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Zaragoza 2 - Levante 1

Arizmendi enciende la luz

Hizo el gol de un triunfo vital en una tarde tensa. Ander cambió el partido con su salida. Sin Oliveira, el juego viró hacia el toque. El equipo sigue cuarto

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<b>CELEBRACIÓN.</B> Los jugadores del Zaragoza festejaron el triunfo con su afi ción, que mostró su desacuerdo por momentos pero celebró el partido de su equipo.
CELEBRACIÓN. Los jugadores del Zaragoza festejaron el triunfo con su afi ción, que mostró su desacuerdo por momentos pero celebró el partido de su equipo.

Sin Oliveira, el Zaragoza dio la impresión de apuntar un viraje hacia el toque, como si hubiera despertado de pronto a las posibilidades que ofrece la pelota. Puede que haya en la salida del brasileño (al que la gente de La Romareda ha resuelto no añorar, por comprensible despecho) un efecto de descompresión con un fondo positivo. En Segunda, un delantero de ese tamaño provoca un efecto de simplificación del juego. O tal vez la mayor coherencia estilística de ayer se debiera sólo a lo indolente que se puso el Levante, que permitió al Zaragoza ese tanto así de aire que todos los equipos le aspiran. No es que el Zaragoza jugara de forma primorosa, pero al menos dedicó atención a la combinatoria y cuando llegó, con mucha más frecuencia que su rival, lo hizo anudando pases y abriendo espacios con el balón. La victoria, extrañamente trabajosa, le permite no descolgarse del grupo de arriba, donde las distancias se miden por pulgadas.

Para otra tarde mediocre, con amenaza de jaleo por el pecado de inepcia del club, Marcelino encontró varios redentores. El primero Ewerthon, quien ratificó su condición de anotador serial y desconcertante. Tocó tres o cuatro balones, pero esa economía formal le bastó para un gol (cabezazo a un centro, hermoso de precisión, de Jorge López, otro artista discontinuo), un palo y dos llegadas más. Los otros protagonistas de la noche fueron Arizmendi y Ander Herrera, que merecen capítulo aparte. Su mérito estuvo en hacer lo decisivo, por un lado, y en licuar la crispación de la tribuna, que no era lo de menos. Arizmendi ganó el partido. Herrera lo cambió: trae un pan bajo el brazo. O un rayo de sol, que diría un mal poeta.

Indolencia. El enfado de la gente tenía que ver con todo y con todos. Y también con ese empate que encontró el Levante camino del descanso, en una de sus escasas incursiones en territorio comanche. Si Ewerthon practicó el minimalismo, la actitud del equipo granota le negó importancia al encuentro. Luis García había armado un doble pivote y tres medias puntas, pero su equipo no interrumpió nada en el medio, donde Iborra y Pallardó anduvieron despreocupados. A la línea de ataque le faltó vuelo. Apenas tuvo la efervescencia de Rubén y un destello de Xisco Nadal: en la jugada del empate le hizo una de Guillermo el Travieso a Paredes, al escabullirse bajo el sobaco del lateral y liberar a Geijo en el área. El suizo, que pasó la tarde de polizonte, terminó la jugada con la finura de un carterista.

Ese gol dejó el choque un buen rato en estado de suspenso. El medio campo se abrió en canal y Gabi remó en mar abierto, subido al puente de mando. El Levante se comportaba como el vecino irresoluto que no sabe si sube o baja. Y el Zaragoza se perdía en las infinitas cabalgadas de Caffa hacia ese lugar incierto en el que se pone el sol. Pese a la invitación a la épica que sugería la manta de lluvia, la segunda mitad fue jugada con presuntuosa intrascendencia, aunque Mora le sacase un balonazo a Zapater. Otro detalle, por cierto: ahora los laterales suben y llegan al otro lado. Ese Oliveira era una influencia fatal, oye...

Finalmente, el melón lo abrieron los suplentes. Herrera desanudó el partido desde afuera, detalle muy rico para cualquier equipo, desplegando la verticalidad ingeniosa de su cerebro y ese tanto de seda en los pies que subraya a los jugadores diferentes. Seda y yunque, porque largó dos patadas de persona mayor. Songo'o jugó de centella, y un velocista siempre le alegra la vista al pueblo. Por su parte, Arizmendi celebró su regreso a la punta con un gol hecho con destreza de rematador. Difícil encontrar un trío tan desparejo: un artista imberbe, un loco de la velocidad y el caballero de la triste figura. Pero salió exacto. Se hicieron héroes.

Total, a lo mejor es bueno que muera un hombre por todos. Mientras el recuerdo de Oliveira se hace cadáver, el Zaragoza ya se busca en otros rostros. Y en otro fútbol. Formas de la esperanza.