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BARCELONA

La maldición de los mitos culés

Kubala se marchó despechado al Espanyol, Núñez liquidó a Cruyff. Y Suárez, Maradona, Schuster, Ronaldo, Romario o Neymar tuvieron también un final traumático.

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La maldición de los mitos culés

Podemos convenir en que hay tres mitos por encima de todas las cosas en la historia del Barça. Dos de ellos, por cierto, ya tienen estatua: Ladislao Kubala y Johan Cruyff. Y al tercero, Leo Messi, le espera otra tarde o temprano. Ninguno de los tres tuvieron (o van a tener) un final de película en el Barça. Ni ellos, ni dioses menores como Luis Suárez, Schuster, Maradona, Ronaldo, Laudrup, Romario, Figo o Neymar. Algo maldito está instalado en la historia del Barça, que tal vez tenga que ver con el guerracivilismo instalado en una entidad vibrante pero que tiene la capacidad de dañarse a sí misma como ninguna. Algo diabólico que ha acabado por convertirse en natural y que tiene que ver finales traumáticos de grandes personajes.

Empecemos por Kubala. El último partido como jugador de Laszi fue la final de los postes de Berna en 1961. Quería seguir jugando, pero Enric Llaudet tenía otros planes para él. El físico de Kubala estaba muy castigado, así que fue nombrado director de la escuela de futbolistas del club y luego, entrenador. Fue técnico del Barça la segunda mitad de la temporada 1961-62 la primera parte del curso 1962-63. Pero el Barça no iba bien y, despechado después de ser destituido, Kubala fichó por el Espanyol..., como jugador. Parte del barcelonismo no entendió la decisión. Terminaría por hacer de entrenador-jugador y recibió un 5-0 en el Camp Nou. Pidió a sus compañeros del Espanyol hacer pasillo a los del Barça en otra decisión que generó controversia.

Sigamos por Cruyff. Su final como jugador fue extraño. Después de cinco años, su último partido fue un amistoso contra el Ajax. Núñez acababa de ganar las elecciones y compartió palco con Raimon Carrasco, presidente saliente. Después de cinco años de azulgrana y de renunciar al Mundial, se pensaba que ese podía ser su final... Pero no. Cruyff siguió jugando. En Estados Unidos, Levante, Ajax y Feyenoord, donde le demostró al Ajax que no estaba acabado llevándose la Liga con el eterno rival. Así era Johan. Pero el final maldito para Cruyff no llegó como jugador, sino como técnico. Después de elevar al Barça a cuotas desconocidas, a llevarle a ganar cuatro Ligas consecutivas, algo que ni Guardiola llegó a repetir, y darle la primera Copa de Europa la historia al club, fue despedido de mala manera por Núñez a punto de finalizar la temporada 1995-96 cuando estaba construyendo un Barça grande. Su adiós dividió para siempre a la afición barcelonista entre nuñistas, que tuvieron su continuación en el gasparismo y más, tarde, en el barto-rosellismo; y cruyffistas, corriente a la que se adhirieron sin género de duda Guardiola y Laporta. Todavía no se ha encontrado una tercera vía a esa dicotomía. El asunto ha sido tan feo que Cruyff llegó a devolver la insignia que le señalaba como presidente de honor del club cuando Rosell fue elegido presidente en 2010. "Estas cosas cuestan mucho aceptarlas (lo nombró Laporta), pero devolverlas, poco trabajo", explicó con absoluta sencillez el holandés.

Vayamos a dioses un escalón por debajo de Kubala, Cruyff o Messi, pero trascendentes. Luis Suárez explicó recientemente en una carta abierta a la web del Barça su extraño caso, que desembocó en un traspaso por 25 millones de pesetas al Inter que, por otra parte, salvó la economía del club y había sido autorizado por Enric Llaudet y Jaime Fuset, que eran los candidatos a la presidencia cuando se marchó. "Se había creado una situación que acabó provocando mi adiós. No sé muy bien por qué, pero el público del Barça me empezó a pitar. Se había generado una situación de rivalidad entre Kubala y yo que en realidad no existía. Él y yo siempre nos habíamos llevado muy bien pero la gente insistía en pitarme cuando él no jugaba. La cuestión es que yo no ocupaba su lugar en el campo. Yo hacía de organizador de juego. Teníamos roles diferentes y, cuando él no jugaba, seguramente era porque Kocsis, Evaristo o Eulogio Martínez, otros grandes jugadores que teníamos en el equipo, eran los que jugaban en su sitio. De hecho, me silbaban también cuando Kubala jugaba". En un amistoso incluido como contraprestación a su traspaso, la afición del Camp Nou pitó a rabiar al gallego que, dolido, acabó haciendo un corte de manga y yéndose sin avisar. En 1968, Kocsis invitó a Suárez a su partido homenaje. Entonces la afición, tal vez entendiendo el error, le aplaudió.

En los 80, las marchas traumáticas fueron las de Maradona y Schuster. La del primero fue una historia inacabada. Sus dos temporadas en el Barça estuvieron marcadas por las lesiones y, finalmente, aquella final de Copa contra el Athletic y tras la que le esperaba una sanción que esquivó dando orden a sus agentes de que trajesen una oferta que fue del Nápoles. "Catalunya es un gran lugar para vivir..., menos para un futbolista", llegó a decir en su adiós, lleno de reproches al presidente, Josep Lluís Núñez. "Se va muy a pesar mío", llegó a decir. Pero no era tan así. Núñez ya había estado haciendo sus planes. Iba a terminar con Menotti y fichar a Venables. Antes de aislarse, el argentino saltó.

Después de Maradona, llegó el mal final de Schuster. Una pareja que podía haber dominado Europa, rota por la mala gestión del nuñismo. Es bien conocida la anécdota de Schuster en la final de la Copa de Europa de Sevilla, cuando se marchó en taxi del Sánchez Pizjuán al ser sustituido ante el Steaua y siguió la tanda de penaltis desde el hotel. "Venabñes quería demostrar que podía ganar la Copa de Europa sin mí", llegó a decir. Schuster llegó a estar un año sin jugar en el Barça. Luego participó en la temporada 1987-88, pero su cabeza ya estaba en el Madrid. Se negó a renovar y, después de una reunión con Leo Beenhakker y Ramón Mendoza, decidió fichar por el Real Madrid.

En los 90 también hubo adioses sonados. No de mitos, pero sí de ídolos exprés de la afición azulgrana. Harto de Cruyff, Laudrup se marchó al Madrid. Después de hacer 30 goles en LaLiga 1993-94, Romario ganó el Mundial con Brasil y se hartó de fútbol. Se vio suplente en la previa de un Clásico, cogió un avión y se fue a la francesa al Flamengo. Ronaldo también entró en el corazón de los barcelonistas. Núñez se gastó una millonada para pagar su traspaso procedente del PSV. El brasileño jugó un año maravilloso, pero el Inter llegó a por él y Núñez, en otra demostración de torpeza negociadora, envalentonó a los agentes, los famosos Martins y Pitta (llegaron a ser detenidos en el año 2003), que se lo llevaron sólo un año después de llegar a la Serie A. El Barça cultivó entonces el amor a Luis Figo, jugador que llegó a llevar el brazalete y cuyo adiós, marchándose por 10.000 millones de pesetas al Real Madrid, dejó a la afición huérfana en lo que se considera la mayor traición de la historia del club. Y así podríamos seguir con Rivaldo y Ronaldinho..., hasta la siguiente huida memorable, la de Neymar, que nadie de la directiva quiso ver en 2017. El mejor socio de Messi, su amigo personal además, se marchó y dejó a Leo solo. De aquellos polvos, estos lodos.... Es evidente que hay algo maldito en la relación del Barça con sus mitos.