La noche soñada de Joaquín

Joaquín vivió su despedida soñada en el Benito Villamarín. Acompañado por amigos, compañeros y leyendas del fútbol, compartió su sonrisa, su alegría y su talento con una afición entregada. Heliópolis hasta la bandera. Niña Pastori llenando de música los prolegómenos antes de que el himno hiciera explotar de forma definitiva la emoción de Joaquín. Su felicidad será eterna para el beticismo. Quizás para el fútbol. Y este homenaje repleto de sonrisas supuso el mejor final posible.

Sobre el césped, había talento en cada metro. Joaquín lideró el once verdiblanco y comenzó su exhibición con un golpeo picado lejano que esquivó a Casillas y que se topó con el poste. El exportero madridista se tomó muy en serio la cita y tuvo brillantes intervenciones ante Ricardo Oliveira. La magia era cosa de Denilson. El brasileño enamoró de nuevo al Villamarín con cada bicicleta, cada amago y cada filigrana. En el equipo de leyendas, Raúl tomó los mandos y fue Cazorla el que golpeó primero: un recorte diabólico y un amago infinito que engañó hasta al último presente en Heliópolis.

De Assunçao nació el empate del Betis. Borja Iglesias cazó su pase entre líneas y regaló a Joaquín el 1-1. El hombre de la noche. El que no quería dejar de competir ni en su adiós. El portuense también hizo el 2-1 en su particular batalla ante Iker Casillas. Con el portero rendido y la locura en la grada. Antes del descanso, Denilson lanzó su penúltima carrera por la izquierda. Angulo ya había arrojado la toalla en su persecución. El brasileño profundizó y entregó un pase de gol a Oliveira para el 1-3. Una sociedad histórica. Reunida bajo el sello del adiós de la leyenda más grande del Betis.

Nadie quería que la fiesta terminara. No sólo era una fiesta para Joaquín. El Villamarín lanzó una ovación con forma de añoranza a Dani Ceballos. Y éste no dudó en abrazarla sin saber si quizás pronto, o tal vez tarde, regresará al césped heliopolitano. También tuvo la suya Héctor Bellerín, y en ella hubo más sabor a bienvenida que a esperanza. Pero el fútbol mandaba. La clase de Guti, el golpeo de Mendieta, el desmarque de Ruud Van Nistelrooy. Joaquín no se movió de su banda derecha. En ella se alió con su hermano Ricardo, que tuvo un hueco en este Betis al igual que Lucas. Heliópolis vibró con la entrada de Rubén Castro y despidió con sonoras ovaciones a Casillas y Sergio Ramos. El canario dejó su sello. El de siempre. El mismo que lo convirtió en el máximo goleador en la historia de este club. Y hasta Assunçao tuvo su falta en el cierre de la fiesta para completar la simbólica goleada del equipo bético ante las leyendas.

Y Joaquín fue cambiado antes del cierre. Fue aplaudido, ovacionado, abrazado y respetado por todos. Llegó al vestuario y no pudo evitar que unas lágrimas de pura emoción dibujaran el camino de su adiós. Lo que ocurría sobre el césped ya pareció menor. Joaquín tenía ya su noche soñada. Y en ella compartió su sonrisa con todos.