Los Futbolísimos - El misterio del córner más largo del mundo - Capítulo 1
El misterio del córner más largo del mundo

El balón voló hacia mi posición.
Pegué un salto y… ¡lo controlé a la primera!
La gente en la grada aplaudió.
—¡Vamos, Pakete, tú puedes! —gritó Felipe, mi entrenador.
—¡Dale, Pakete, que nos jugamos mucho! —exclamó Alicia, mi entrenadora.
Vale, Pakete soy yo.
Me llamo Paco, pero todo el mundo me llama Pakete desde que fallé cinco penaltis seguidos en la Liga Intercentros.
Alicia y Felipe son nuestros entrenadores.
Que yo sepa, el Soto Alto Fútbol Club es el único equipo que tiene una pareja como entrenadores.
Son muy majos y nos cuidan mucho, aunque a veces no están de acuerdo.
—¡Centra al área, Pakete, un centro bombeado! —dijo Felipe.
—¡Qué centro ni centro, chuta directamente! —replicó Alicia— ¡No queda tiempo y se nos escapa la Liga! ¡Por una vez podemos ser campeones! ¡Por lo que más quieras, Pakete, dispara!
Con el balón pegado al pie, encaro el área rival por una esquina.
Delante de mí aparece un defensa enorme con el número 4. Le llaman Gigante por algo. Me mira fijamente y me gruñe:
—¡Grrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr!
Mi madre pegó un bote en la grada y saltó muy enfadada.
—¡Uy, le ha gruñido a mi niño, tarjeta para ese bruto! —pidió—. Además, que ese crío tiene por lo menos catorce años, si es grandísimo…
—¡Juana, que aquí todos tienen once añitos, son tan monos! —dijo mi padre, intentando calmarla—. Lo que pasa es que a esa edad unos se desarrollan antes que otros. Hay que dar ejemplo y no gritar desde la grada, ya sabes…
Gigante se abalanzó sobre mí con su enorme cuerpo y… ¡me pegó un tremendo empujón!
¡Salí disparado y caí de culo al suelo!
—¡Árbitro, falta y tarjeta! ¡No hay derecho! —gritó mi padre—. ¡Ese bruto tiene dieciocho años por lo menos!
El árbitro, un chico muy delgado con coleta, señaló el balón, resopló y dijo:
—¡Ha sido entrada limpia! ¡No hay falta! ¡Jueguen!
Se oyeron pitos, silbidos y algunos gritos de fondo.
Estábamos jugando en el campo de nuestro colegio.
Era la última jornada de la liga.
Y enfrente teníamos al actual campeón: el temible Recreativo Catán.
El Catán era un equipo infantil famoso por tres razones.
La primera, tenían el récord de tarjetas rojas.
La segunda, ¡llevaban dos años sin perder un partido!
Habían empatado algunos encuentros, pero desde que su nueva entrenadora se había hecho cargo del equipo… no habían perdido ni uno.
Y la tercera razón era precisamente su entrenadora, Frida, conocida como «la Apisonadora de Leipzig».
Frida Schröeder era una entrenadora alemana que, por lo visto, había llegado a dirigir equipos en la primera división de su país.
Sin embargo, un día estaba de vacaciones por aquí, conoció el pueblo de Catán y de la noche a la mañana decidió quedarse allí a vivir.
La llamaron desde su antiguo club para que regresara, pero ella simplemente respondió:
—Das möchte ich lieber nicht.
Que significa:
—Preferiría no hacerlo.
No dio ninguna explicación.
Sin más, cambió de vida.
Y cuando alguien le preguntaba los motivos, Frida siempre contestaba:
—Das mötchte ich lieber nicht.
O sea:
—Preferiría no hacerlo.
Cambió la fama y los focos por un equipo infantil desconocido.
Convirtió al Recreativo Catán en una máquina perfecta de jugar al fútbol. Infalibles. Invencibles. Insuperables. Y, a veces, un poco brutos.
En esos momentos estaba en el banquillo, moviendo los brazos para que sus jugadores se espabilasen. Era una mujer grande, rubia, seria y de pocas palabras.
Alicia se dirigió a ella:
—¡Entrenadora, diga a sus jugadores que tengan más cuidado, van a lesionar a alguien!
Frida se encogió de hombros y una vez más replicó:
—Das mötche ich lieber nicht.
—¿Es que siempre va a decir lo mismo? —se exasperó Alicia—. ¡Preferiría no hacerlo! ¡Yo también preferiría estar en mi casa tirada en el sofá un domingo por la mañana y aquí estoy!
Yo me llevé la mano a la espalda, la verdad es que me había hecho daño al caer.
Por suerte, mi compañera Helena con hache llegó a mi lado y me tendió la mano para ayudarme a levantar.
—¿Estás bien? —me preguntó.
—Sí, gracias… más o menos… gracias —balbuceé.
Cuando sentí su mano agarrando la mía, me puse rojo de inmediato.
Helena es la mejor jugadora del equipo. Tiene los ojos más grandes del mundo. Y es mi vecina y mi amiga y una vez nos dimos un beso, pero…
¡No me gusta!
Ni ella ni nadie, eso quiero dejarlo clarísimo.
Gigante intentó llevarse el balón, y como no lo consiguió a la primera… ¡le dio otro empujón a Helena!
Ella salió volando y cayó sobre mí.
Los dos fuimos directos al suelo de bruces.
Rodamos sobre el césped.
—Pero bueno, esto ya es demasiado —se quejó Marimar, la madre de Helena—. ¡Árbitro, es que no vas a pitar falta!
—Ha sido contacto entre los dos jugadores —se justificó el chico, pasando la mano por su coleta y resoplando—. ¡Jueguen, jueguen!
—¡Aquí viene Toni Superestar al rescate! —bramó Toni.
Era un poco chulito y le gustaba adornarse, pero también era el máximo goleador de nuestro equipo.
Gigante era un poco torpe. Aunque nosotros seguíamos en el suelo, se trastabilló él solo con la pelota y Toni aprovechó para robarle el balón e internarse en el área.
Todos en la grada se pusieron en pie y corearon su nombre:
—¡To-ni! ¡Toooo-ni! ¡Toooooooo-ni!
—¡Vamos, Toni, tú puedes, tira, tira, tira! —pidió Alicia.
La verdad es que estábamos todos un poco nerviosos, no era para menos.
Había mucho en juego en aquel último partido de la temporada.
Si ganábamos, nos proclamaríamos campeones de la Liga Intercentros.
Por el contrario, si el Catán ganaba o empataba… ellos volverían a ser campeones.
Era casi un milagro que hubiésemos conseguido llegar con opciones al final.
Había sido un año muy complicado y podíamos culminarlo si ganábamos.
—¡Dale, Toni, dale! —gritó Felipe—. ¡Solo quedan dos minutos!
En el marcador luminoso, se podía ver el resultado:
SOTO ALTO 2 – RECREATIVO CATÁN 2.
Si acabábamos así, el Catán sería de nuevo campeón.
Como estábamos en nuestro campo, la mayoría de los aficionados eran de nuestro colegio. Amigos, familiares, profesores y compañeros.
Todos animaban sin parar.
—¡¡¡SO-TO AL-TO GA-NA-RÁ!!! ¡¡¡RA-RA-RÁ!!!
El equipo que ganase se llevaría el título de la Liga Intercentros.
Y, por si fuera poco, viajaría a una playa paradisiaca en el Caribe a jugar el famoso TIRIRÍ (Torneo InteRnacional Infantil de la Ribera Maya).
Era una oportunidad única.
Pero si queríamos ganar la liga y clasificarnos para el TIRIRÍ, teníamos que meter un gol… y casi no quedaba tiempo.
—¡Marca, Toni, que nos vamos al Caribe! —exclamó su padre, Antonio Pernía, dando botes en la grada.
La portera del Catán, una chica muy alta con el pelo corto a la que llamaban Olga la Cefalópoda, porque parecía que tenía ocho brazos, golpeó con el puño el poste derecho, el palo por el que avanzaba Toni.
Nuestro delantero iba pegado a la línea de fondo, casi sin ángulo.
Las cosas como son. Toni era un chulito, pero también era muy bueno con el balón en los pies. Era capaz de meter gol casi desde cualquier sitio. Podía conseguirlo…
—¡Cuidado por detrás, Toni! —le avisó Alicia.
El lateral del Catán, el número 3 al que apodaban el Cazador, se lanzó con las dos piernas por delante a por Toni.
Él intentó saltar por encima, pero el Cazador… ¡le cazó!
Derribó a Toni, que cayó al suelo y pegó un grito:
—¡¡¡Ayyyyyyyy, mi tobillo, ay, ay, ay!!!
Toni se retorcía en el césped, doliéndose.
El balón salió por la línea de fondo.
El Cazador levantó las manos y se encogió de hombros, como si aquello no fuera con él.
—¡¡¡Tarjeta roja y penalti!!! —gritó Alicia.
—¡No hay derecho, árbitro, son unos brutos! —protestó Antonio, indignado.
Marilyn, nuestra capitana, llegó corriendo y se interesó por Toni.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó.
—¡El penalti lo lanzo yo! —respondió Toni, saltando como si tuviera un muelle.
—Si está preocupado por el penalti, es que no está tan mal —señaló la portera del Catán.
Toni se incorporó de un salto y replicó:
—¡Tú no te metas, Cefapodóloga!
—¡Cefalópoda! —le corrigió Anita, nuestra portera suplente, desde el banquillo—. ¡Significa pulpo, por los tentáculos!

El encargado de tirar los penaltis en el equipo era yo, a pesar de mi mala racha.
Pero a mí me daba igual si Toni lo quería lanzar.
—¡Árbitro, pita de una vez el penalti, que me estoy poniendo muy nervioso! —pidió Ocho, el eterno suplente, de pie junto a Anita.
Pero en lugar de eso, el árbitro resopló una vez más y dirigió su dedo índice hacia la esquina.
—¡Córner a favor de Soto Alto! —indicó—. ¡Piiiiiiiiiiiiiiiiii!
—¡No, no, no! ¡Es penalti! —protestó de inmediato Toni.
—¡Árbitro, o estás ciego o te han comprado los del Catán! —gritó Antonio, su padre—. ¡No sé qué es peor!
La gente en la grada comenzó a abuchear y a gritar.
—¡Fuera, fuera, fuera!
—¡Tranquilidad! —pidió Helena desde el campo—. ¡Olvidemos las protestas y saquemos el córner! ¡El tiempo sigue corriendo!
En la pantalla, se pudo ver la cuenta atrás del cronómetro.
1 minuto 10 segundos.
1 minuto 9 segundos.
1 minuto 8 segundos…
Aunque la gente en la grada seguía protestando, nosotros nos preparamos para sacar cuanto antes.
Como soy de los más bajitos del equipo, también soy el encargado de lanzar los córners.
—¡Arriba todos! —ordenó Alicia—. ¡A rematar!
—¿Todos? —preguntó Camuñas, nuestro portero.
—¡TODOS! —repitió Alicia.
Camuñas se ajustó la gorra y subió junto a Tomeo, defensa central, y Angustias, el lateral derecho.
Se unieron a Helena, Toni y Marilyn dentro del área, preparados para rematar.
Dejamos nuestra portería vacía.
Teníamos que arriesgarnos: era la última jugada del partido. Y había que marcar.
Los jugadores del Catán empujaban y defendían con fuerza, eran todos enormes, mucho más altos que mis compañeros.
Coloqué el balón en la esquina.
Y me preparé para lanzar.
Pude ver a mis compañeros tratando de hacerse hueco, buscando los espacios.
Aquel era el córner más importante de la historia de Soto Alto.
59 segundos.
58 segundos.
57 segundos…
Entonces, en ese preciso instante, ocurrió.
Como ocurren muchas veces las cosas, por un detalle.
El Gigante pegó un empujón a Helena dentro del área.
¡Otra vez!
Ella intentó aguantar, pero salió disparada y cayó al suelo.
—¡Esta vez sí que sí! ¡Lo ha visto todo el mundo! ¡Penalti como una catedral! —saltó Felipe.
—¡Al final va a romper a mi chiquitina! —protestó Marimar—. ¡Tarjeta roja, árbitro!
—¡Mamá, no protestes, estoy bien! —intentó decir Helena, levantándose.
Pero ya era demasiado tarde.
La gente en la grada gritaba y abucheaba.
—Árbitro, ¡qué malo eres!
—¡No te enteras de nada!
—¡Tongo, tongo, tongo!
El árbitro insistió:
—¡Ha sido córner! ¡Vamos, vamos, saque ya o se acabará el tiempo!
Pero no pude sacar.
Porque el público… ¡saltó al terreno de juego!
Lo prometo.
Cien o doscientas personas invadieron el campo al grito de:
—¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Tongo! ¡Tongo! ¡Tongo!
Alicia y Felipe trataron de apaciguar los ánimos, pero era demasiado tarde.
La gente estaba muy enfadada.
El árbitro salió corriendo, saltó una valla, cruzó el patio del colegio a toda velocidad y desapareció al fondo.
Frida tocó las palmas y todos los jugadores del Catán se fueron detrás de ella hacia el vestuario.
Miré aquel espectáculo atónito.
Nunca había ocurrido una cosa así en el campo del Soto Alto.
Eran nuestros compañeros, profesores, amigos y familiares.
¡Ocupando el campo y saltándose todas las normas!
Brincaban y coreaban:
—¡Soto Alto unido, jamás será vencido!
—¡No nos robarán! ¡En el campo del Soto Alto… no nos robarán!
Observé el espectáculo avergonzado.
Reconocí a muchos de mis vecinos del pueblo, personas normales que, de repente, habían decidido que invadir un campo de fútbol infantil era una buena idea.
Helena negó con la cabeza, desesperada.
Busqué con la mirada a mis padres, pero no los encontré.
No podía estar seguro si ellos también formaban parte de aquella locura.
Poco a poco, mis compañeros y yo también nos retiramos.
Atravesamos el césped y nos fuimos al vestuario.
Nos dejamos caer en los bancos.
Desde allí se seguían oyendo los gritos de afuera.
—Puf, creo que mi padre ha sido uno de los primeros en saltar —admitió Toni.
—Al mío también le he visto dando botes sobre el césped —dijo Tomeo—. Me voy a comer una barrita energética a ver si me animo.
—Y luego dicen que los adultos nos tienen que dar ejemplo —suspiró Anita.
—Últimamente ha sucedido en más campos de la liga —se lamentó Marilyn—. Invasiones, gritos, amenazas… Están convirtiendo el fútbol en un campo de batalla.
—¡Tenemos que hacer algo! —propuso Helena.
—¿Invadir el campo del Recreativo Catán? —preguntó Tomeo.
—Noooooooo —replicó Helena—. Justo lo contrario. Tenemos que decir basta ya.
—Ah, vale, perdón, que me lío —dijo Tomeo.
—Los que hacen esas cosas son siempre los adultos, nunca los niños —recordó Marilyn.
Helena se subió a uno de los bancos del vestuario y propuso:
—¡Hagamos una huelga!
—¿¡Una huelga sin ir al colegio!? —dijo Camuñas, entusiasmado—. ¡Me apunto!
—No, me refiero a una huelga sin fútbol —explicó Helena—. ¡Dejemos de jugar al fútbol hasta que los mayores dejen de hacer estas cosas!
—¿Sin jugar al fútbol? —preguntó Toni, temeroso—. Si es lo que más nos gusta en el mundo…
—Precisamente —dije yo—. Tenemos que defender el fútbol, si no, se lo cargarán. ¡Estoy con Helena! ¡Huelga sin fútbol!
—Pero… ¿hasta cuándo? —dijo Ocho.
—Hasta que todos los adultos que han participado hoy en la invasión del campo pidan perdón —contestó Anita.
—¡Perfecto, buena idea! —asintió Helena.
—Había muchísima gente, no sabemos exactamente quiénes eran —recordó Ocho.
—De eso se trata —dijo Helena—. De que confiesen y se disculpen por lo que han hecho.
—Ayyyyyyy —suspiró Angustias—, me estoy agobiando. Yo solo quiero irme a mi casa y meterme en la cama.
—Cada vez hay más violencia y cosas feas en el fútbol —dijo Marilyn—. ¡Huelga!
—Está muy bien como idea —dijo Camuñas—. Pero solo somos unos niños, nosotros no podemos cambiar el mundo.
—Si nadie hace nada, nunca cambiarán las cosas —rebatió Helena—. Además, el mundo no lo sé, pero a lo mejor la Liga Intercentros sí podemos cambiarla. Por algo somos… ¡Los Futbolísimos!
Los nueve jugadores de Soto Alto teníamos un pacto secreto: el pacto de los Futbolísimos.
Habíamos prometido que siempre jugaríamos juntos y nos ayudaríamos los unos a los otros pasara lo que pasara.
Solo lo conocíamos nosotros, por eso era «secreto».
—Yo me estoy poniendo un poco nervioso —reconoció Camuñas—. A mí me gustaría que nos dejasen terminar el partido… y meter un gol… y que nos fuésemos juntos al TIRIRÍ.
—Toma, y a mí —dijo Ocho.
—Hay cosas más importantes que el TIRIRÍ —replicó Marilyn.
—No muchas —musitó Toni—. Ojo, que estamos hablando de un torneo internacional en el Caribe, una semana con todos los gastos pagados.
—¡No vamos a vendernos por un viaje al Caribe! —aseguró Anita—. ¡Yo voto a la Huelga!
—¡Y yo…! ¡Y yo también! ¡Vale, y yo! ¡Qué remedio, yo también!
Todos votamos a favor… excepto Angustias.
—Yo me abstengo —dijo Angustias—. No por nada, es que cuando me angustio, así en general, me cuesta tomar decisiones.
—Pues decidido —exclamó Marilyn—. ¡Huelga contra la violencia en el fútbol!
—¡No volveremos a jugar hasta que todos los que han invadido el campo lo reconozcan y pidan perdón! —añadió Helena.
Juntamos las manos y gritamos:
—¡Por los Futbolísimos!
Angustias suspiró y dijo:
—Gracias por dejarme participar en el grito, aunque me haya abstenido.
Según salíamos, Toni murmuró ensoñador:
—Qué lástima, yo ya me veía en el Caribe jugando el TIRIRÍ…
Esa misma tarde, se convocó una reunión urgente del comité de la Liga para tratar lo que había sucedido en el partido.
Llamaron a los entrenadores de ambos equipos.
Nuestro plan era presentarnos en la reunión y anunciar la huelga.
Así que allá nos fuimos…
