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Primera | Valencia 1 - Recreativo 1

Empate, sí, pero con buena cara

El Valencia tuvo fases muy buenas, pero faltó puntería. Sorrentino estuvo espléndido. Zigic, sin acierto. La clase de Banega enamoró. Otro tanto de Mata

<b>VOLCADOS. </b>El Valencia puso cerco durante los 90 minutos a la portería del Recreativo, pero se toparon con un acertado Sorrentino.

Mestalla se quedó con el grito del segundo gol en la garganta, parecía que el tanto de la victoria iba a llegar, lo merecían los chés, pero el fútbol no siempre es justo y anoche obtuvo el mismo premio un latigazo aislado de Martins que la magia de Banega, el desborde de Joaquín, las asistencias de Silva y el acierto de Mata. Puestos en la balanza, los argumentos valencianistas fueron tan contundentes que no admite discusión quién hubiera sido el justo vencedor. Pero no pasó, el balón no entró por segunda vez y ahí llegó la mejor noticia: Mestalla aplaudió. La grada, siempre exigente y cansada de sinsabores, despidió a los suyos con palmas, señal de agradecimiento y reconocimiento a sus futbolistas. El Valencia, por fin, había jugado bien, mucho mejor que ante Betis o Murcia, cuando se ganó, pero es que anoche se disfrutó. Y eso le llega a la gente, que busca en el fútbol alegría y, en el Valencia, síntomas de que habrá un futuro mejor y ayer encontró todo eso. Por eso toleró el empate, que fríamente es un mal resultado, pero es que el partido, por encima de lo numérico, dejó un fútbol de quilates y así se perdona todo.

Una de las lecciones que Ronald Koeman debió aprender es que el invento de Maduro y Marchena en la medular es un lastre, una idea a extinguir por dos motivos. Primero porque el sevillano rinde más en defensa y, segundo, porque con Maduro sobra para contener ante ciertos rivales y más en casa y el equipo agradece que desde la cueva salgan con el balón atadito al pie Silva y Banega. Los dos chavales huelen a sociedad para años, se entienden sobre el campo, hablan el mismo idioma y le dan opciones infinitas al ataque blanquinegro. Ambos aparecen por cualquier sitio, lo que rompe las pizarras del rival, manejan muchos recursos y, sobre todo Silva, lo hace todo con velocidad. Ahí debe mejorar el argentino, que en su propio campo no debe perder balones comprometidos ni dejarse rebañar la pelota que tan bien mueve en el último tercio.

También Joaquín se sumó al festival, consumiendo su mejor etapa como valencianista y secundado en la otra banda por Mata, que además del gol también brilló en el primer acto. Con todos ellos debió bastar para ganar, pero faltó remate (sobre todo con Zigic) y sobró Sorrentino, que espléndido toda la noche echó por tierra la mayoría de llegadas locales, que a ratos se sucedían de manera agobiante.

El partido empezó adormilado, pero despertó, por fin, a la media hora cuando Martins avisó desde lejos a Hildebrand. El Recre consiguió con su disparo el efecto contrario a lo que deseaba y enfureció a los locales, que apretaron el acelerador de su presión y encerraron a los andaluces, que se libraron de un mayor castigo antes del descanso sólo gracias a Sorrentino. El meta evitó tres claras ocasiones (Silva, Zigic y Joaquín), pero ya no pudo con Mata, que culminó en el 1-0 una asistencia/obra de arte de Banega. Durante unos minutos, el Valencia se evadió de su tormentosa situación y bordó el fútbol de ataque sustentado en la calidad y la clase de jugadores brillantes que hacía mucho que no se asociaban con tanto acierto, que no se divertían. Desde su atalaya, Zigic miraba a todos lados y se sentía en Lilliput, rodeado de pequeños diablillos (Mata, Silva, Banega o Joaquín) que combinaban a alta velocidad. El serbio intentó acoplarse a esa sinfonía, pero le costaba encontrar la partitura correcta y, cuando lo hizo, su gol fue anulado por un fuera de juego dudoso.

Vuelta a empezar. El segundo acto repitió el guión y los onubenses, en su segunda llegada, empataron merced a un latigazo de Martins. Koeman culpó luego a Maduro, por no defender bien un saque de banda, pero ya es hilar muy fino. Con el 1-1, el Valencia volvió a amontonar llegadas, con los mismos protagonistas, la misma fórmula, pero también con el mismo verdugo final: Sorrentino. Ahí debía haber aparecido Zigic, pero no estuvo fino. Mestalla seguía convencida de que la victoria llegaría, porque era cruel que no fuese así. Koeman quemó sus naves con Vicente, Baraja y Arizmendi, le faltó meter a Bakero al estilo Kaiserslautern, pero ni por ésas. No llegó el gol, pero sí la ovación. El 2-1 habría caído en el olvido, pero el buen fútbol todos lo recordaremos.