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Yo digo | Mario Ornat

Que pase el Madrid: no hay miedo

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A veces los entrenadores quieren matizar tanto a su equipo que estropean lo que ya funcionaba. Véase a Rijkaard. El Barça funcionó como un auténtico ciclón en la primera parte, un tiburón blanco febril, un torbellino creativo a máxima velocidad. Y lo hizo con Ronaldinho y sin Ronaldinho, porque la expulsión tuvo un efecto de espuela que hizo al Barcelona aún más temible de lo que es. Pero, cuando más miedo daba el Barcelona, Rijkaard se atrevió a dejar sólo tres defensas y ocurrieron dos cosas: una, le contuvo el ritmo a su equipo que de repente se puso contemplativo; y dos, cambió a Gio de lado y dejó tres defensas atrás. Eso, con Ewerthon y Diego Milito arriba, y con un Zaragoza nacido para el contraataque, era un cheque en blanco. Lo firmó Óscar.

Así, Rijkaard empeoró al Barça en su intención de hacerlo mejor y más cerebral. El Zaragoza interpretó un largo y sostenido ejercicio de contención, la resistencia activa: dar la iniciativa al equipo azulgrana (se la hubiera tomado de cualquier modo) y esperar una. Siempre tiene una. Si además se le dan espacios, resulta un equipo mortal. Tuvo tres frente a Jorquera antes del golazo de Óscar, una comba para ponerla en un cuadro. Y el Zaragoza está otra vez en las semifinales de la Copa, su sueño repetido. Eliminó al Alicante, líder en Segunda B; eliminó al Xerez, líder de Segunda. Y ayer acabó al Barcelona, la pieza mayor. Viene el Madrid: y como siempre ocurre en Zaragoza con la Copa, aquí no se teme ni a éste ni a ningún rival. Es el peso de la tradición.