Los Futbolísimos

Los Futbolísimos - El misterio del córner más largo del mundo - Capítulo 3

El misterio del córner más largo del mundo

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As.com
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La larguísima carretera que pasaba junto al pueblo estaba desierta a esas horas.

El sol se ponía al fondo.

Un balón cayó dando botes sobre el asfalto.

Persiguiendo el balón, aparecieron de pronto nueve niños corriendo.

—¡Lo tengo! ¡Lo tengo! —gritó Camuñas.

Se lanzó en plancha, pero no lo alcanzó.

—¡Mío! —exclamó Anita.

La portera suplente alargó los brazos y al fin lo atrapó.

Los demás llegamos a su lado.

—¡Tíralo otra vez, tíralo! —pidió Tomeo, entusiasmado.

—¡El próximo lo atrapo yo! —aseguró Ocho, pegando brincos.

Anita se preparó a pegar un tremendo balonazo.

Igual que habíamos venido haciendo desde la plaza.

Pero Helena dijo:

—¡Ya está bien! ¡No hemos venido aquí a jugar!

—¿Ah, no? —preguntó Ocho, desilusionado.

—Hemos venido a seguir con la huelga —recordó Helena—. Hay que conseguir que todo el mundo se entere.

—Ya nos han visto en la fuente con la pancarta —dijo Toni—. Y les ha dado igual.

—Por eso mismo, tenemos que hacer algo que no les dé igual —dijo Helena.

—¿Y si nos escapamos de casa y nos escondemos? —sugirió Camuñas.

—A mi padre le daría un patatús del susto —negó Ocho.

—También podríamos hacer lo contrario —propuso Angustias—. Irnos a casa y quedarnos allí, quietecitos.

—Se trata de llamar la atención para que hagan caso a la huelga —explicó Marilyn.

—¡Ya lo tengo! —exclamó Tomeo—. ¡Incendiemos el pueblo entero!

—Pero qué bruto eres —suspiró Ocho—. Aunque la verdad es que molaría…

—No digáis barbaridades —les cortó Helena—. Hay que pensar una acción de protesta, pero sin pasarse.

Levanté la mano y dije:

—Podríamos cortar la carretera del pueblo.

—¿Qué carretera, espabilado? —preguntó Toni—. Hay muchas carreteras.

—Me refiero a la carretera principal —respondí—. O sea, esta.

Miramos a un lado y a otro.

No se veía ningún coche.

—Los domingos por la tarde no pasan muchos vehículos por aquí —dijo Anita.

—Sobre todo desde que construyeron la autovía —afirmó Marilyn.

—Pues mejor —insistí—, así no corremos peligro de que nos atropellen.

—Me parece muy buena idea —dijo Helena—. Cortamos y no dejamos pasar a nadie.

Helena se colocó en medio de la carretera y empezó a desplegar la sábana.

—¿Me vais a ayudar o qué?

—Sí, sí…

Nos pusimos en fila y sujetamos la pancarta-sábana entre todos.

Mirando hacia el pueblo.

Entre los nueve, ocupábamos casi todo el ancho de la carretera. Cortamos los dos carriles.

—Qué emocionante —dijo Camuñas—. Es la primera vez que hacemos algo así.

—Se va a liar una buena —murmuró Tomeo, entre nervioso y divertido.

—Ya te digo —aseguró Marilyn.

Estuvimos allí, de pie, un buen rato, sosteniendo la pancarta con aquella palabra que se podía leer desde lejos:

HUELGA

En el horizonte, el sol estaba a punto de ponerse.

Las farolas de las urbanizaciones se encendieron.

—Perdón —dijo Angustias—. ¿Vamos a estar mucho rato aquí? Es que no viene nadie…

—Ya vendrán, ya —contestó Helena.

El viento movía las copas de los árboles.

Se oyó el ladrido de un perro a lo lejos.

También llegaba el eco lejano de alguna televisión encendida.

Pero por allí no aparecía nadie.

—Esto de hacer una huelga es muy difícil —protestó Ocho—. No nos toman en serio. Y ahora que cortamos la carretera a lo loco, ni siquiera se enteran.

—A mí me está entrando hambre —dijo Tomeo—. Es casi la hora de cenar.

—No nos rindamos a la primera, chicos —pidió Marilyn—. Tenemos que aguantar.

—¿Y si cortamos mi calle? —propuso Tomeo—. Y de paso podemos picar algo.

—No podemos ir cortando calles así, al tuntún —replicó Helena.

—¿Qué más dará una carretera que otra? —preguntó Toni.

—Pues da, porque hemos dicho esta, y, si queremos que nos tomen en serio, no podemos ir cambiando cada dos por tres —respondió Helena.

—Lo ha dicho Pakete —me señaló Ocho.

—Porque es la carretera principal —me excusé.

—Será principal, pero aquí no viene nadie —se quejó Camuñas—. ¿Y si cortamos la autovía? Seguro que salimos en las noticias…

—La autovía, no, que es muy peligroso —saltó Angustias.

—¡Hemos dicho aquí, y aquí nos quedamos! —zanjó Helena.

—Vale, pero ¿hasta cuándo? —dijo Toni.

—En eso lleva razón —intervino Marilyn—. Deberíamos poner un horario, para organizarnos y eso.

—Y que no se nos pase la hora de la cena —insistió Tomeo.

—Yo voto que, si en diez minutos no viene nadie, nos vayamos a casa a cenar —propuso Camuñas.

—¡Yo también voto eso! —exclamó Tomeo.

—¡Y yo, y yo! —dijo Angustias.

—Esperad un momento, por favor —pidió Helena—. Si nos vamos, nadie se habrá enterado. Quedémonos al menos hasta que venga un coche.

—Uy, eso es muy relativo —dijo Anita—, podría tardar horas. Yo estoy de acuerdo en poner un horario.

—Pues quedémonos hasta las doce de la noche —solté—. Ya veréis cómo se enteran.

—Las doce, dice —suspiró Toni—. Yo a esa hora estoy durmiendo, ya te lo digo.

—Pues anda que yo —murmuró Angustias.

Entre unos y otros empezamos a discutir hasta qué hora nos teníamos que quedar.

De pronto, un pitido nos interrumpió:

¡Piiiiii!

¡Piiiiiiiii!

¡Piiiiiiiiiiiiiiiiii!

Era… ¡el sonido de un claxon!

—¡Un coche! ¡Un coche! —señaló Ocho, nervioso.

Efectivamente, unos metros delante de nosotros se había detenido una furgoneta.

El conductor se asomó por la ventanilla y gritó:

—¿¡Se puede saber qué hacéis en medio de la carretera!? ¿¡Os habéis vuelto locos!?

Era Genaro, el padre de Tomeo, conduciendo su furgoneta de la panadería.

Nos miraba asombrado.

—Hola, papá —dijo Tomeo—. Es que estamos en huelga.

—¡Quitaos de ahí en medio ahora mismo! —ordenó Genaro.

—¡No nos quitamos! —contestó Helena, levantando la pancarta—. ¡Estamos en huelga! ¡Y esto es una protesta pacífica!

Y gritó:

—¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga!

Inmediatamente, todos coreamos:

—¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga!

Genaro negó con la cabeza, desesperado.

—¡Os va a caer un castigo de mucho cuidado! —nos advirtió—. ¡Sois unos críos, no se puede cortar una carretera, es algo muy serio!

—Ah, muy bonito, cortar una carretera no se puede —replicó Helena—. ¿Invadir un campo de fútbol en mitad de un partido sí?

—No mezcles las cosas —contestó Genaro.

—Esta mañana los adultos han empezado a gritar y a insultar al árbitro y han invadido el campo —siguió Helena—. No hay derecho.

—Papá, tú fuiste uno de los que saltaron al césped, te vi dando botes y gritando al árbitro —dijo Tomeo.

—Yo… o sea… eso no… vamos, que no… ¡que no tengo yo que dar explicaciones a unos niños, lo que faltaba ya! —contestó Genaro, nervioso—. Por favor, dejadme pasar, que voy con prisa.

Por toda respuesta, gritamos:

—¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga!

Y eso no fue todo.

Los Futbolísimos - El misterio del córner más largo del mundo - Capítulo 3
Futbolísimos - vol 5- cap3

Unos minutos después, comenzaron a llegar más coches:

Varios vecinos que regresaban a casa.

El autobús de línea que unía los pueblos de la sierra.

Otros vehículos que salían del pueblo.

Incluso llegó Aurelio, que cultivaba cereales cerca del río, subido en su tractor verde.

Ah, y también Radu, el bedel del colegio, en su motocicleta.

Y Marimar, la madre de Helena, que casualmente regresaba a casa en coche en esos momentos.

Se armó una buena.

¡Habíamos cortado la carretera en los dos sentidos!

¡Ahora sí que se habían enterado todos!

Hubo gritos, pitidos, protestas…

Nosotros no nos movíamos.

Sosteníamos en alto la pancarta para que la vieran todos.

La sirena del coche patrulla se abrió paso y llegó a nuestra altura.

Aparcó en el arcén y bajó del coche Antonia Bermejo, la jefa de policía del pueblo.

Se ajustó la gorra del uniforme y se dirigió hacia nosotros.

—¡Esto que estáis haciendo es ilegal! —dijo, haciendo una mueca con la boca—. Apartaos de la carretera ahora mismo, o si no os vais a meter en un lío.

—¡Ilegal es que doscientas personas invadan un campo de fútbol en una liga infantil! —replicó Helena.

—¡El árbitro ha tenido que salir huyendo, el pobre! —recordó Ocho.

—¡Y no he podido lanzar el córner! —exclamé—. ¡Eso sí que es ilegal!

—Cada vez hay más violencia en el fútbol —dijo Marilyn—. ¿Por qué no ha hecho nada la policía esta mañana?

—Tenéis razón, eso es inaceptable —dijo Bermejo—. Por desgracia, esta mañana yo no estaba en el campo, pero si el árbitro presenta una denuncia, investigaremos los hechos.

—¡Al calabozo todos los que han invadido el campo! —gritó Camuñas.

—No te vengas arriba, niño —le dijo Bermejo—. Vamos a ver: eso que han hecho está muy mal, pero no os da derecho a cortar la carretera. Es peligroso. Y es ilegal.

Nos miramos sin saber qué responder.

—Quitaos de ahí ahora mismo, no lo voy a repetir más veces —advirtió la policía.

—Tenemos nuestros derechos —dijo Helena—. Es una huelga pacífica.

—¡Queremos que todos los que han invadido el campo pidan perdón! —exclamé.

Genaro, que observaba la escena, dijo:

—Está bien, yo os pido perdón. No estuvo bien. Lo siento.

—¡No vale! —dijo Helena—. ¡Tienen que pedir perdón las doscientas personas que invadieron el campo!

—Y además no lo has dicho de corazón, papá, que nos conocemos —suspiró Tomeo—. ¡Solo lo has dicho para que nos quitemos!

—¡Habrase visto, los mocosos! —contestó Genaro—. ¡Pues claro que lo he dicho para que os apartéis de una vez!

—¡Lo sabía! —le señaló Tomeo.

—¡Hasta que no se arrepientan y todos pidan perdón en público, seguiremos en huelga! —repetí—. ¡Ya está bien de violencia en el fútbol! ¡Siempre son los adultos los que empiezan!

Y todos volvimos a corear:

—¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga!

Aurelio exclamó:

—¡Yo estoy con los niños! ¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga!

Giró su tractor y lo atravesó allí en medio.

—¡Hala, yo también he cortado la carretera! —dijo, orgulloso.

—Pero, hombre, Aurelio, que me has bloqueado el coche patrulla con el tractor —indicó Bermejo.

—¡Únete a la protesta, Antonia! —dijo él—. ¡Subid aquí, chicos!

Los nueve hicimos caso y nos subimos al tractor de Aurelio.

Algunos vecinos nos aplaudieron.

Otros tocaban el claxon y protestaban.

Radu y Marimar subieron con nosotros a lo alto del tractor.

—¡Huelga! ¡Huelga! —gritaron.

—¿Qué haces aquí, mamá, si tú también invadiste el campo? —le dijo Helena.

—Por eso mismo, hija —contestó ella—. Estoy muy arrepentida y quiero apoyaros. ¡Huelga! ¡Huelga!

La cola de coches era cada vez más larga.

Y los pitidos iban en aumento.

Y los gritos.

—¡Ya está bien, quitad ese tractor de ahí!

—¡Los niños tienen derecho a protestar!

—¡Y yo tengo derecho a llegar a mi casa, que mañana tengo que madrugar!

Bermejo estaba sobrepasada por la situación.

—¡Calma, por favor, un poco de calma! —pidió.

Desde lo alto del tractor, nosotros ondeamos la pancarta al viento.

Y nuestros gritos se pudieron oír por toda la carretera:

—¡Soto Alto contra la violencia!

¡Esta huelga es una emergencia!

¡Adultos, arrepentíos de corazón!

¡O no habrá perdón!

Estuvimos allí hasta bien entrada la noche.

Sevilla la Chica no olvidaría aquel corte de carretera.

Fue muy emocionante.

Vinieron de la radio y la televisión local para cubrir el acontecimiento.

Una periodista de Tele 10 entrevistó a Helena con hache subida al tractor, con nosotros detrás.

—Queremos acabar con la violencia en el fútbol, ya está bien —dijo Helena, mirando muy seria a la cámara.

—¿En qué consiste exactamente esta huelga? ¿Cuáles son vuestras peticiones? —preguntó la reportera.

—Pedimos que las doscientas personas que han invadido el campo del Soto Alto durante el partido pidan perdón en público. Todas sin excepción.

—Muy interesante —asintió la periodista—. ¿Y si no se disculpan?

—No volveremos a jugar al fútbol, y seguiremos protestando —respondió Helena, y añadió—: ¡Estamos dispuestos a lo que sea! ¡Vamos a cambiar el mundo!

Nuestra compañera hizo un gesto y todos coreamos a cámara:

—¡Soto Alto contra la violencia!

¡Esta huelga es una emergencia!

Esta vez sí que nos habían prestado atención.

La caravana de coches que se había montado era interminable, se perdía a la vista.

Un poco antes de las doce, Bermejo nos convenció para que nos retirásemos.

—De acuerdo, ahora nos vamos a dormir, pero seguiremos haciendo más protestas hasta el próximo domingo —dijo Helena.

—Vaya semanita nos espera —resopló Bermejo—. Y tú quita ya el tractor, Aurelio, por favor te lo pido.

—¡Esta huelga es una emergencia! —exclamó Aurelio, mientras daba marcha atrás y abría el paso en la carretera para que pudieran pasar los coches.

Mis compañeros y yo nos despedimos. Habían venido la mayoría de los padres a recogernos.

Todos los vehículos comenzaron a maniobrar para despejar la zona.

Subí a la parte trasera del coche de mi madre, que iba al volante. Al lado, mi padre.

Detrás, me recibió mi hermano Santi, con una gran sonrisa.

—Al fútbol sois unos mantas, enano —dijo—, pero cortando carreteras sois los mejores, ja, ja, ja.

Mi madre arrancó despacio.

Nos cruzamos con el coche de Marimar, que iba en dirección contraria.

Helena me hizo un gesto a través de la ventanilla y lentamente desapareció al fondo de la carretera.

—Ya nos explicarás detenidamente qué ha pasado, Francisco —dijo mi madre.

—Nosotros apoyamos cualquier iniciativa contra la violencia —aclaró mi padre—, pero no podéis tomaros la justicia por vuestra mano. Cortar una vía pública es algo muy grave.

Mientras nos dirigíamos hacia nuestra urbanización, les observé desde el asiento trasero.

Sabía perfectamente que tenían razón.

Cortar una carretera era muy peligroso y no se podía hacer así como así.

Pero, en aquellos instantes, solo podía pensar en una cosa.

—Papá, mamá —dije—. Tengo una pregunta que haceros.

—Uy, miedo me das cuando te pones tan serio —dijo mi padre.

—Suelta, cariño, nosotros estamos aquí para aclarar cualquier duda que tengas, para eso somos tus padres —añadió mi madre.

Lo pensé un segundo.

Y se lo pregunté directamente:

—Vosotros dos… ¿también invadisteis el campo de fútbol esta mañana?

Mis padres se miraron entre ellos.

Se creó un silencio muy incómodo.

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