El Mallorca convierte La Romareda en un velatorio

El Real Zaragoza ya no está para definirlo en titulares ni explicarlo en crónicas: la cosa sólo alcanza para una esquela y ese género periodístico tan resbaladizo que es la necrológica. El Mallorca, nueve meses después, dio a luz una victoria fuera de casa y convirtió en un velatorio La Romareda, lugar donde se impone el resignado silencio de un funeral. La escena define la profunda crisis de identidad a la que ha conducido al zaragocismo la decadencia del club.

Con un punto en ocho partidos, el Zaragoza es último y cada día parece más hundido. Pero la misma indiferencia de la grada se reproduce en la entidad: Aguirre no dimite pese a la vergonzosa trayectoria de estos dos meses; ni, por lo visto, hay en el club intención de darle un viraje al banquillo. El concurso de acreedores y el sueldo del entrenador suponen un grillete implacable. La crisis, deportiva, financiera y ética, campa a sus anchas como una epidemia sin solución.

El Mallorca también desnudó al Zaragoza. Lo hizo con un gol de Víctor, que cabeceó picado un estupendo centro de Cáceres al segundo palo. Antes había establecido su autoridad con un entramado de ritmo alto, presión en tres cuartos y llegada por afuera con Pereyra y el Chori. Fue un partido poco generoso con las porterías: el Zaragoza apenas registró un tirito con pistola de agua de Lafita y el Mallorca (Álvaro, Chori, también Víctor) pudo marcar antes y después del tanto. Le bastó poner solvencia frente a la ansiedad y la escasez locales. El triunfo le permite sacar la cabeza hasta media tabla.