Un Alavés de ida y vuelta
El equipo de Luis García, quien fue canterano del Atlético, vivero en Primera de los chicos rojiblancos que apuntan. Samu, Giuliano, Carlos Martín, Mouriño...
El Alavés se ha convertido en las últimas temporadas en el “equipo de Primera” del Atlético. Ese en el que evolucionan sus canteranos. Donde terminan de cocinarse. La prueba definitiva. Si valen para Primera o no. Como una vez fue el Getafe, el último fuego, el de Primera, de Gabi, eterno Capi, por ejemplo, ahora está a 364 kilómetros de la capital. Ese Alavés de Luis García Plaza, quien conoce bien ambas casas. Entrenador allí (desde 2022), canterano aquí (jugador del Atlético B de 1991 a 1994). Y su mano en dos de los futbolistas con sello atlético que más han destacado en el inicio de esta 24-25, Samu y Giuliano. Ellos fueron los alumnos del curso pasado. Como Carlos Martín y Mouriño son los de éste.
Tanto el delantero como el defensa son los dos jugadores de La Fábrica llamados a una carrera en Primera a apuntalar en estos meses en Vitoria. El primero, que deslumbró con sus goles la temporada pasada en el Mirandés (15 y tres asistencias en 40 partidos), ha participado en este inicio en el Alavés un 8% de los goles del equipo en Liga (14), con un 27% de los minutos posibles jugados (suma 293) y encadenando banquillos con partidos. Una presencia similar a la que está teniendo Santiago Mouriño en el equipo. En el caso del defensa uruguayo, su escuela en Segunda fue el Zaragoza, con menos brillo que el paso del delantero por el Mirandés, pero sus números en el Alavés son un poco más pero similares: 366. La gran explosión rojiblanca fue la temporada pasada, en realidad. Esa que en Vitoria aún no han olvidado.
Porque los dos futbolistas que el Atlético cedió para su brega fueron Samu Omorodion, ahora Aghehowa, que comenzó la temporada goleando y goleando. Sus cuatro primeros llegaron desde el viaje Atleti-Vitoria (semanas después del Granada-Atleti), entre agosto y noviembre, cuando el delantero que hoy triunfa en la Liga Portuguesa, el Oporto, 12 goles en los 13 primeros partidos, daba las primeras muestras de la pólvora que tiene su bota. Con el paso de los meses se fue reduciendo en el Alavés esa irrupción, pero es que entonces Luis García Plaza tuvo otra. A partir de enero: la de Giuliano Simeone.
Porque el hijo del Cholo, que ya había conquistado Zaragoza en su mapa del fútbol, la cesión en Segunda en la que demostró que estaba para más altas cotas (nueve goles y tres asistencias en 37 partidos), llegó y, en el último amistoso antes de que la temporada oficial comenzara, los últimos minutos, una durísima entrada de José Matos, jugador del Burgos, le provocó una fractura de peroné y una luxación de tobillo. La temporada pareció pasar ante sus ojos. Todos los meses en blanco. Por la lesión era posible que Giuliano se la perdiera entera. Ja. En enero estaba jugando.
De Vitoria al referente
Como astilla del Cholo la afición del Atlético hoy ya sabe, pero entonces fue la de Mendizorroza la que comenzó a descubrir que a coraje es el mejor futbolista del mundo. Se mató en el gimnasio con dobles, triples sesiones, las que fueran, para jugar cuanto antes y, cuando lo hizo, pisar la hierba, ya nunca más se fue. Acumuló 719 minutos en total, con un gol y dos asistencias y el club vitoriano lo tenía claro: volvieron a pedir su cesión para que esta vez la temporada fuese completa. Pero entonces su cota ya era otra. El Atleti de su padre. Convertirse en el Simeone del Metropolitano. Este último mes de ensueño entre el club y la absoluta de Argentina. Y ahora tras el parón esto. Un reencuentro con un pasado que terminó de encenderle la mecha con la que ahora todo lo llena. Ese Alavés de ida y vuelta. Rival mañana.
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