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Los Futbolísimos - El misterio del córner más largo del mundo - Capítulo 2

El misterio del córner más largo del mundo

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As.com
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El Comité de Disciplina de la Liga Intercentros se había reunido en su sede social:

¡El bar del pueblo!

No era un lugar muy secreto que se dijera.

Pero no tenían presupuesto para otro sitio.

—¡Mirad, allí están los tres miembros del comité! —señaló Camuñas a través de la ventana del bar.

En una mesa del fondo, estaban sentados:

Raquel Niebla, la presidenta de la Liga Intercentros. Llevaba puesto un traje azul muy elegante y torcía la boca, como si aquello no le gustara.

Álvaro Quincoces, el jefe de los árbitros de la liga infantil. Era calvo y chupaba una piruleta.

Y Laura Doreal, alcaldesa en funciones de Sevilla la Chica, madre de Anita, y representante de los pueblos de la sierra.

Los tres parecían discutir ante la atenta mirada de un montón de gente que se había congregado allí.

—Después de lo que ha pasado en el campo, estamos ante una situación muy peliaguda, no es una decisión fácil —resumió Raquel Niebla.

—Por eso mismo, votemos y ya está —propuso Laura Doreal—. Mi experiencia me dice que lo mejor es votar cuanto antes.

—Perfecto, votemos en conciencia —aceptó Álvaro Quincoces.

—¡Van a votar, van a votar! —anunció Camuñas.

Nosotros nueve estábamos fuera del bar, tratando de ver algo por la ventana. No cabía ni un alfiler en el local.

La gente permanecía en silencio, observando la mesa del comité.

—¡Ya está bien! ¡Los curiosos y los mirones, fuera del bar! —bramó Renato, el dueño del bar, dando palmas.

—Hombre, no nos eches ahora, que llega lo más interesante —protestó Felipe.

—El que se quiera quedar, que pida una consumición, ¡los demás, fuera! —sentenció Renato, pasando una bayeta por la barra.

—Yo ya he merendado —se excusó Alicia.

—Pues meriendas otra vez —replicó Renato—. O te pides un refresco o lo que quieras. Lo digo por última vez: ¡los que no estén consumiendo, largo!

—Espera un segundito, hombre —pidió mi padre—. Si ya están a punto de tomar una decisión.

—¡Nada, que no espero! —exclamó Renato, y se giró hacia la mesa donde estaban reunidos los miembros del comité—. Y vosotros tres: esperad un momento antes de votar, hasta que la gente pida las consumiciones.

—Disculpa, Renato, pero nosotros no somos un espectáculo —dijo Quincoces—. Somos el Comité de Disciplina de la Liga Intercentros, un órgano muy serio.

—No me toquéis las narices, que os he dejado una mesa del bar gratis para vuestras reuniones —le recordó Renato—. ¡Aquí nadie vota hasta que yo lo diga!

Los tres parecieron dudar.

—Vale, venga, que pidan las consumiciones y después votamos —aceptó Raquel Niebla.

Renato agarró su libreta y fue apuntando todas las consumiciones que le iban pidiendo.

Nadie quería perderse la votación en directo.

Renato era un hombre bajito y con mucho carácter. Desde que había cogido el bar de la plaza, daba la impresión de que siempre estaba un poco agobiado.

—Mucho trabajo y poco descanso —solía decir.

Ah, Renato era el padre de Ocho.

—Lo único bueno es que ahora desayuno en el bar todos los días —explicaba Ocho—, y puedo elegir entre un montón de bollos diferentes.

La madre de Ocho se llamaba Melinda y trabajaba de contable en una fábrica a varios kilómetros de Sevilla la Chica. Pero los fines de semana, cuando era necesario, también echaba una mano en el bar.

—Menudo negocio este —dijo Melinda, sirviendo unos cafés—. Ahora tengo dos trabajos y encima mi marido nunca está en casa.

—¿No os quedarán unos churritos de esta mañana? —preguntó mi padre—. A mí es que el café a palo seco…

—Ahora te los pongo, Emilio, que no damos abasto —suspiró Melinda.

Nos agolpamos junto a la ventana. Había tanta gente que resultaba imposible ver qué ocurría. Excepto Camuñas, que se había subido a la ventana y permanecía allí, agarrado a la verja.

—Dile a tus padres que nos hagan sitio dentro —dijo Toni—, para algo eres el hijo de los dueños.

—Uy, no, ahora es mejor no molestarles —negó Ocho—. Cuando tienen tanto trabajo, se ponen un poco tensos. Además, no quiero privilegios.

—Privilegios no, pero podías pedirles que nos pongan unas tapas y algo de beber —apuntó Tomeo—. Esto no se acaba nunca.

—¿Votan ya o no votan? —preguntó Marilyn.

—Creo que sí —respondió Camuñas, observando el interior del local—. Sí, sí… allá van…

Todos tratamos de ponernos de puntillas para ver algo.

—Venga, sirvo este pincho de tortilla y ya podéis votar —les avisó Renato.

—Este comité tiene una gran responsabilidad —resumió Raquel Niebla, muy digna—. No podemos permitir una invasión de campo.

—Cada vez hay más violencia en el fútbol —añadió Álvaro Quincoces—. El otro día en Serranillos se liaron a tomatazos con el árbitro… Hay que dar ejemplo.

—Ay, con los tomates tan ricos que tienen en Serranillos —se lamentó Laura Doreal—. Yo la verdad es que de fútbol no sé mucho, pero vamos, que apoyo todo lo que decís.

—Si no sabes de fútbol, ¿por qué te presentaste para formar parte de este comité? —preguntó Quincoces.

—Anda, pues porque me gusta estar en todas las salsas —dijo ella, como si fuera obvio—. Y porque como alcaldesa, aunque sea provisional, represento también a los vecinos a los que sí les gusta el fútbol.

—¿Votáis o no votáis? —preguntó impaciente mi madre, que también estaba allí, tomando una limonada cerca de la puerta—. Que estamos esperando…

—Sí, ejem, vamos al grano, hay que votar —zanjó Raquel—. Que levanten la mano los que estén a favor…

—¿A favor de qué? —preguntó Laura—. Es que me he perdido un poco.

—Si dejaras el móvil y prestaras atención, sería más fácil —le reprendió Quincoces.

—Deja de darme órdenes —rebatió Laura—. Serás el jefe de los árbitros, pero aquí, en el comité, eres uno más. El móvil no lo miro por gusto, es mi herramienta de trabajo, tengo que estar conectada por lo que pueda pasar…

Helena tiró de mí.

Y me susurró:

—En realidad, da igual lo que decidan.

—¿Eh?

Me di la vuelta hacia ella.

La seguí hasta la fuente.

—¿Cómo va a dar igual? —pregunté—. El futuro del partido y de la Liga están en juego.

—El futuro es que nos vamos a poner en huelga —contestó Helena, con toda tranquilidad—. Eso es lo único importante. ¿Me ayudas?

Extendió una enorme sábana blanca en el suelo.

—¿De dónde la has sacado? —dije.

—La he cogido prestada del almacén del colegio —explicó ella—. Tienen un montón de mantas, sábanas y esas cosas, para cuando nos vamos de campamento, supongo. Por una más o menos, no la notarán.

—¿Y qué vas a hacer con ella?

—Estás muy preguntón —sonrió Helena—. Pues qué voy a hacer: una buena huelga necesita siempre una pancarta.

—Ah, claro, eso sí —afirmé, aunque la verdad es que no tenía ni idea.

Helena sacó un espray de la mochila y dijo:

—Voy a poner en grande: HUELGA DE FÚTBOL.

—Genial.

Helena empezó a escribir sobre la sábana con letras negras.

En ese instante, se acercaron nuestros compañeros.

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—¿Qué hacéis? Nos vamos a perder la votación del comité —dijo Tomeo.

—Es una pancarta para anunciar nuestra huelga —explicó Helena.

—¡Mola! —dijo Camuñas—. Pon: ¡HUELGA CONTRA LA VIOLENCIA EN EL FÚTBOL!

—Espera, espera —pidió Ocho—. Mejor escribe: SOTO ALTO CONTRA LA VIOLENCIA, ESTA HUELGA ES UNA EMERGENCIA.

—Perfecto, además rima —asintió Marilyn.

—En esa frase falta información, no se entiende lo que pedimos —dijo Anita, pensativa—. Añade: ADULTOS, ARREPENTÍOS DE CORAZÓN O NO HABRÁ PERDÓN.

—A este paso va a salir un poema entero —musitó Toni.

—Un poema bien chulo —recapituló Anita, y lo recitó en voz alta:

«Soto Alto contra la violencia

Esta huelga es una emergencia.

Adultos, arrepentíos de corazón

O no habrá perdón».

—Habría que poner algo de que es por la invasión del campo —propuso Camuñas.

—Y falta la palabra fútbol —remachó Tomeo—. Si no, parece que es contra la violencia en general.

—Lo tengo —dijo Ocho—: «No más invasiones, en el fútbol controla tus pasiones».

—Y de paso podríamos decir que no griten ni insulten a nadie —dijo Angustias—. Es horrible cuando lo hacen.

—Buena idea —apoyó Marilyn—: «Al campo ven a jugar y apoyar, a tu casa vete si vas a insultar».

—Buah, es total —resumió de nuevo Anita—. Quedaría así:

«Soto Alto contra la violencia

Esta huelga es una emergencia.

Adultos, arrepentíos de corazón

O no habrá perdón.

No más invasiones,

En el fútbol controla tus pasiones.

Al campo ven a jugar y apoyar,

A tu casa vete si vas a insultar».

—Ahora sí que se entiende —afirmó Camuñas.

—Y las rimas me encantan —dijo Tomeo.

—Quizá es un poco largo para una pancarta —sugerí.

Mientras seguían hablando, Helena terminó de escribir la primera palabra sobre la sábana.

Las letras eran tan grandes que con una sola palabra prácticamente ocupó toda la superficie.

—Necesitaríamos cincuenta sábanas o más para poner todo —dijo Ocho, contemplando aquello.

—Pues yo creo que así se entiende de sobra —aseguró Helena.

—Sí, pero le falta poesía —dijo Anita.

Todos observamos aquella enorme palabra sobre la sábana:

HUELGA

Las puertas del bar se abrieron de golpe y la gente comenzó a salir.

Había comentarios y murmullos de todo tipo.

—Qué fuerte.

—Nunca había visto una cosa igual.

—Y encima no podemos ver el final.

Alicia y Felipe también salieron del bar. Iban muy serios.

Camuñas dio un brinco y preguntó:

—¿Qué ha decidido el comité?

Nuestros entrenadores se miraron.

—Pues han votado que el campo del Soto Alto permanecerá clausurado durante ocho partidos por la invasión —respondió Felipe.

—Y… —dijo Alicia.

—¿Y qué más? ¿Qué más? —insistió Camuñas, ansioso.

—Y que el córner se lanzará el próximo domingo por la mañana, y se disputarán los cincuenta segundos que faltan para terminar el partido —añadió Alicia—. A puerta cerrada, sin público.

—Eso es bueno, ¿no? —dijo Toni—. Tenemos una última oportunidad de meter un gol y ganar el partido.

—La invasión del campo ha sido una vergüenza —concluyó Alicia—. Podrían haber dado el partido por concluido, así que supongo que sí, es bueno.

—Practicaremos el córner toda la semana —dijo Felipe—. En marcha, equipo, vamos al campo de entrenamiento ahora mismo, no hay tiempo que perder.

—¡No! —exclamó Helena con hache, decidida.

—¿No? —preguntó Felipe.

—Nosotros no vamos a jugar al fútbol —dijo Helena.

—¿Y eso por qué? —inquirió Alicia, sorprendida.

—Pues muy sencillo —continuó Helena—. Porque estamos en huelga. ¡Vamos allá!

Hizo un gesto y entre los nueve agarramos la sábana y subimos a la fuente de la plaza para que nos pudieran ver todos.

Alicia giró la cabeza, leyó lo que ponía y murmuró:

—Perdonad, pero creo que habéis puesto la sábana del revés.

—Ahí va, es verdad —dijo Marilyn, contemplando las letras boca abajo.

—¡Vamos a darle la vuelta, equipo! —bramó Helena.

—Pero ¿bajamos de la fuente o lo hacemos aquí mismo? —preguntó Ocho.

—Ya verás cómo al final nos caemos al agua —dijo Tomeo.

—Venga, que no es para tanto —repitió Helena—, solo hay que girarla.

De manera un poco ortopédica, le dimos la vuelta a la sábana.

Y, ahora sí, pudieron leerla todos al salir del bar.

Un montón de vecinos del pueblo se quedaron delante de la fuente, mirándonos con cara de asombro.

La palabra HUELGA había quedado grandísima.

Así no había ninguna duda del mensaje.

—¿Huelga? —preguntó mi padre, que salió con unos churros—. ¿De qué va esto?

—Va de que ya estamos hartos de que los mayores siempre estén gritando y liándola en los partidos —dijo Helena—. ¡Nos ponemos en huelga para protestar contra la violencia en el fútbol!

—¡No volveremos a jugar hasta que todos los que han invadido el campo esta mañana pidan disculpas en público! —exclamé.

Enseguida, la plaza se llenó de murmullos.

Allí aparecieron también los tres miembros del Comité de Disciplina de la Liga.

—¿Una huelga de fútbol? —preguntó Raquel Niebla.

—Sí, señora, no vamos a jugar al fútbol hasta que se disculpen todos los adultos que han invadido el campo, uno por uno —dijo Ocho, orgulloso.

—Muy bonita iniciativa, chicos —asintió la presidenta de la Liga—. No va a servir para nada, pero estos actos simbólicos son muy simpáticos.

—¡No queremos ser simpáticos! —protestó Helena—. ¡Es una huelga de verdad!

—Claro, cariño, vosotros quedaos ahí un rato con la sábana —intervino Álvaro Quincoces—. Una huelga, qué graciosos, los niños.

Nos miramos sin comprender por qué no nos tomaban en serio.

—Y cuidado con no romper nada de la fuente, eh —advirtió Laura—, que el mobiliario urbano es de todos. Una cosa es ponerse en huelga y otra romper el pueblo.

Siguieron adelante, como si nada.

Parece que no les había impresionado nuestra huelga.

Mi madre nos enfocó con el móvil y sacó una foto.

—Hala, ya tenemos un recuerdo del día en que estuvisteis en huelga —sonrió.

—Hacéis muy bien, eh —nos animó mi padre—. En mi época de estudiante yo también estuve de huelga para protestar porque habían cerrado el centro deportivo del barrio. Estuvimos dos o tres horas protestando por lo menos…

—¡Nosotros vamos a estar todo el tiempo que haga falta! —anunció Helena—. ¡Esta huelga va a cambiar la historia del fútbol!

—Claro, claro, qué maja, la niña…

Viendo que nadie nos hacía ni caso, Ocho recitó la poesía completa:

—«Soto Alto contra la violencia

Esta huelga es una emergencia.

Adultos, arrepentíos de corazón

O no habrá perdón.

No más invasiones,

En el fútbol controla tus acciones.

Al campo ven a jugar y apoyar,

A tu casa vete si vas a insultar».

—«Controla tus pasiones» —le corrigió Anita.

En pocos minutos, la plaza se fue vaciando.

Era obvio que nuestra gran acción de protesta no les había impresionado como esperábamos.

Alicia y Felipe fueron los únicos que se quedaron allí, mirándonos.

—Os felicitamos, equipo —dijo Alicia—. Si no queréis ir a los partidos, lo comprendemos. Pero ahora tenemos que entrenar el córner. Nos jugamos mucho.

—Pensad que el Soto Alto puede ser campeón de Liga si marcamos gol —recordó Felipe—. Y viajaríamos al Caribe y todo.

—¡Hay cosas más importantes que el Caribe! —gritó Helena.

—No muchas —dijo Tomeo, resoplando.

—Veréis, es que es una huelga de fútbol total —expliqué a los entrenadores—. No podemos entrenar, ni jugar, ni nada.

—A lo mejor entrenar sí que podemos —dijo Toni—. Total, nadie se iba a dar cuenta.

—¡Nosotros nos daríamos cuenta! —le cortó Helena—. ¿Cómo pretendemos que nos tomen en serio los demás si ni siquiera nos tomamos en serio a nosotros mismos?

—Muy buena pregunta —le felicitó Anita.

—Que conste que yo me he abstenido en esto de la huelga —dijo Angustias—. Me está dando un poco de ansiedad.

—Vosotros veréis —dijo Felipe—. Tenéis derecho a hacer lo que mejor consideréis, pero me daría una rabia horrible que el Catán volviera a ser campeón de la Liga.

—Toma, y a mí —admitió Tomeo.

—Y a mí. Son unos chulitos y unos brutos.

—Os esperamos dentro de media hora en el campo de fútbol —dijo Alicia—. Decidid lo que queráis.

Los dos entrenadores también se marcharon.

Y nos quedamos completamente solos en la plaza.

No quedaba ni un alma.

Un poco chafados, la verdad.

—¿Podemos dejar ya la sábana? —preguntó Angustias—. Nadie nos está viendo.

Helena se encogió de hombros.

Bajamos de la fuente, desanimados.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Ocho.

—Yo voto que vayamos a entrenar un rato el córner —propuso Toni—. Y luego ya seguiremos con la huelga.

Por la puerta del bar, asomó Renato y le dijo a Ocho:

—Cariño, no te retrases después del entrenamiento. Estamos recogiendo todo esto y luego vamos al cine del centro comercial. Puedes decir a tus amigos que vengan si quieren, están invitados.

Uf.

Qué difícil decisión.

Por un lado, ir a entrenar. Preparar el córner. Intentar ganar la Liga para viajar al Caribe. Jugar al fútbol, que era lo que más nos gustaba en el mundo. Y después, al cine. Menudo planazo.

Por otro lado, quedarnos allí en la plaza con una sábana y seguir de huelga, aunque nadie se enterase.

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