Samu, el ‘Coloso’ del barrio de La Macarena
“Es un portento”, resumen en AS Cristo Toro y Javi López, dos de los técnicos que el nuevo delantero del Atlético tuvo en su “equipo del barrio”, Nervión, al que llegó como Infantil.
Samu Omorodion tenía 12 años cuando Cristo Toro (Sevilla, 1987) le vio por primera vez. Fue en un partido de Infantiles, cuando el actual director deportivo de la Asociación Deportiva Nervión era aún entrenador de esa categoría en el club. “Le mirabas y lo veías, es que se le veía: que ahí había un futbolista”, reconoce a AS. Claro y meridiano como en el primer agua que brota de un manantial. Y no solo por su planta sino también por su buen pie. “Era enorme ya, muy alto, pero también un africano distinto al que estamos más acostumbrados a ver, técnicamente muy bueno. Y eso, en este tipo de perfiles, es difícil de encontrar”, musita. El pie de seda rodeado por un físico de armario. Samu, sin embargo, resultaba invisible para las canteras de los grandes clubes andaluces. “Para las del Betis, Córdoba, Cádiz y Recre no existiría, escaparía a su radar”. Por la del Sevilla pasaría, “en prebenjamín”, pero solo estuvo un año.
“¿Sabes qué ocurría? Que entonces Samu era muy alto pero también muy delgado”, apunta Javi López, hoy entrenador de un Infantil femenino en el Betis y uno de sus técnicos aquellos años en Nervión. Un palillo, un alfiler, un palo que apuntaba ya al metro noventa y tres centímetros que hoy mide y que corría desmañado, como a punto de derrumbarse a cada paso, aunque siempre siguiera en pie. “La estética no le acompañaba, parecía que todos los goles que marcaba eran más bien por suerte. Pero nadie hace 20, 25 por temporada, todas las temporadas, solo por la suerte...”, añade Javi López. “La historia de Samu es la que a cualquier niño le gustaría vivir”, señala, de pronto, con un orgullo que le sale de dentro. Fichado por el Atleti, con 19 años, tras un solo partido en Primera, un debut con el Granada, equipo en el que Paco López iba a colgarle los galones de su delantera, tan joven, tan fulgurante. Pero fue en el Metropolitano y el Atleti, tras verle, se adelantó a todos. Fichado. Por seis millones, por cinco temporadas, todos los goles que apuntan al futuro en sus botas, amarrados. “La historia que sueña cualquiera niño aunque, bueno, también ha vivido muchas dificultades”, añade de inmediato Javi López sin que pueda evitar que una nota triste se entreteja en sus cuerdas vocales.
Porque a Samu hoy le ha fichado el Atleti, con 19 años, por cinco temporadas y seis millones de euros, arrebatándoselo al Granada, pero el camino no ha sido fácil. Desde el inicio, desde la misma barriga de su madre, Edith. Samu nació en 2004 en España, Melilla, lugar en el que ella consiguió entrar viajando desde Nigeria, tratando de buscarle una vida mejor, desde la misma cuna, que aquella que se quedaba a sus espaldas. Tras unos años allí, saltarían a la península, a Sevilla, al barrio de La Macarena, adonde ya nacería la hermana pequeña de Samu. “Siempre han sido un ejemplo de familia. Buena, humilde y trabajadora”. Una familia sostenida por una madre, Edith, que no ha dejado de pelear cada día por sacar sola adelante a sus hijos. Por eso hay tan pocas fotos de Samu jugando al fútbol de crío. Porque iba solo a los partidos. Porque no había nadie que se las hiciera, nadie que le pudiera acompañar. Porque a su madre siempre le tocaba trabajar.
Los cinco euros para el autobús de los goles
“Fue tras salir de la cantera del Sevilla cuando la presidenta del Nervión le acogió”, apunta Cristo Toro. Samu ya era ese niño flaco y tímido, muy vergonzoso y humilde que solo daban ganas de proteger y abrazar. “La situación económica en su casa era delicada y la presidenta, por ejemplo, para ayudarle, le financiaba el autobús retándole a marcar goles para no dárselo directamente y que él se sintiera mal”, detalla Toro. Por cada uno que él hacía, ella le daba cinco euros y que así tuviera siempre dinero para coger la Línea 2 de vuelta a su casa. Andando no se podía. Estaba muy lejos. Veinte minutos, treinta, cada día, solo. “Samu siempre ha sido un chico trabajador, con talento y con muchas ganas de ser jugador”, añade Cristo. Centrado. “Muy amigo de sus amigos, siempre ha encajado en todos los vestuarios por los que ha pasado. Le decías algo y se corregía, lo llevaba en seguida a la práctica, sobre el césped, sin una mala palabra o gesto nunca”, aduce Javi López. “No le gustan las broncas o los líos, destacar, aunque, físicamente, sea un animal”. El Coloso de Goya jugando a fútbol sobre un 48 de pie. “Yo, que tenía una tienda de deportes, recuerdo que un día le dije: ‘Venga, Samu, dime tu número que te regalo unas botas’. Pero cuando escuché que tenía un 48... ‘¡Esas voy a tener que pedirlas!’, le exclamé”, ríe.
En Nervión, Samu creció siempre en equipos con niños un año mayores, siempre por delante de su edad, sin desentonar. “Al principio, era el delantero invisible”, comenta Javi López, que le entrenó en el Cadete A cuando por edad le pertenecía el B. “Samu siempre tenía a dos o tres jugadores que estaban por delante, pero ibas viendo sus números, sus tres, cuatro goles que no dejaban de crecer mientras los demás iban a cuentagotas, y al final siempre terminaba jugando”. Sus 20, 25 por temporada terminaban siendo con los que se lograban los objetivos. Al equipo de Javi López, por ejemplo, aquel año de Cadete, fue un gol de Samu el que lo salvó del descenso.
“El Atleti se lleva un talento puro. Si le trata bien y le quita responsabilidad, ese niño en dos, tres años, es uno de los mejores delanteros del mundo”, puntualiza Cristo Toro sin que se disfrace en su voz un tono de hermano mayor, también tremendamente orgulloso. Si el Atleti sigue puliendo el diamante como lo ha hecho el Granada, en su cantera, las dos últimas temporadas. “Es que encontrarse a un chico así...”. Un crío al que, en velocidad, ya es imposible arrancarle el balón. Que cuerpea y va bien por alto. Que es bueno en el uno contra uno. Que fija a los centrales. Que es un portento. Un 9 clásico. Que se hizo un llavero de Savic y Hermoso el 14 de agosto en el Metropolitano. “Lo que le fallaba, algunas veces, era la ansiedad, el autoexigirse demasiado”. De ahí que necesitara cinco o seis ocasiones para hacer un gol cuando aún era solo un niño tan alto como flaco que corría desmañado. “Pero en Granada le han bruñido la definición”, puntualiza Javi López. Le han enseñado la pausa, el parar para pensar antes de finalizar. “Y ahora ya lo tiene todo: su progresión da miedo”, apostilla. Sin que el fútbol se le haya subido a la cabeza. Porque este Samu de hoy sigue siendo el Samu de siempre. Ese con un único sueño: “Vivir del balón para que su madre pueda dejar de trabajar”.
“En mayo pasó por las oficinas del Nervión, antes de irse a jugar con la Sub-19 el Europeo a Malta, para traernos una camiseta. Le vi gigante, alto, fuerte, y le dije: ‘Habrás venido ya en Ferrari...”, revela esta anécdota Cristo que pone la piel de gallina, la propia y la ajena al escucharle contarla. “No tengo coche”, replicaría Samu con la voz humilde y cercana de siempre, aunque ahora envuelta en un corpachón que a Cristo Toro le hacía mirar hacia arriba, hacia el final de ese metro noventa y tres centímetros que, cuando lo tienes enfrente, se tornan infinitos: “He venido en el bus, en el 2″. Como antes de la Selección (que con una convocatoria solo previa a Santi Denia le fue suficiente para ‘quedárselo’) y el Granada. Como siempre. Y en Madrid, lo mismo: en su primer día de Atleti se movió en Metro. Como una persona normal. Aunque esté llamado a todo. Y todas esas canteras que una vez no le vieron, no dejen de llamar al Metropolitano para pedir su cesión. Este año al menos. Por favor.