se vive de verdad no entiende ni de fronteras ni de kilómetros. El corazón manda. Y, de eso, esta gente sabe mucho.