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ATLÉTICO DE MADRID | LOLA ROMERO

“El Féminas siempre se siente grande: detrás está el Atleti”

Hace 15 años que Lola Romero llamó a las puertas del Atlético pidiendo asilo deportivo para 40 futbolistas que se habían quedado en la calle. Así nació el Atleti Féminas.

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“El Féminas siempre se siente grande: detrás está el Atleti”

Preside el Atlético Féminas y, además, tiene tres tiendas de pan. Curioso.

—Lo vivo a la par. Cuando a veces no puedo más en la pastelería me voy al Atleti y al revés (sonríe). Me apasionan las dos cosas, la verdad, y vivo ambas con mucha intensidad.

—¿Hace usted el pan?

—Lo hacía. Cuando cogí la primera tienda, hace 25 años, entraba a las tres de la mañana y, a veces, tenía que dormir en la mesa en la que lo hacíamos. Y todos los días decía: “Mañana contrato un panadero”, pero al rato se me olvidaba y no volvía a acordarme hasta el día siguiente. Pero a las tres de la mañana no puedes contratar a uno...

—¿Cómo llegó al deporte?

—¡Muy en contra de lo que quería mi padre! Él tocaba el clarinete y sólo quería que tocara el piano, la flauta, el acordeón...

—Pero usted salió judoca...

—Empecé por mi hermano. Tenía 9 años, iba a verle entrenarse y me gustaba tanto que dije: “Quiero”. A los 14 era campeona de España junior. El judo me ha marcado muchísimo: me ha ayudado a caer y a levantarme.

—¿Por qué lo dejó?

—Fue a los 21 años porque tuve un hijo, que es la tienda, y ya no podía seguir. Pero gracias a ello vino lo demás. Un día llegó a la tienda un equipo de fútbol sala, Las Musas de San Blas, a pedir patrocinio y yo les puse las camisetas. Me dijeron: “Vente un día”. Y fui. Aquel día faltaba una portera. “¿Quieres ponerte?”. Hacía frío, yo tenía unos guantes de lana fuertes y me puse. Por el judo, me es sencillo caerme y, por mi talla, tapaba bien la portería de fútbol sala.

—¿Ahí le picó el gusanillo del fútbol o lo tenía de antes?

—Que va. No, no. Yo, fútbol para nada. ¡Si abría siempre el periódico por la parte de atrás para leer cosas sobre judo!

—¿Y cómo llegó al fútbol?

—Pues igual. Un día fui a ver al Coslada, estaba en la grada y me dijeron: “¿Te pones?”. Y me puse. Luego, a raíz de conocer a María Vargas, entrenadora del Coslada, y ser la portera del equipo, ocurrió que cambiaron al presidente y el nuevo que llegó se cargó el femenino. Ahí fuimos a pedir asilo al Atleti.

—¿Por qué?

—Porque María es atlética hasta las cejas y me dijo: “Si vamos a algún club, ha de ser el Atleti”.

—¿Cuándo fue?

—En 2001 y curioso. Al salir de entrenar siempre tomábamos una cervecita a un bar en La Peineta, El tercer tiempo. Un día María iba al baño, dribló a un grupo de personas y una le dijo: “Por la derecha, la izquierda... Tú has sido interior zurda”. “¿Cómo lo sabes?”. “Hombre, soy ojeador del Atleti, ¡cómo no voy a saberlo!”. Cuando nos iban a echar del Coslada pensamos: “¿Por qué no hablamos con este hombre?”. Él nos puso en contacto con Víctor Parra, entonces director de fútbol base, y éste, con Emilio Gutiérrez, nuestro mayor padrino. Él medio convenció a Miguel Ángel (Gil Marín) de que hubiera una sección femenina. Era una época complicada, con el Atleti en Segunda por segundo año. Una valentía total.

—¿Y cómo fue ese, “venga, sí”, del Atlético?

—En julio. Yo iba cada día al estadio a preguntar. Fue un mes con una incertidumbre tremenda. Celebramos el sí con champán y empezamos a entrenarnos en Vicálvaro, sin sede. Éramos un sucedáneo, Atlético Féminas, nada más. Nos dijeron: “Arrancad. A ver cómo funciona y vemos los pasos a dar”.

—¿Por qué es presidenta?

—Por suerte o desgracia, allá donde he ido siempre he dado la nota. Por liderazgo, mi afán empresarial o porque nunca doy nada por perdido. Yo quería volcarme en lo que realmente necesitaban las jugadoras y dejé la portería. Fue difícil: pasas de celebrar todo a tener la responsabilidad de lo que se celebra.

—¿Cuál es su labor?

—Arremangarse, trabajar y, a veces, incluso, rozar un poco la humillación, como muchos presidentes del fútbol femenino, para que a las jugadoras no les falte de nada.

—¿Recuerda la primera vez que vistieron la rojiblanca?

—Me emocioné muchísimo. Yo las miraba y las veía a todas vestidas igual. ¡Yo eso no lo había visto nunca! Ya era un paso de gigante. “Ya somos un grande”, pensaba. ¡Y no éramos nadie! Sólo 40 niñas a las que dieron asilo deportivo. Pero los periódicos se hicieron eco y te das cuenta de la dimensión del club. El Féminas siempre se sintió grande porque está en un club enorme y eso siempre lo sentimos, que el Atleti está detrás.

—¿El primer partido?

—Fue contra el Gredo San Diego, nuestro padrino fue García Calvo y ganamos 6-0. Claro, como éramos un equipo de Liga Nacional que bajó a Primera Regional, dos categorías por debajo para poder inscribirse, teníamos nivelazo. Primer año y subimos a Preferente. Segundo y a Nacional. Tercero y fuimos campeonas de Nacional, pero no logramos el ascenso.

—¿La temporada pasada fue la mejor del Féminas?

—En clasificación sí. Pero la mejor fue la del ascenso a Primera. Eso no lo olvidas nunca. Nos costó dos años y ahí noté que el club entraba en otra dimensión. Dije: “Necesito cosas para que las jugadoras se sientan de Primera”. Un jefe de prensa, la ropa lavada, planchada... Si tú haces ver que están al nivel de este club, del Atleti, las jugadoras responderán igual. No se puede pedir si no das.

—¿El fútbol femenino vive ahora su momento?

—Sí. Se está moviendo tanto que ahora vamos a avanzar diez años en dos meses. Hay proyectos, como el estamento único de la Liga para trabajar en pro del fútbol femenino, que llevábamos años persiguiendo.

—En Majadahonda cuesta aparcar si juega el Féminas...

—Es impresionante. Estoy maravillada. Y estas jugadoras han enganchado a afición que no era atlética a serlo. Mira, para que veas hasta qué punto: el año pasado, en un partido, saltó al campo un niño con una cartulina (“¿Messi, me das tu camiseta?”) por Silvia Meseguer, que me miró alucinada y me dijo: “No conozco al niño de nada...”. Y se la dio, claro.

—¿Qué ha cambiado?

—España es una sociedad mucho más igualitaria, más tolerantes y que vivimos en el siglo XXI.

—¿Ayudó que España se clasificara al Mundial de Canadá?

—Claro. La tendencia existía, pero el cuidado de los medios con ellas en Canadá fue primordial. Y el cambio de seleccionador, con esto no quiero criticar al anterior, pero era algo que se estaba reclamando. El cambio. Sino las cosas se estancan.

—Ya no es raro que una chica quiera ser futbolista...

—Claro. Antes tenían que jugar a escondidas. Ahora son los padres quienes traen a las niñas. ¿Por qué esas gradas llenas? Porque la gente llega y se enamora de la belleza del fútbol femenino. Y las redes sociales han ayudado. Antes esto no se conocía, ahora hay hasta tele.

—Impensable hace 10 años...

—¡Y tres! Cuando empezaron a televisarnos, llegué al club y me dijeron: “Tenéis tele, ¿no? ¿Y cuánto os pagan?”. “No, no, que no nos cobren”, respondí yo.

—¿Qué es lo peor que ha podido escuchar en una grada?

—Me da rabia cuando, a una jugadora nuestra que juegue con chicos, le arreen, se revuelva y le digan: “¿No quieres fútbol? Pues ya sabes y, si no, a fregar”. Pero cada vez es menos.

—¿Al fútbol femenino le falta la apuesta del Madrid?

—Sería bueno. Pero no falta porque todos crecemos sin que esté. Aunque tendría que darse cuenta de que el futuro del fútbol es femenino. Y no lo digo yo, lo dice la FIFA.

—¿Y no le da miedo de que el Madrid cree una sección femenina y le quite jugadoras?

—No, de momento no. Y ya les llevamos quince años de ventaja...

—En lo económico, la diferencia entre masculino y femenino sigue siendo un abismo...

—Se mide por los ceros. Los nuestros se suman a la izquierda y, los de ellos, a la derecha... A las jugadoras les da para vivir, mantenerse y poco más.

—¿Cuántas niñas tiene ahora el Féminas?

—Federadas, 200. Y en escuelas de iniciación, ciento y pico.

—¿Queda alguna de las 40 que empezaron?

—Ninguna. La que más lleva es Amanda, que empezó de alevín y lleva 12 años. Una vida.

—Dice que una de las experiencias de su vida fue el sorteo de Champions en Ginebra.

—¡Imagina! Cuando nos clasificamos para la Champions no me lo creía. Era un sueño. No hemos ganado la Liga, pero prefiero haber sido subcampeonas y entrar en Champions. Me pasa como cuando... (se emociona), como cuando ascendimos. Es otra cosa. Sólo quieres respirar lo que vives. Cuando fui al sorteo a Ginebra sentía que se me salía el corazón todo el rato. Miraba y veía delante al Wolfsburgo, y al lado al Bayern, y al Chelsea, al Liverpool, al Benfica... Y tú ahí, uno más. ¡Durante un segundo, dos, van a mencionar el nombre del Atlético Féminas en toda Europa! ¿Tú sabes lo que se siente? Eso no tiene un valor. Dices: “Estamos ahí”. Ahora no queremos defraudar.

—En su debut en Champions, el pasado martes, perdieron 0-2. El miércoles es la vuelta en Rusia. ¿Remontarán?

—Mira, vivo lo que pasó el otro día con más injusticia que impotencia. Vamos a ir a Moscú sabiendo que somos capaces. Las jugadoras tienen rabia. Y van a ir a por la justicia.

—¿Cuál es el techo?

—Evidentemente, los títulos. Lo que pasa es que las jugadoras, y este club, han demostrado que somos capaces de cualquier cosa, hasta ser campeón de Champions 93 minutos, así que creo que no hay techo.

—¿Qué fue lo primero que hizo cuando el Atleti se clasificó para la Champions?

—Abrazar a María Vargas (se emociona de nuevo). Es que... Puf... Ella empezó conmigo.

—¿Y ella? ¿Le contestó algo?

—Sí, me miró y dijo: “Lola, la que hemos liado…”.