“En Cabo Verde todos sueñan con Europa. Piensan: ‘Si salgo triunfo seguro’”
La clasificación de Cabo Verde para el Mundial revive la historia de David Machín, primer español en su Liga, testigo directo del talento y los sueños del país.

La noche en que Cabo Verde selló su histórica clasificación para el Mundial de 2026, el móvil de David Machín (Lanzarote, 1988) no paró de sonar. Para muchos, no era solo la hazaña de un país pequeño plantándose en la élite del fútbol mundial; era también la excusa perfecta para acordarse de aquel delantero canario que, casi una década antes, se había subido a un avión rumbo a un archipiélago desconocido para convertirse en el primer español que disputó la Liga caboverdiana como profesional. “Me escribió mucha gente, de allí y de aquí. ‘Oye, ¿que Cabo Verde se ha clasificado?’. Y yo: ‘Sí, sí, lo vi’. Todo el mundo hacía referencia a que yo había estado allí. Me sorprendió muchísimo”, recuerda entre risas.
Han pasado 10 años desde que David Machín vivió su aventura en el Sporting Clube da Brava y en el Varandinha de Tarrafal, pero su historia ayuda a entender mejor el milagro que hoy vive Cabo Verde. Antes de que los focos miraran al combinado nacional, antes de que el mundo se fijara en los caboverdianos de la Liga portuguesa o en los hijos de la diáspora repartidos por Europa y Estados Unidos, hubo un delantero de Preferente que decidió aceptar un contrato que parecía de ficción. No sabía muy bien dónde iba, pero sí tenía claro que el destino había puesto ante sus ojos una oportunidad difícil de rechazar.
Un contrato “digno” y gastos pagados
Todo empezó con una conversación que, en cualquier otro contexto, se habría perdido en la barra de un bar. “Yo había sido el máximo goleador de la Primera Regional Canaria con el Teguise. Un amigo mío, que vive en Lisboa, me dijo: ‘Oye, hay muchos caboverdianos aquí, conozco a un directivo de un club, creo que podría surgir algo’. Y yo le contesté lo típico: ‘Vale, si pasa algo, avisa’. Pensaba que no iba a pasar nada”, cuenta Machín. Pero a las pocas semanas el teléfono sonó de verdad. El directivo había visto vídeos, le gustaba su perfil y le mandaba un contrato para firmar por el Sporting Clube da Brava, un club que calca el escudo y la indumentaria del Sporting CP: “Incluso pensé que podía ser una broma. Hasta mi madre se lo tomó así al principio. Pero estaba todo muy bien organizado: alojamiento en una pensión tipo hotel, sin pagar nada, contrato digno, todo claro. Lo miré con calma y dije: ‘¿Por qué no?’. Y me fui”.
El 1 de septiembre aterrizó en el aeropuerto Nelson Mandela, en Praia, sin saber muy bien qué se iba a encontrar. Le recibieron un directivo y el chófer del club, lo instalaron en la pensión y le dieron unos días para aclimatarse antes de volar a Brava, una de las islas más pequeñas y aisladas del país. Allí descubriría un fútbol distinto, crudo y puro a la vez.
Disparidad entre clubes
En Cabo Verde cada isla organiza su propia Liga, con una Primera y una Segunda División muy reducidas, de ocho, 10 o 12 equipos como mucho. Los campeones de cada campeonato insular se clasifican después para el Campeonato Nacional, una especie de “Liga de campeones caboverdiana” donde participan los mejores doce clubes del país y se decide quién representa al archipiélago en la previa de la Champions africana. “Es un sistema curioso, nada que ver con España”, explica Machín. “Juegas tu Liga de isla, con su Liga y su Copa, y si quedas campeón entras en ese torneo final. En mi temporada con el Sporting Clube da Brava nos quedamos a tres puntos de meternos en semifinales”, añade.
El nivel, eso sí, es muy dispar. Hay clubes que funcionan prácticamente como equipos profesionales, con presupuesto, directivos en la diáspora y capacidad para pagar salarios competitivos; y otros, en la misma categoría, que son completamente amateurs. “Yo tuve mucha suerte. En el Sporting Brava la mayoría de directivos vivían en Boston y ponían dinero. En el vestuario, además de los jugadores locales, había dos senegaleses y dos guineanos, todos cobrando. Pero hablabas con compañeros de otros equipos de la misma Liga y te decían que no veían un euro, que eran amateurs. Dentro de la misma Primera División de cada isla conviven realidades muy diferentes”, recuerda.
En Cabo Verde no hay academias ni estructuras de formación como en España. La mayoría se ha hecho jugando en la calle toda la vida.
David Machín
Ese contraste económico se traslada al terreno de juego. Machín define al futbolista caboverdiano como un jugador “de calle”: técnicamente muy dotado, pícaro, rápido, pero con enormes carencias tácticas. “No hay academias ni estructuras de formación como en España. La mayoría se ha hecho jugando en la calle toda la vida. Teníamos algún compañero que era un auténtico fuera de serie con el balón, pero nunca había ido al colegio, ni había estado en una cantera organizada. Cuando llegas allí entiendes muchas cosas: ves talento físico y técnico para aburrir, pero tácticamente es un caos. Se lo decía a ellos: ‘Si aquí hubiera academias, esto sería otra cosa’”, recuerda.

En ese contexto, el Sporting Brava se convirtió para él en un refugio futbolístico inesperado: un club competitivo, bien llevado y con una afición entregada que llenaba los pequeños estadios de la isla cada fin de semana. “La isla es pequeña, pero el campo se llenaba siempre. En Cabo Verde no hay muchos otros deportes, no hay tenis, no hay pádel, así que el fútbol lo acapara todo. El día de partido es como ir a misa: toca ir al campo, sí o sí. En las finales del Campeonato Nacional he visto estadios prácticamente llenos, 10.000 o 15.000 personas”, rememora Machín.
La adaptación, más allá de las costumbres futbolísticas, fue rápida. Le sorprendió la hospitalidad de la gente, sobre todo fuera de Praia, la capital: “En Praia sí me advirtieron desde el principio: ‘No te muevas solo por según qué zonas’. Es donde está la mayor delincuencia. Pero en el resto del país la gente es increíblemente hospitalaria. Yo iba mucho solo, paseaba, me movía de noche… y nunca tuve un problema. Te invitan, te ayudan, te acompañan. Me sentí muy cuidado, y eso cuando estás tan lejos y sin familia es oro”.
Su primera temporada fue prácticamente redonda. Pese a arrancar con un esguince que le dejó un mes sin jugar, acabó disputando todos los partidos de Liga de la isla, marcó nueve goles, ganó la Liga y la Copa local y se clasificó con el Sporting Brava para el Campeonato Nacional. Allí se quedó a un triunfo de meterse entre los cuatro mejores del país: “Si hubiéramos ganado al Deportivo de Praia en Varzea, nos metíamos en semifinales. Perdimos 2-1 y nos quedamos fuera por tres puntos. Fue un año muy bueno”.
Con ese rendimiento, lo lógico era renovar. El Sporting Brava quería retenerle, pero al mismo tiempo apareció el Varandinha de Tarrafal, uno de los equipos fuertes de Santiago Norte, la Liga de la zona norte de la isla más poblada de Cabo Verde. “El presidente del Varandinha me quería ya desde el año anterior. Cuando volví a Canarias, le escribí yo: ‘¿Qué hay de lo tuyo?’. Y me dijo: ‘Te queremos aquí sí o sí’. Era una oferta mejor y un proyecto ambicioso, así que acepté y me fui para allá”, recuerda.
El inicio no pudo ser mejor. El Varandinha ganó la GAFT Cup, un torneo de apertura en el que se enfrentan equipos de Santiago Norte y Santiago Sur, algo así como un aperitivo competitivo antes del arranque de la Liga. “La ganamos de chiripa. Llegábamos a la última jornada prácticamente sin opciones, pero ganamos nuestro partido, el rival directo perdió y nos llevamos el título. Era una copa importante en la isla, el ambiente fue brutal”, rememora Machín.
Sin embargo, cuando todo apuntaba a una temporada grande, el sistema se derrumbó por la parte más inesperada: la de los árbitros. La Liga debía arrancar a finales de noviembre, pero los colegiados hicieron huelga por impagos de la Federación. No se disputó la primera jornada, ni la segunda, ni la tercera. El 23 de diciembre tampoco apareció ninguna terna arbitral en los estadios: “Llevábamos un mes entrenando sin competir. Yo estaba en mi mejor momento físico desde que había llegado, y no jugábamos ni un partido. Hablé con el presidente y me dijo: ‘Nos hemos reunido con la Federación, los árbitros dicen que hasta que no cobren no van a pitar y no hay fecha de inicio’. Y le pregunté: ‘¿Y yo qué hago?’. Me respondió muy claro: ‘Si quieres volverte a casa, vete’. Y eso hice”.

El 24 de diciembre, con el país pendiente de si se solucionaba o no el conflicto arbitral, Machín voló casi solo en un avión rumbo a Gran Canaria. De ahí, escala y vuelta definitiva a Lanzarote. La Liga de Santiago Norte acabaría empezando meses después, en febrero, con dos partidos por semana para recuperar el calendario. El Varandinha quiso que regresara: “Me llamaron y me dijeron: ‘Empezamos el 15 de febrero. Jugamos miércoles y sábado hasta mayo y luego el Campeonato Nacional’. Pero yo ya había empezado a trabajar en el hospital, como administrativo. Les dije que no podía, que era imposible. Cancelamos el contrato, pedí el transfer a la Federación Canaria y firmé por el Sporting Tías”.
Desde entonces, su vida se ha estabilizado en Canarias. Trabajo fijo en sanidad, fútbol en casa y, de vez en cuando, algún mensaje o llamada desde Cabo Verde para sondear un posible regreso: “El presidente del Varandinha siempre se portó fenomenal conmigo. Algún año me ha preguntado si me apetecía volver, aunque fuera para el tramo final. Pero yo ya estaba asentado aquí, con trabajo, y siempre le he dicho que lo veía difícil. Otra opción que tuve fue una propuesta para ir a Segunda de Chipre, compartiendo habitación con otro jugador y con un trabajo extra, pero en ese momento yo era muy feliz allí, en Cabo Verde. Si me hubiese salido algo parecido a lo que tenía, me habría quedado muchos años”.
Futbolistas técnicamente bendecidos
El vínculo de David Machín con el país sigue vivo. Mantiene contacto con excompañeros que ahora juegan en Portugal, sigue a los clubes en redes sociales y se emociona al recordar ciertas imágenes: vestuarios convertidos en coros improvisados, campos pequeños abarrotados, celebraciones casi carnavalescas tras cada victoria. También tiene muy presente la relación del país con el fútbol portugués: “Allí solo interesa la Liga portuguesa. O eres del Porto, o del Sporting, o del Benfica. Cuando llegué me preguntaban de qué equipo era y yo decía que de la UD Las Palmas. Y ellos: ‘No, no, no. ¿Sporting, Porto o Benfica?’. Vi un Benfica–Porto en casa de unos amigos caboverdianos y aquello era una locura. Lo viven a muerte”.
Prácticamente todos los futbolistas quieren salir de Cabo Verde. Para ellos, ir a Europa es la oportunidad de su vida. Piensan: ‘Si salgo, triunfo seguro’.
David Machín
Ahora, con Cabo Verde clasificada para el Mundial, todo encaja en su cabeza. Aquellos jugadores de calle, técnicamente bendecidos pero tácticamente desordenados; aquella pasión desbordada por la Liga portuguesa; aquel deseo inagotable de salir a Europa porque “si salgo, triunfo”; aquella sensación de que el talento estaba ahí, esperando una estructura que lo ordenara. “Prácticamente todos quieren salir. Dos compañeros míos están jugando ahora en Portugal. Muchos tienen familia en Lisboa, en Luxemburgo, en Estados Unidos. Para ellos, ir a Europa es la oportunidad de su vida. Y viendo cómo juegan, no me sorprende que hayan llegado donde han llegado”.
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El fútbol caboverdiano ha llegado al mapa a lo grande. Entre la euforia colectiva y el asombro por ver a un país diminuto colarse en la élite del fútbol mundial, la historia de aquel delantero de Lanzarote que abrió un camino en Brava y Santiago Norte recuerda que, mucho antes de los focos, el sueño ya estaba ahí. Solo faltaba que alguien se atreviera a ir a buscarlo.
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