Los Futbolísimos - El misterio del córner más largo del mundo - Capítulo 5
El misterio del córner más largo del mundo

La luz tenue de las farolas iluminaba el cementerio.
Entre la penumbra, dejé la bicicleta junto a la entrada principal.
Después, crucé la verja y me adentré con cuidado entre las tumbas.
Iba un poco asustado, la verdad.
Miré a lo alto, el cielo estrellado con la luna llena brillaba con fuerza.
Llegué frente al Panteón de los Ilustres.
Busqué con la mirada.
Pero no vi a nadie por allí.
A lo mejor me había explicado mal.
Saqué el móvil y revisé el mensaje que yo mismo había enviado, por si acaso me había confundido en algo.
Chat de Los Futbolísimos.
Mensaje de Pakete: Reunión urgente. A medianoche en el cementerio, frente al Panteón de los Ilustres.
Respuesta de todos: OK.
Incluso Angustias había confirmado.
Comprobé el reloj. Eran las doce y un minuto. ¿Dónde se habían metido todos?
No era la primera vez que quedábamos en el cementerio.
Aunque daba un poco de yuyu, era un sitio seguro para tener una reunión, por la noche nunca había nadie.
Oí un ruido.
Como si alguien hubiera pisado una rama.
Me giré, sobresaltado. No se veía a nadie.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
No hubo respuesta.
Empecé a ponerme un poco nervioso.
Era rarísimo que mis amigos no vinieran. Nunca había pasado.
Entré de nuevo en el chat y escribí:
¿Dónde estáis? Yo en el cementerio, esperando.
Nadie más estaba en línea.
Lo lógico un lunes a esas horas es que todos estuvieran durmiendo. Pero no era un lunes normal. Además, habíamos quedado allí.
Esperé un rato.
Las doce y siete minutos de la noche.
Cuando ya empezaba a pensar en volver a casa, una luz me deslumbró.
Me di la vuelta.
Era el faro de una bicicleta, acercándose.
—¿Helena? —pregunté—. ¿Eres tú?
Si al menos venía Helena con hache, seguro que ella me explicaba lo que estaba ocurriendo.
La bici avanzó por el sendero entre las tumbas.
—Estoy aquí —dije levantando la mano, aunque era evidente que venía hacia mí.
Entonces, reconocí a la persona que iba pedaleando sobre la bici.
No era Helena.
—Hola —me saludó.
—¿¡Ocho!? —exclamé—. ¿¡Qué haces aquí!?
—Si eres tú el que nos has convocado —respondió.
—Ya, eso sí, quiero decir que pensaba que a lo mejor eras Helena, perdona —dije, haciéndome un lío—. ¿Y los demás? ¿Sabes por qué llegan tarde?
Ocho meneó la cabeza y contestó:
—Los demás no van a venir.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿¡Por qué!? —exclamé.
—Es que dicen que la policía te está investigando y que no es buena idea quedar contigo, y menos a medianoche en un cementerio. Podría parecer que nos vemos a escondidas.
—Pues claro que nos vemos a escondidas —repliqué—. Como siempre hemos hecho. Para eso hicimos el pacto secreto de los futbolísimos.
—Sí, pero lo de la policía es muy serio, nunca había sucedido —se justificó Ocho—. Me han enviado a mí para decirte que lo sienten mucho, pero que no van a venir.
Estaba perplejo.
Era lo último que podía esperarme.
—¿Y por qué te mandan a ti? —pregunté.
—Hemos votado y me han elegido portavoz, yo qué sé —dijo—. A lo mejor porque soy el más bajito, o porque mis padres cierran el bar a las tantas y no me echarán de menos si llego tarde a casa…
—No, no, quiero decir que por qué no me lo han dicho ellos directamente.
—La verdad es que… no se atrevían —admitió Ocho—. Dicen que te has tomado demasiado en serio lo de la huelga. Y que lo de cortar la carretera se nos fue de las manos. Y que, si te decían que no querían venir esta noche, te lo tomarías fatal.
—Me sienta mal porque no lo entiendo —dije—. Creía que éramos amigos.
—Somos amigos, por eso he venido yo a avisarte —explicó Ocho—. De momento, hasta que se aclare todo con la policía, preferimos no hacer más reuniones secretas ni nada extraño.
En una cosa tenía razón Ocho, aquello me estaba sentando fatal.
—Yo solo quería contaros lo que había pasado en la comisaría —aseguré—. Bueno, y también preguntaros quién había contado a la policía que la idea de cortar la carretera fue mía.
—¿Querías que mintiésemos a la policía? —preguntó Ocho, resoplando.
—No, no, solo que me ha extrañado —dije—. La idea fue mía, pero la carretera la cortamos entre todos. Estamos juntos en la huelga.
—Ya no —dijo Ocho.
—¿Cómo que ya no?
—Esa era otra cosa que venía a decirte: hemos votado que ya no queremos seguir con la huelga y que a partir de mañana volveremos a los entrenamientos —soltó.
—¿¡Qué!? ¿¡Quién ha votado eso!? ¿¡Helena también!? —exclamé, perplejo.
—El voto es secreto —se defendió Ocho—. El caso es que por mayoría hemos votado dejar la huelga. Ya hemos protestado bastante.
—Pero si todavía no han pedido perdón los que invadieron el campo —recordé—. ¡Tenemos que seguir hasta que se disculpen en público! ¡Eso es lo que acordamos!
Ocho se encogió de hombros.
Yo le miraba asombrado. Estaba en shock.
Mis amigos me habían dejado plantado en el cementerio.
No se atrevían a decírmelo, y enviaban a Ocho.
Habían votado a mis espaldas.
¡Y querían abandonar la huelga!
—Hay una cosa muy importante que no entiendo —dije—. ¿Cuándo habéis decidido todas esas cosas? En el chat nadie ha escrito nada.
—Ya, bueno, sí, ese es otro tema peliagudo —contestó Ocho, que bajó la cabeza, como si estuviera un poco avergonzado.
—¿Qué pasa? —pregunté—. Dilo ya, por favor.
—Pues que… o sea… ¡hemos creado otro chat de grupo! —respondió—. ¡Se llama Los Futbolísmos 2! ¡Y estamos todos menos tú! ¡Hemos pensado que sería lo mejor hasta que se resuelva lo de la policía!
—Pero… pero…
—Ojalá que no te lleven a la cárcel o a un centro de menores, ¡ayyyyy, qué pena me da todo! —exclamó—. ¡Lo siento muchísimo, de verdad! Esto me está costando más de lo que pensaba, me están entrando unas ganas de llorar… ¡Perdóname!
Sin más, Ocho dio media vuelta y empezó a pedalear.
—Ocho, no te vayas… oye… —intenté decir.
Pero se alejó subido a su bicicleta. Cada vez pedaleaba con más fuerza, como si quisiera huir.
—¡Ocho! ¡Espera! —grité.
No se detuvo, ni miró hacia atrás ni nada.
—¡Adiós, Pakete! ¡Te queremos! —exclamó.
Y desapareció de mi vista.
Me quedé plantado allí en medio.
¡Aquello era muy injusto!
Yo no había hecho nada malo.
¿Por qué me daban la espalda?
Solo había hecho lo mismo que los demás: protestar contra la violencia en el fútbol.
Vale, la idea de cortar la carretera fue mía.
Pero eso no justificaba que me abandonaran cuando más los necesitaba.
Saqué el móvil y escribí en el chat de forma atropellada:
Ya me ha dicho Ocho que tenéis otro grupo de wasap.
No lo entiendo.
El pacto de los futbolísimos se creó precisamente para ayudarnos siempre entre nosotros.
No lo comprendo.
Pues si no queréis estar conmigo, yo tampoco.
...
Lo dudé un segundo y le di a la opción de «Salir».
Pakete salió del grupo.
Uf.
Me quedé fatal.
Después de aquello, no sabía qué hacer ni qué pensar.
Crucé la puerta del cementerio con una sensación de tristeza y de soledad.
Subí a mi bici y comencé a pedalear sin rumbo fijo.
Me venían a la cabeza las imágenes de Bermejo diciéndome que había más de treinta denuncias por los cortes de la carretera y que quizá me pondrían un castigo.
Tuve muchas ganas de hablar con Helena con hache.
Necesitaba que ella me explicara en persona lo que estaba ocurriendo.
Helena era mi vecina, vivía en la misma calle que yo.
Podía plantarme en su jardín y tirar unas piedrecitas a su ventana. Aunque fuera muy tarde, seguro que se asomaba y hablaba conmigo. Todo debía tener una justificación lógica, aunque ahora no fuese capaz de verlo.

Circulé con la bicicleta por el centro del pueblo para acortar.
Quería llegar cuanto antes a nuestra urbanización y plantarme en casa de Helena.
Di la vuelta por detrás de la plaza y vislumbré al fondo el colegio.
Las calles estaban desiertas, no se veía ni un alma a esas horas.
Pero entonces, algo me llamó la atención.
Un coche se detuvo delante del colegio.
Alguien salió de su interior y se dirigió a la puerta de acceso.
Tras unos instantes, la valla se abrió y entró.
Instintivamente, me paré y apagué la luz de la bicicleta.
Algo raro estaba sucediendo.
Aquella persona que acaba de entrar en el colegio Soto Alto era…
¡Frida Schröeder!
Su figura enorme, su pelo rubio, su manera de moverse… era inconfundible. La había reconocido a la primera, aunque hubiera poca luz.
¿¡Qué hacía a esas horas en nuestro colegio!?
Podría haberme ido a casa y olvidarme del tema.
Aquello no era asunto mío.
Pero, aunque me hubiera salido del chat, yo seguía siendo de los Futbolísimos.
Y los Futbolísimos siempre investigábamos cuando veíamos algo raro.
Así que, por supuesto, dejé la bici allí y corrí hacia el cole.
Llegué a la verja antes de que se cerrara.
Y me colé en el interior.
A lo mejor no tendría que haberlo hecho.
Pero la entrenadora del Recreativo Catán estaba entrando en nuestro cole a las tantas de la noche.
Aquello era rarísimo.
Avancé con cuidado de no hacer ruido.
Desde lejos, vi cómo Frida entraba en el pabellón principal.
Miré la hora en mi móvil: 00:33.
Tardísimo.
Al hacerlo, me di cuenta de que me había entrado un mensaje.
No pude resistirme y lo abrí.
Helena con hache: Hola. Tenemos que hablar.
Mi corazón dio un respingo.
¡Helena me había escrito!
Vale, no me pedía disculpas. Ni me preguntaba si estaba bien. Pero me había enviado un mensaje. Y quería hablar conmigo. Seguro que me daba una buena razón para explicar lo que estaba pasando.
Escribí una respuesta:
Voy a tu casa. Llegaré a tu jardín en cinco minutos.
Antes de enviarlo, me di cuenta de que tal vez podía tardar más. Estaba investigando a la entrenadora.
Lo borré y escribí:
Estoy en el colegio haciendo una cosa. En cuanto acabe, voy a tu casa y te aviso.
Ahora sí, le di a enviar.
Me guardé el móvil.
De pronto, estaba más animado.
¡Helena con hache me había enviado un mensaje!
Era mi mejor amiga.
Y fue ella la que tuvo la idea de crear el pacto secreto de los futbolísimos.
Algunos iban por ahí diciendo que Helena me gustaba.
Eso no es cierto.
Quiero dejarlo claro.
Aunque ya lo he dicho antes, voy a repetirlo: Helena no me gusta.
Ni ella ni nadie.
Vale, una vez nos habíamos dado un beso. Pero fue hace mucho.
Y otra vez nos habíamos cogido de la mano.
Y cuando me miraba con sus enormes ojos, me ponía muy nervioso.
Pero eso no tiene nada que ver.
Además, me estoy liando.
Lo importante es que ella me había escrito.
Y que en cuanto descubriera qué hacía allí Frida, iría a verla y…
¡¡¡OOOOUUUUIIIIIIIIII!!!
¡¡¡OOOOUUUIIIIUUUUUIIIIIIIIIIII!!!
¡LA ALARMA DEL COLEGIO EMPEZÓ A SONAR!
Se encendieron varias luces al mismo tiempo.
Seguro que habían pillado a Frida entrando en alguna sala y por eso había saltado la alarma.
Miré a todas partes, esperando a ver qué pasaba.
La alarma seguía sonando con fuerza.
Bien pensado, tal vez sería mejor que me largase. No quería que nadie pensara algo raro de mí si me veían.
Corrí hacia la puerta.
Pero la valla estaba cerrada.
No se podía abrir por dentro ni por fuera. Hacía falta un código.
¡¡¡OOOOUUUIIIIUUUUUIIIIIIIIIIII!!!
¡¡¡OOOOOOOOOUUUUUUUIIIIIIIUUUUUUUUIIIIIIIIIIIIIII!!!
Vale, empecé a agobiarme bastante.
Lo único que se me ocurrió fue trepar por la verja para salir.
El curso pasado, Camuñas y yo lo hicimos una vez.
Seguro que lo conseguía.
Di un brinco y me encaramé en la verja.
No era fácil trepar.
Un pie, luego otro… Me agarré con cuidado para no caerme.
Y justo cuando estaba arriba del todo…
—¡Francisco García Casas! —exclamó una voz—. ¿¡Se puede saber qué haces!?
En mitad de la calle, estaba Antonia Bermejo, la jefa de policía.
Había dejado el coche patrulla con la sirena encendida detrás de ella.
Y me señalaba con gesto serio.
—¡Responde! ¿Qué haces en el colegio a medianoche? —dijo.
—Esto no es lo que parece —respondí—. Por cierto, qué rapidez tiene la policía en llegar, la alarma ha empezado a sonar hace solo un minuto.
—Estaba patrullando por el pueblo y… ¡no me cambies de tema! —replicó—. ¡Espero que tengas una buena razón para colarte en el colegio a estas horas!
Iba a contarle que venía del cementerio y que había visto a Frida Schröeder entrar en el colegio.
Era una historia un poco extraña, pero era la pura verdad.
Sin embargo, no me dio tiempo a explicarme.
Dos personas aparecieron en el patio del colegio corriendo, alarmados.
Esteban, el director.
Y Radu, el bedel.
—¡Han robado en el colegio! ¡Han robado! —gritó Esteban, fuera de sí.
—¿Qué han robado? —preguntó Bermejo.
—¡Robar Copa de Liga Intercentros! —respondió Radu—. ¡Estar en sala trofeos y ahora desaparecer!
¡Habían robado la Copa de la Liga!
El trofeo que debía entregarse al campeón este próximo domingo.
Puf.
Bermejo volvió a señalarme.
—Espero que tengas una buena explicación para estar aquí, jovencito —me acusó—. Parece que vas de lío en lío.
Respiré hondo, agobiado.
Seguía en lo alto de la valla.
—Supongo que parece un poco sospechoso que esté en la valla del colegio a medianoche —admití.
—Ser mucho sospechoso, Pakete —afirmó Radu.
—Lo comprendo, pero juro que yo no he robado la Copa —aseguré.
—¡Ja! ¡Nadie te había acusado todavía de ser el ladrón! —dijo Esteban, meneando la cabeza—. ¡Te acabas de delatar!
—¡Que no, de verdad, que yo no he robado nada! —me defendí.
—Baja de ahí no te vayas a caer —ordenó Bermejo—. Llamaremos a tus padres. Por lo que se ve, tendré que interrogarte otra vez. Ay, cuánto trabajo dais. Con lo tranquilo que parecía este pueblo cuando acepté el puesto.
…
