El santuario del toque
La contratación de Luis Carrión sigue la línea continuista de un modelo de entrenador que siga desarrollando el estilo de juego canario.
El pasado miércoles la Unión Deportiva Las Palmas anunciaba el fichaje por dos temporadas del técnico Luis Carrión. Con ello, se completaba la nómina de entrenadores de Primera División. Y es que el Espanyol confirmaba a quien dirigió el equipo en su última etapa y lo ascendió a la Primera División, Manolo González, horas antes de que el club insular hiciera lo propio con el ya exoviedista. Al final, los técnicos de los dos finalistas de la promoción se estrenarán en la máxima categoría.
Se une así Carrión a una tradición histórica de un club que apuesta por la pelota como parte fundamental para alcanzar sus metas. Aunque hubo ejemplos como el de Roque Olsen en los que los amarillos se transformaron en una versión más defensiva, lo habitual en Gran Canaria es la apuesta por el control del esférico. Quizás esta predilección por una idiosincrasia futbolística emane desde la propia concepción del juego en las islas, filigranero y desobediente, de mediapuntas. Y al final decanta hacia un arquetipo de jugador y, a consecuencia de ello, de juego.
Quizá por ello en estas latitudes, al fútbol no se le añade la etiqueta de tiqui-taca, ni de posición, ni de ADN. Porque esta forma de jugar a orillas del Atlántico medio es la intrínseca, la natural, la endémica. No es adjetiva, es sustantiva. Y a consecuencia de ello, todo lo demás. Que no es más que la búsqueda del éxito, sea cual fuere -un ascenso o una permanencia-, sea siempre a través de las virtudes del jugador canario. Ponerlo en valor, potenciarlo y evitar confabular contra él.
De esta forma es fácil entender la causa de por qué la Unión Deportiva Las Palmas incide en su búsqueda de un modelo de entrenador. En los últimos tiempos: Lobera, Setién, -De Zerbi- Paco Jémez, Pepe Mel, García Pimienta y ahora Luis Carrión. Porque con los matices de cada uno, fueron y son entrenadores que entienden al jugador canario. Y entendiéndolo se entiende al aficionado canario. A su tradición. A su forma de entender el juego y de disfrutarlo. Y conseguido eso, lo más importante: a sentirse representado, porque será lo que sostenga más tiempo las velas cuando vengan mal dadas. Y es sin esa identificación poco le queda a unas aficiones en mitad de una época de la amenaza en tiempo del desembarco de las multipropiedades.
Así pues, Las Palmas, de consolidar su espacio en la Primera División y en ello anda, podrá en un futuro ser capaz de atraer un talento, tanto de futbolistas —profesionales o canteranos— como de entrenadores que destaquen por sus virtudes técnicas y gustos ofensivos porque en estas latitudes se puede establecer un santuario del toque.
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