Los Futbolísimos - El misterio del córner más largo del mundo - Capítulo 11
El misterio del córner más largo del mundo

—¿¡OTRA VEZ!? —exclamé.
No me lo podía creer.
¡Otra vez estaban invadiendo el campo de fútbol!
Nos quedamos atónitos, sin saber cómo reaccionar.
Allí estaban muchos de nuestros padres, profesores y vecinos del pueblo.
—No han aprendido nada —dijo Helena, decepcionada.
—Qué pena tan grande —añadió Anita.
Cientos de adultos saltaban y gritaban sobre el césped.
—¡En el campo del Soto Alto… no nos robarán! ¡No nos robaaaaaarán! —coreaban.
—Yo mejor me voy yendo, que los ánimos están muy caldeados —aseguró Quincoces, guardando el silbato y alejándose.
—Esto es un desastre —se lamentó Marilyn.
—No sabéis perder —protestó el Cazador, encarándose con la capitana.
—Cuando no os gusta el resultado, invadís el campo —añadió la Cefalópoda.
—Oye, que nosotros no hemos hecho nada —se defendió Camuñas.
—Ya, claro, han sido vuestros familiares y amigos, es lo mismo —acusó el Cazador.
Tenían razón, aquello no debería haber ocurrido.
Observé a los padres de Toni y de Camuñas, a la madre de Helena y a muchos otros, dando botes en el campo.
Busqué con la mirada a mis padres, pero no los localicé. No podía saber con seguridad si ellos también formaban parte de la invasión del campo.
Me acerqué a la portería donde habíamos disputado el penalti córner y escalé por uno de los postes.
Siempre se me ha dado bien escalar cosas, como la cuerda de nudos, las espalderas, la barra metálica, un árbol… o un poste.
Subí a lo más alto y me quedé apoyado en el larguero.
Desde allí, podía contemplar el campo de fútbol lleno de gente que vociferaba.
—¡Tongo! ¡Tongo! ¡Tongo!
Era un espectáculo lamentable.
—¡¡¡Silencio todos!!! —grité desde allí arriba.
Casi todos los presentes volvieron la vista hacia mí.
—Shhhhhhhhhhhhh… Anda, si es Pakete, ¿qué hace subido a la portería? Uy, fijo que se cae, es muy torpe —murmuraron algunos.
—¡Debería daros vergüenza invadir el campo otra vez! —exclamé.
—¡A mí no me da vergüenza! —respondió Quique, el padre de Camuñas—. ¡Ha sido mano clarísima!
—¡Eso da igual! —afirmé—. Aunque hubiera sido mano, ¡no se puede amenazar al árbitro ni invadir el campo!
—Amenazar tampoco, solo le hemos dicho al árbitro que está ciego y que no queríamos verle nunca más —se justificó Marimar, la madre de Helena.
—El fútbol es un deporte —seguí—. Si se mezcla con la violencia o la falta de educación, no tiene sentido.
—Qué pico de oro —dijo Laura—. Como alcaldesa, comprendo lo que dices, Pakete. En Sevilla la Chica somos gente pacífica, pero es que se están riendo de nosotros. Primero lo que pasó el domingo y ahora esto.
—¡Nada justifica invadir un campo de fútbol y gritar al árbitro o a los rivales! ¡Y menos en un partido de niños! —repliqué—. ¡Me avergüenzo de pertenecer al Soto Alto!
Mis compañeros se acercaron a la portería y se colocaron junto al poste.
—¡Todos nos avergonzamos! —bramó Marilyn.
—¡Tenéis que pedir perdón! —exigió Helena.
Un murmullo recorrió el campo.
Los adultos nos señalaban y hablaban entre ellos.
—¡Niños tener razón! —dijo Radu.
—Pero si tú también has invadido el campo —le recriminó Esteban.
—Yo no invadir —aseguró Radu—. A mí empujar personas y por eso saltar a césped…
La entrenadora Frida y los jugadores del Catán se habían quedado en una esquina, sin intervenir, expectantes.
Felipe y Alicia se colocaron junto a la portería y levantaron las manos en señal de protesta.
—¡Estamos con los niños! —dijo Alicia—. ¡Pedid perdón por la invasión!
—¡Eso, por invadir el campo… dos veces, que ya os vale! —confirmó Felipe.
—¡Pedid perdón ahora mismo o no volveremos a jugar al fútbol nunca más! —exclamé.
—¿Estás seguro, Pakete? ¿Nunca más? —preguntó Ocho, tragando saliva.
—Nunca más es mucho tiempo —suspiró Angustias.
—Yo me voy a tomar una barrita, que me estoy poniendo muy nervioso —musitó Tomeo.
—Esto se nos está yendo de las manos —dijo Toni.
—¡A los que se les está yendo de las manos es a los adultos! —repetí, indignado—. ¡El fútbol es un deporte para jugar en equipo, con deportividad…!
—¡Pequeñín, baja de ahí, que al final te caes! —gritó mi madre, abriéndose paso desde la banda.
—¿¡A quién se le ocurre subirse a una portería!? —preguntó mi padre.
—¡Mamá! ¡Papá! —dije, al verlos—. ¿Dónde estabais? ¿Vosotros también habéis invadido el campo y habéis gritado al árbitro?
—Qué cosas tienes, Francisco, nosotros noooooooooooooo —respondió mi madre.
—Para nada, hijo, nosotros estamos aquí muy tranquilos —añadió mi padre.
—A ver, Emilio, Juana, no vayáis de santos ahora —les señaló Laura—. Habéis gritado y saltado al campo como todos.
—Eso es así y no —dijo mi madre—. No hemos invadido el campo, porque esto no es un partido, solo un entrenamiento. Como mucho, nos hemos acercado al césped para ver qué ocurría.
—Exacto —confirmó mi padre—. Y si acaso hemos gritado «viva el Soto Alto» y «ra ra rá», creo recordar, nada ofensivo.
—Ya, claro, ahora resulta que aquí nadie ha hecho nada —dijo Quique Camuñas.
—Habla por ti, tú sabrás —le recriminó mi madre.
Empezaron a discutir entre ellos.
Unos decían que en realidad no había sido una invasión de campo, sino simplemente unos saltos al césped sin mala intención.
Otros, que aquello era intolerable y un malísimo ejemplo para los niños.
Pero nadie asumía la culpa de lo que había hecho.
—Bueno, no es para tanto, ahora todo el mundo a su casa y asunto arreglado —zanjó Esteban, el director del colegio.
—Eso, y que los niños no nos peguen estos sustos —pidió Antonio Pernía, el padre de Toni, que era uno de los primeros que había saltado al campo—. Yo he venido corriendo desde la fábrica porque me han dicho que había un reto urgente en el patio del colegio…
Increíble.
El domingo gritaban, insultaban al árbitro e invadían el campo.
Hace un momento volvían a hacer lo mismo.
Y al final, resultaba que la culpa era nuestra.
—¡Ya está bien! —grité de nuevo—. ¡No pienso bajar de la portería hasta que pidáis disculpas por invadir el campo!
De nuevo, un enorme murmullo recorrió el patio.
Todos me señalaban y comentaban.
—¡Pequeñín, es un gesto muy bonito, pero baja ya, que si te caes, va a ser peor! —dijo mi madre.
—¡Que no bajo! —aseguré—. ¡Me quedaré aquí todo el tiempo que haga falta! ¡Hasta que pidáis disculpas por invadir el campo… dos veces!
—¡Yo te apoyo, Pakete! —dijo Ocho—. ¡Yo también me quedaré en lo alto de la portería hasta que pidan perdón!
Se acercó al otro poste e intentó trepar.
Pero resbaló.
Volvió a pegar un salto y volvió a resbalarse.
Cayó de culo al césped.
—Es muy difícil subir —se lamentó—. Pero desde aquí abajo, ¡te apoyo cien por cien!
—¡Nosotros también! —gritaron Camuñas y los demás.
Me sujeté con fuerza al larguero, pasando las piernas y los brazos por debajo.
No era la posición más cómoda del mundo.
No sé cuánto aguantaría allí.
—¿Estás bien? —me preguntó Helena.
—Más o menos… O sea, que sí, que estoy fenomenal. ¡Pedid perdón por invadir el campo! —contesté.
—¡Pedid perdón… pedid perdón… pedid perdón! —corearon mis compañeros.
Radu, Alicia y Felipe se unieron a nuestros gritos.
También los jugadores del Catán.
Juntos gritamos:
—¡¡¡Pedid perdón… pedid perdón… pedid perdón!!!
Aquel clamor recorrió el colegio Soto Alto.
Me sentí orgulloso.
Por fin plantábamos cara directamente a los adultos que habían saltado al campo.
Todos unidos.
Lo único es que no creía que aguantara mucho más.
Apreté los pies y las manos, no quería caerme en ese momento tan emocionante.
Me fijé en la expresión de muchos de los que nos miraban: estaban a punto de disculparse.
—¡¡¡Pedid perdón… pedid perdón…!!!
En ese preciso instante, se oyó una voz que venía desde la grada:
—¡Callaos un momento, por favor!
Era…
—¡Víctor! ¿Qué pasa ahora? —preguntó mi madre.

Mi hermano estaba de pie en la grada del campo, dando saltos con un teléfono en la mano. A su lado, algunos de sus amigos aplaudían.
Víctor estaba eufórico, parecía que le iba a dar algo.
—¡Por favor, callaos, esto es muy gordo! —exclamó, señalando el móvil—. ¡A que no sabéis quién me está haciendo una videollamada por teléfono! ¡Es una persona muy famosa!
—¿Lamine Yamal? —preguntó Toni.
—Noooooooooooo.
—¿Mbappé? —dijo Marilyn.
—Que noooooooooo.
—¿Taylor Swift? —apuntó Tomeo.
—Nooooooooo.
—¿Papá Noel? —preguntó Ocho.
Mi hermano negó con la cabeza, desesperado.
—Me está llamando… ¡Alfonso Murillo Soto! ¡En persona! —dijo Víctor.
—¿Quién es ese? —preguntó mi padre.
—Me suena que es un pintor, o un cantante, creo —dijo Ocho.
—¡Alfonso Murillo Soto es el presidente de la FIFA! —explicó mi hermano—. ¡Una de las personas más importantes del mundo!
—Ah, ese, el caso es que me sonaba el nombre —dijo Esteban, rascándose la cabeza.
La FIFA es la Federación Internacional de Fútbol Asociación.
El organismo que dirige el fútbol en todo el planeta.
Son los que marcan las reglas del juego.
Además de organizar los mundiales de fútbol y muchas otras cosas.
Alfonso Murillo Soto era su presidente. Un colombiano que había sido jugador y que después había pasado a los despachos.
Era calvo y siempre vestía con traje y corbata.
Se trataba de una de las personas más poderosas del mundo del fútbol.
Y según mi hermano… ¡le estaba llamando por teléfono!
—¡Víctor! ¿Estás seguro? —preguntó mi madre—. ¡A ver si te están tomando el pelo!
—¡Que no, mamá! ¡Es el presidente de la FIFA! —insistió Víctor—. ¡Mirad!
Mostro la pantalla de su teléfono, pero desde lejos no se veía bien.
—¡Lo pongo en manos libres para que lo podáis oír todos! —dijo mi hermano.
Uno de los amigos de Víctor le pasó un pequeño altavoz, lo enchufó al móvil y lo levantó.
—Estos jóvenes de hoy llevan unos cachivaches que para qué —murmuró Esteban.
—Ser minialtavoces para música, yo también tener en coche —dijo Radu.
—¡Prestad atención, por favor! —bramó Víctor.
Se hizo el silencio.
Y a través del altavoz conectado al teléfono de mi hermano, se oyó una voz ronca:
—Buenas noches, pueblo de Sevilla la Chica. Les habla Alfonso Murillo Soto, presidente de la FIFA, desde Zúrich, Suiza. Es un placer saludarlos.
Laura se acercó y se apresuró a responder:
—El placer es nuestro, presidente. Soy Laura Doreal, alcaldesa del pueblo. ¿En qué podemos ayudarle?
—Resulta que me han avisado mis ayudantes de que se estaba retransmitiendo en directo por Instafan una curiosa competición de fútbol llamada penalti córner. Me he conectado para verlo y… ¡me ha encantado!
—¿Se estaba retransmitiendo el penalti córner por Instafan? —preguntó Toni, perplejo—. ¿¡Y nos estaba viendo el presidente de la FIFA!?
—He sido yo —dijo Víctor—. He hecho un directo y se ha ido conectando un montón de gente, lo he petado…
—El caso es que a mis colaboradores y a mí nos ha encantado el concepto del penalti córner —continuó Murillo—. ¡Es una idea buenísima, le da mucha emoción! ¡Estamos pensando en proponer al comité que lo implante en el próximo mundial!
—¡Toma, toma, toma! —gritó Camuñas.
La gente, muy sorprendida, aplaudió.
—Mi pregunta es: ¿quién tuvo la idea? —dijo Murillo—. Me gustaría conocer a la persona que se ha inventado algo así.
Todos miramos a los jugadores del Catán.
—Ha sido Olga, la portera del Recreativo Catán —contestó Víctor—. Es buenísima. Y tiene unas ideas increíbles…
Por lo que se veía, a mi hermano le caía muy bien.
Ella dio un paso al frente y levantó la mano.
—Hola, presidente, puede llamarme Cefalópoda —saludó Olga.
—Encantado, pequeña Cefalópoda —dijo él—. El penalti córner puede ser una revolución en el fútbol. Podríamos usarlo en caso de empate en lugar de la tanda de penaltis. Hay muchas otras posibilidades. ¿Cómo se te ocurrió algo así?
—La verdad es que no fue idea mía —explicó la Cefalópoda—. Nos lo enseñó nuestra entrenadora.
Y señaló a Frida. Mi hermano la enfocó desde lejos con la cámara del teléfono.
—No distingo bien desde aquí —afirmó Murillo—. ¿Quién es la entrenadora de tu equipo?
—Se llama Frida Schröeder, conocida como la Apisonadora de Leipzig —contestó la Cefalópoda.
—¡Ay, ay, ay! ¡Lo sabía, ay, ay, ay! —al presidente de la FIFA se le escaparon varios suspiros.
—¿Qué sucede? —preguntó mi hermano—. ¿Algún problema?
Pero Murillo se quedó mudo.
Mi madre se dirigió a la entrenadora alemana.
—Diga algo, buena mujer —le animó—. Es una oportunidad histórica. La FIFA quiere implantar su idea del penalti córner a nivel mundial.
Frida arrugó la nariz y soltó su célebre frase:
—Das mötche ich lieber nitch.
—Preferiría no hacerlo —tradujo Radu.
—Ya, ya, conocemos la frasecita —dijo Laura—. Perdone, señor Murillo. Me gustaría aprovechar la ocasión para invitarle a visitar Sevilla la Chica. Somos muy aficionados al fútbol y nos encantaría que viniera por aquí…
—¡Frida! —le interrumpió Murillo—. ¡Sabía que tenías que ser tú! ¡Eres una genia! ¡Siempre inventas cosas nuevas en el fútbol! ¡Desde que desapareciste te he buscado! ¡Por favor, vuelve!
—Vaya tela, estos dos se conocen, aquí hay salseo —murmuró mi madre.
—¡Vuelve a casa, Frida! ¡Te echo de menos! ¡Vuelve! —soltó Murillo.
Por toda respuesta, Frida contestó:
—Das mötche ich lieber nitch.
Dio media vuelta y se alejó del campo.
—¡Siempre igual, Frida! ¡Me abandonas, te vas! —protestó Murillo—. ¡Eras la mejor entrenadora y lo dejaste todo de la noche a la mañana! Y lo que es peor, ¡también me dejaste a mí! ¡Yo te quería! ¡Frida, vuelve!
Pero la entrenadora ya no le oía.
Se perdió por el fondo del patio y desapareció de nuestra vista.
—O sea que la Apisonadora de Leipzig y el presidente de la FIFA eran novios… ¡Vaya culebrón! —exclamó Felipe.
—Todo esto del penalti córner no era más que una excusa de Murillo para hablar con ella —asintió Alicia—. El amor lo mueve todo.
—Pero… pero… señor presidente… la idea del penalti córner le sigue interesando, ¿verdad? —intervino mi hermano.
—Sí, bueno, yo qué sé —contestó él, un poco tristón.
—Puede hablar con la Cefalópoda… o sea con Olga… —propuso Víctor—. Aunque se lo sugirió la entrenadora, ella es quien ha desarrollado la idea y…
—Ya veremos, ahora tengo un poco de prisa —le cortó Murillo—. Ha sido un placer, gente. Seguid practicando el fútbol. Es muy bonito. Hala, buenas tardes.
Y sin más, colgó.
—Pues vaya —dijo Tomeo—. ¿Entonces van a implantar lo del penalti córner en el próximo mundial o no?
—Habrá que esperar para verlo —respondió Marilyn.
—Uy, qué tarde es, yo me tengo que ir —dijo Laura—. Venga, amigos y vecinos, portaos bien. Nos vemos en la próxima.
Todos se fueron despidiendo y abandonando el colegio.
Yo seguía en lo alto de la portería, enroscado en el larguero.
—¿¡Es que os vais a marchar sin pedir disculpas por la invasión!? —preguntó Ocho—. ¿¡Vais a dejar al pobre Pakete ahí arriba!?
—Qué perra con lo de pedir perdón —dijo Quique Camuñas—. Venga, perdonad.
—Eso, disculpad, hasta luego —suspiró Marimar.
—Vamos, pequeñín, baja, que ya han pedido perdón —dijo mi madre—. Luego te vemos en casa, no tardes.
—Y hacemos el puzle, qué ganas —recordó mi padre.
En un abrir y cerrar de ojos, el campo se fue vaciando.
—Yo creo que ya puedes bajar —dijo Ocho—. Más o menos se han disculpado.
—Solo unos pocos —repliqué—. Y no lo han hecho de corazón.
—¿Te vas a quedar ahí arriba? —preguntó Camuñas.
—No lo sé —admití.
—Vete a casa —dijo el Cazador, señalándome—. Y los demás también. Habéis perdido el penalti córner, el campo nos corresponde a nosotros.
Los del Catán nos miraron.
—Tienen razón —dijo Anita—. Hemos aceptado el reto y hemos perdido.
—Vámonos, ya entrenaremos en otro momento —aseguró Helena.
Me sentía mal. No quería bajar de la portería.
Había dicho delante de todos que me quedaría allí hasta que pidieran disculpas de verdad. No podían invadir el campo de fútbol y luego hacer como si nada.
Aunque, por otro lado, el padre de Camuñas y algún otro sí habían pedido perdón.
Y yo estaba muy incómodo en aquel larguero.
Incomodísimo.
No sabía qué hacer.
Los jugadores del Catán se prepararon para entrenar.
Mis compañeros me observaron, esperando que bajara.
Entonces, mi hermano llegó corriendo hasta el área.
—Ha sido increíble, ¡el presidente de la FIFA me ha llamado! —dijo.
Me hizo ilusión que viniera a verme.
—Ha sido bastante increíble —confirmé—. No sabía que te interesara tanto el fútbol.
—No hablo contigo —rebatió Víctor.
—¿Y con quién hablas? —pregunté.
Cruzando el área, apareció Olga, la Cefalópoda.
Se acercó a mi hermano y…
¡Se dieron un beso!
¡En la boca!
¡Puaaaaaajjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj!
Del susto… ¡me caí de la portería!
Y me pegué un buen castañazo.
