Los Futbolísimos - El misterio del córner más largo del mundo - Capítulo 12
El misterio del córner más largo del mundo

Durante la cena, mi hermano estaba distraído, con una sonrisa de oreja a oreja.
Pensando en sus cosas.
Estábamos los cuatro en la mesa de la cocina, como de costumbre.
Mi madre pasó a su lado y le dio unos golpecitos en la cabeza.
—Aquí la tierra comunicando con Víctor, ¿hay alguien ahí? —dijo ella.
—¿Eh? ¿Qué pasa? —preguntó mi hermano.
—Que si quieres verduras con el filete —señaló mi madre, mostrando la fuente con la guarnición.
—Esta noche no tengo mucha hambre, gracias —dijo Víctor.
—Estás muy raro —apuntó mi padre—. ¿No tendrá nada que ver con una… novia? El amor está en el aire, je, je, je.
Todos reímos.
—Papá, qué dices, ¡yo no tengo novia! —protestó Víctor, malhumorado.
Mi hermano me fulminó con la mirada.
—Yo no he contado nada —me excusé.
—Venga, si os vieron todos en el campo de fútbol —siguió mi padre—. La niña esa, la Cefapódola, y tú en el campo…
—La Cefalópoda —le corregí.
—Se llama Olga —protestó mi hermano—. Y solo somos amigos, nada más.
—Sí, sí, amigos —dijo mi madre—. Muac, muac, un besito por aquí, otro por allá…
—¡Que no es lo que parece! —exclamó mi hermano—. Es un beso… entre amigos.
—Ay, Juana, ¿recuerdas el primer beso que nos dimos tú y yo? —suspiró mi padre—. Fue en «El túnel del tiempo», el karaoke de Moratalaz, me acuerdo como si fuera ayer.
Se acercaron el uno al otro y allí mismo, delante del horno, se pusieron a cantar al unísono la estrofa de una canción:
—Juntos, un día entre dos, parece mucho más que un día.
Juntos, amor para dos, amor en buena compañía…
Y de remate, se dieron un beso en medio de la cocina.
—Otra vez con la cancioncita —negó mi hermano—. Nos habéis contado la historia del karaoke mil veces.
—Y mil veces más que la contaremos, anda este —aseguró mi madre—. Qué grande es Paloma San Basilio.
—A lo mejor dentro de muchos años le cuentas a tus hijos tu propia historia —apuntó mi padre—. El primer beso de la Cefapolaida y tú en el campo de fútbol…
—La Cefalópoda —volví a corregirle.
—Qué bonito es el amor —afirmó mi madre.
—¡Olga y yo solo somos amigos! —repitió Víctor—. ¡Me voy a mi cuarto, ya no quiero cenar más!
—Pues sí que le ha dado fuerte —dijo mi padre—. Víctor, no te vayas así, que las verduras las he hecho rehogadas como a ti te gustan, con su puntito de soja y…
Pero mi hermano salió de la cocina y despareció de nuestra vista.
—Ay, el primer amor —soltó mi madre—. Ahora me encaja todo, por eso está tan sonriente Víctor estas últimas semanas…
—¿Al final has hablado con la madre de su amigo el Mosca? —le preguntó mi padre—. Lo mismo ahora ya no quiere ir a Benalmádena y prefiere quedarse en el pueblo con su… Cefalópoda… ¡Toma, lo he dicho bien!
Entre risas y verduras, terminamos de cenar.
Estuve un rato en el salón haciendo el puzle de Papá Noel con mi padre, no quería quitarle la ilusión.
Ya no recordaba lo difícil que era aquel puzle con tantas piezas, podríamos tirarnos todo el verano para terminarlo. Después de una hora, le dije a mi padre que ya seguiríamos.
Subí a mi cuarto, me lavé los dientes y repasé un rato las asignaturas que teníamos al día siguiente en el colegio.
Estaba agotado. Desde el domingo, llevábamos unos días muy ajetreados.
La invasión del campo.
La huelga.
El corte de carretera.
La denuncia a la policía.
Los dos robos de la copa.
El penalti córner.
La nueva invasión del campo.
Y, encima, nos íbamos a jugar la Liga en un córner decisivo.
Me tumbé en la cama.
Oí a mis padres entrar en su dormitorio.
—Buenas noches, que descanséis —dijo mi padre desde el pasillo.
—Eso, descansad, que ya es hora —añadió mi madre—. Y que soñéis con los angelitos.
—O con la Cefalópoda, je, je, je —remató mi padre.
Los dos se rieron y se fueron a dormir.
—Buenas noches —contesté.
Por supuesto, mi hermano no dijo nada.
Iba a meterme en la cama, cuando un ruido en mi ventana me llamó la atención.
¡Clonck! ¡Clonck! ¡Clonck!
¿Sería el viento?
Nada de eso.
¡Alguien estaba tirando unas piedrecitas desde abajo!
¡CLONCK! ¡CLONCK!
Me asomé y vi en mi jardín a Camuñas.
—Deja de tirar piedras —le pedí.
—Shhhhhhhhhhhhhhhhhh, que nos van a oír —dijo él.
A su lado, apareció Helena.
—Hola, Pakete —dijo ella—. Hemos venido a investigar.
—¿A mi casa? —pregunté.
—Pues claro, aquí fue donde robaron la Copa ayer por la noche —aclaró Anita, que también estaba allí.
—Pero… pero… ¿quiénes habéis venido? —pregunté, desconcertado.
—Todos, espabilado —respondió Toni, asomándose.
—Los Futbolísimos siempre unidos —aseguró Marilyn.
—Ya te digo —asintió Tomeo.
—Yo no quería venir —dijo Angustias, asomándose tras un seto.
—Yo tampoco, estoy muerto de sueño —admitió Ocho.
Allí estaban todos.
—¿Qué se supone que vamos a hacer? —dije, nervioso.
—Pues lo que siempre hacemos cuando investigamos: buscar pistas y pruebas en el lugar del robo —contestó Camuñas.
—O sea, en tu casa —sonrió Toni.
—¿Podemos subir? —dijo Helena.
—¿¡A estas horas!? —exclamé, asustado.
—¡SHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH! —dijeron todos a la vez.
—Podemos trepar por el tejadillo y entrar por la ventana —propuso Camuñas.
—Seguramente yo me caeré, pero no me importa intentarlo —aseguró Tomeo.
Parecían decididos.
—Si no hay más remedio, mejor entrad por la puerta de la cocina —propuse—, haremos menos ruido. Enseguida bajo y os abro.
Todos levantaron el pulgar y se dirigieron a la entrada de la cocina.
Me puse el chándal y bajé las escaleras descalzo, con mucho cuidado de no despertar a mi familia.
No se oía ningún ruido en los dormitorios, seguramente se habrían dormido ya.
Atravesé la cocina y descorrí los cerrojos de la puerta trasera.
De inmediato, fueron entrando todos mis compañeros.
—No sé si esto es buena idea —murmuré.
—Buenísima —afirmó Camuñas—. ¿Dónde está el dormitorio de tus padres?
—Está arriba, pero mejor investiguemos en la planta baja —respondí—. Si subimos, nos van a pillar.
—¿Dónde guardaste la Copa? —me preguntó Camuñas, muy serio.
—En el dormitorio de mis padres…
—¿Dónde desapareció la Copa? —insistió.
—En el dormitorio de mis padres…
—Entonces —concluyó Camuñas—. ¿Dónde tenemos que investigar?
—¡En el dormitorio de tus padres! —corearon todos.
—¡Shhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh! —pedí ahora yo.
Aquello era un disparate.
—Siempre investigamos en los sitios cuando están vacíos —recordé—, no cuando hay personas durmiendo en su interior.
Pero no me hicieron ni caso.
Enfilaron la planta de arriba.
—Lo siento —me dijo Helena—. Seguro que todo sale bien.
—No creo que salga bien —suspiró Angustias—. Ya veréis, va a ser un desastre.
Por una vez, estaba de acuerdo con él.
Una vez en el piso superior, nos comunicamos por señas.
Señalé el dormitorio de mis padres.
—Es malísima idea entrar ahora —dije bajando mucho la voz.
—Es nuestra obligación —zanjó Camuñas, que se había convertido en el líder de la investigación—. Tenemos que recuperar la Copa.
Entre Toni y Marilyn empujaron poco a poco la puerta.
Se oyó un ruidito como «niiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii».
Todos nos quedamos muy quietos, por si acaso.
Pero nada, el cuarto seguía en silencio.
Fuimos entrando de puntillas.
—Yo me quedo fuera, vigilando —susurró Angustias, desde el pasillo, agobiado.
Mis padres dormían en la cama tranquilamente.
Anita señaló a mi madre: llevaba puestos unos tapones en los oídos.
Enseguida entendí el motivo.
Mi padre empezó a roncar.
Al principio era un sonido ligero. Pero, a los pocos segundos, el ronquido subió de intensidad mucho, mucho, mucho… y luego volvía a bajar.
Era como una montaña rusa de ronquidos.
Primero suaves.
Después, muy fuertes, muchísimo, como una locomotora que te pasaba por encima.
Y de golpe se iban apagando.
Al poco, empezaba otra vez…
Nos quedamos allí un rato, hasta que comprobamos que ambos dormían profundamente. Uno con sus ronquidos, y mi madre con sus tapones.
Señalé encima del armario, donde había escondido la Copa.
Mis amigos observaron con atención.
Colocaron una silla y Anita, que era la más alta, se subió a revisar.
Sobre el armario seguía habiendo varias cajas amontonadas. No creo que allí hubiera nada sospechoso.
Anita removió algunas cajas, ante la mirada de los demás.
Ñiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…
La puerta del dormitorio se entornó.

Todos volvimos la vista y allí estaba Angustias, desencajado, haciendo aspavientos desde lejos.
—¿Qué le pasa? ¿Qué dice? —preguntó Marilyn.
—No me entero —murmuró Toni.
—Ni yo —aseguró Ocho.
Angustias movía las dos manos muy deprisa y señalaba hacia algún sitio que no podíamos ver.
Después se llevó una mano al oído.
—¿Le duele un oído? —dijo Tomeo.
—A lo mejor es que ha oído algo sospechoso —sugerí.
—Me parece que la mano significa «teléfono» —indicó Helena.
Angustias asintió con fuerza.
—Un teléfono… pero ¿cuál? ¿Alguien ha enviado un mensaje? —dijo Camuñas.
—Shhhhhhhhhhhhhhhhhhh —le pedí a mi amigo.
Seguíamos en el dormitorio de mis padres y podíamos despertarles en cualquier momento.
Angustias cada vez se desesperaba más, seguía haciendo gestos, asentía, negaba, movía las manos…
—Vamos a ver qué ocurre —propuso Helena.
—Además aquí no veo ninguna pista —dijo Anita, bajando de la silla.
Salimos al pasillo, donde Angustias seguía muy nervioso.
—Tranquilo, aquí estamos, ¿qué pasa? —preguntó Camuñas.
—Es… el hermano de Pakete, ha salido de su cuarto, ha cruzado por aquí mismo y ha bajado las escaleras —dijo, temblando—. No me ha visto de milagro.
—¿Y el gesto del teléfono? —preguntó Helena.
—Es que iba hablando por teléfono —contestó Angustias—. Ha dicho algo de un robo, me parece… No estoy seguro, casi me pilla… Ay, estoy muy nervioso.
—Tranquilidad —pidió Helena—. Si alguien pudo robar la Copa fue Víctor, eso está claro. Bajemos a espiarle.
—Sería mejor aprovechar para registrar su habitación —propuso Camuñas.
—Dividámonos en dos equipos —dijo Toni—. Yo voy a la habitación de Víctor.
—Hacía tiempo que no te veía tan entusiasmado con una investigación —le contestó Ocho.
—Es que esto de colarnos en casa de Pakete en plena noche y con toda su familia por aquí, me encanta, je, je —dijo Toni.
Toni, Camuñas, Tomeo, Anita y Marilyn entraron al cuarto de mi hermano en busca de la Copa.
Helena, Angustias, Ocho y yo nos dispusimos a bajar las escaleras.
Pero en cuanto pisamos el primer escalón, apareció mi hermano abajo, que volvía a subir.
Había cogido una botella de agua de la nevera y regresaba. Iba hablando por teléfono, en susurros.
—Yo también… tengo muchas ganas de verte… yo más… mucho más…
Pufffffffffff, seguro que hablaba con su novia.
—Hay que avisar a los demás —dijo Helena.
Retrocedimos y entramos a la carrera en el cuarto de mi hermano.
—Cuidado, que ya vuelve —advirtió Helena.
—¿Qué hacemos? —preguntó Tomeo.
—Nos va a pillar, no tendríamos que haber venido —sollozó Angustias.
—Rápido, escondeos donde podáis —ordenó Camuñas.
Estaba todo muy revuelto, ropa, carpetas, libros del instituto, videojuegos y toda clase de objetos tirados por el suelo.
Camuñas, Tomeo y Anita se metieron debajo de la cama.
Toni, Ocho y Marilyn entraron en el armario y cerraron por dentro.
Angustias se agachó en una esquina, detrás de la lámpara.
Helena y yo nos metimos debajo de la mesa del escritorio, entre un montón de cachivaches que tenía allí amontonados.
En ese instante, entró Víctor.
—Es un regalo muy especial… no te lo puedo decir… ja, ja, ja… que noooooooo…
Seguía hablando por teléfono. Se dejó caer en la cama.
—Mi madre está muy pesada, quiere hablar con los padres del Mosca… como se entere de que el Mosca no existe… ay, Olga, no digas eso… yo solo quiero ir a Benalmádena para estar contigo… de verdad… yo más…
O sea que todo lo del Mosca se lo había inventado mi hermano.
—Que sííííí, te va a encantar… es un regalo que no te esperas —dijo—. La he robado para ti…
Abrí mucho los ojos, Víctor estaba a punto de confesar.
—Sí, he robado la… —empezó a decir.
Pero no pudo terminar la frase.
—¡¡¡AAAATTTTCCCCHHHHHÚÚÚÚÚÚÚSSSSSSS!!!
Un enorme estornudo le interrumpió.
Mi hermano pegó un brinco del susto.
—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhh! ¿¡Quién está ahí!?
Angustias se asomó detrás de la lámpara.
—Perdón, es que hay muchísimo polvo en la habitación, lo siento —se disculpó.
—¿¡Qué haces tú aquí!? —gritó Víctor.
—Yo… yo… o sea… yo… ¡no lo sé! —contestó Angustias.
Y se echó a llorar.
Lo prometo.
¡Angustias primero estornudó y después empezó a llorar!
—¿Estás bien, Angustias? —le preguntó mi hermano—. ¿Te has perdido y has acabado en mi cuarto? ¡Todo esto es muy raro!
Angustias no dejaba de gimotear.
Tenía que hacer algo.
Salí de mi escondite bajo la mesa y traté de explicarme:
—Perdona, Víctor.
Al verme, mi hermano volvió a gritar del susto. Nos señaló como si fuéramos fantasmas.
—Pero… pero… pero… ¿Os habéis vuelto locos? ¿Qué hacéis tu amiguito y tú en mi habitación?
—Hola, yo también he venido —dijo Helena, saliendo detrás de mí—. Perdona, estábamos buscando pistas sobre el robo de la Copa de la Liga. ¿Tú no sabrás nada por casualidad?
—¿¡Estáis buscando pistas en mi habitación!? ¿¡En plena noche!? —exclamó mi hermano—. ¡Salid de aquí si no queréis que llame a papá y a mamá ahora mismo! ¡Se os va a caer el pelo!
—Ya nos vamos —dijo Helena—. Pero eso que estabas diciendo por teléfono… ¿Qué has robado exactamente?
Víctor retrocedió, negando con la cabeza.
—No podéis espiar una conversación privada —dijo, muy enfadado y se acercó al móvil—. ¿Hola? ¿Sigues ahí…? Perdona, es que mi hermano y unos amiguitos suyos han aparecido de repente en mi habitación… No me lo estoy inventando, te lo prometo…
—Estás hablando con la Cefalópoda —señalé—. Y le ibas a contar que has robado la Copa para regalársela a ella, ¿verdad?
—¡No te metas en mis cosas, te lo advierto! —replicó—. No, mi amor, tú no… O sea que tú sí… ¿la Copa? Era una sorpresa que iba a darte… un regalo…
—Qué fuerte, ha robado la Copa para dársela a su novia —dijo Helena.
—Bueno, tampoco es para tanto, nosotros la robamos primero —confesó Angustias.
—¡Olga es la mejor portera del mundo! —bramó Víctor—. ¡Y se merece la Copa más que nadie! ¡Y este verano voy a ir a Benalmádena a verla pase lo que pase!
En ese preciso instante, se abrió la puerta del cuarto y aparecieron mis padres.
Con cara de sueño.
Mirándonos perplejos.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó mi madre.
—Mamá, papá, estaba a punto de llamaros —dijo Víctor—. El enano y sus amigos se han colado en mi habitación y me estaban espiando. Hay que castigarlos ya.
—Helena, Angustias, buenas noches —saludó mi padre—. Francisco, ¿qué hacen tus amigos aquí a estas horas? ¿Por qué estáis en la habitación de tu hermano? Di la verdad.
—Eeeeh… yo… o sea…
Por fin, Angustias ahogó las lágrimas y explotó:
—¡Es todo un desastre! Primero, Camuñas robó la Copa en el colegio. Después se la llevó Pakete y la guardó en vuestro armario, dentro de un puzle. Más tarde la robó Víctor para regalársela a su novia la Cefalópoda. Y se va a ir con ella a la playa de Benalmádena. ¡Y el Mosca no existe, se lo ha inventado!
—¿¡¡¡QUÉ!???
—¡Perdón, yo es que enseguida confieso todo! ¡No soporto los secretos ni las mentiras! —exclamó Angustias.
Mi madre señaló a Víctor.
—¿Eso es verdad? —le preguntó.
—¿Qué parte? —dijo mi hermano—. O sea, lo de Olga y Benalmádena es verdad… en parte. Tenéis que dejarme ir, por favor.
—¿Y la Copa? ¿La has robado? —inquirió mi padre.
—No, no, no, eso sí que no —aseguró Víctor—. Es una acusación falsa, no hay pruebas.
Apenas terminó de decir eso, se abrió la puerta del armario y allí apareció Ocho, seguido de Toni y Marilyn.
—Perdón, aquí está la prueba —dijo Ocho.
Y levantó la Copa de Liga delante de todos.
—La tenía Víctor escondida en su armario, entre calcetines y ropa sucia —explicó Marilyn.
—¿Yo? ¡Que va, para nada! —negó mi hermano—. ¡Es la primera vez en mi vida que veo esa Copa!
—Víctor, deja de decir tonterías —saltó mi padre—. Nos has mentido con lo del Mosca. Y encima robas la Copa de la Liga. Y lo del puzle también me ha dolido.
—Lo siento —me disculpé.
—¿Ya podemos salir todos? —preguntó Camuñas, asomándose bajo la cama.
—Menos mal, me estaba ahogando —dijo Tomeo.
—Cuánto desorden —añadió Anita, moviendo unas cajas debajo de la cama.
—¡Esto es una locura! —gritó mi padre—. ¡Víctor será un ladrón y un mentiroso! Pero vosotros no podéis escaparos siempre en mitad de la noche… ¡Y no podéis colaros en una casa ajena sin permiso!
—Pakete nos dio permiso para entrar —se justificó Camuñas.
—Lo importante es que hemos recuperado la Copa —trató de sonreír Ocho.
—¡Seguro que la Copa la han puesto ellos dentro de mi armario! —se defendió Víctor.
Empezamos a hablar todos a la vez, entre protestas y acusaciones.
Hasta que mi madre dio un paso al frente y exclamó:
—¡PAMPLINAS!
Ya sabíamos que eso significaba una sola cosa: se acabó la discusión.
—El castigo para todos va a ser histórico, no os olvidaréis nunca de esta noche —zanjó mi madre.
Víctor se despidió del teléfono muy dramático:
—Adiós, mi amor… si no vuelvo a verte, acuérdate de mí.
Y colgó.
