Sucesos

Shaw podría ser condenado a muerte por unas gominolas de cannabis

El pívot texano espera juicio en una celda, que comparte con doce presos, a las afueras de Yakarta: “Están siendo los peores días de mi vida”.

Shaw podría ser condenado a muerte por unas gominolas de cannabis
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Jarred Shaw (Dallas, 35) es un interior de 2,11 metros que jugó en College para los Cowboys de Oklahoma State (20091-11) y los Aggies de Utah State (2012-14). Después, consiguió ganarse la vida como jugador profesional, pero en una de esas carreras de cara B, labradas a base de hacer mucho las maletas, por todo el mundo, después de no ser drafteado (2014) y de no atraer tampoco la atención del baloncesto europeo más allá de una primera experiencia en Ankara (2014-15). Después ha pasado por Argentina, Túnez, Tailandia, Japón, Uruguay, Venezuela, República Dominicana, México, Beirut e Indonesia, el país en el que jugaba desde 2022 y en el que ha pasado ya por tres equipos. El último, Tangerang Hawks.

Allí, en Indonesia, su carrera y su vida pasan ahora por un trance dramático porque, como recoge un artículo de The Guardian en el que el propio Shaw explica su situación, puede ser condenado a muerte por llevar encima 400 dólares en comestibles (en este caso, osos de gominola) de cannabis. Había recibido esta mercancía ilegal junto a su medicación para la enfermedad de Chron, y fue detenido (en mayo) por una decena de agentes de incógnito, algo que quedó registrado en las redes sociales, cuando la estaba recogiendo en el hall de su hotel.

Ahora, y en un país donde parecía que había encontrado acomodo deportivo (fue campeón en 2023 y ha anotado más de 1.000 puntos en las tres temporadas que lleva allí), ya sabe como mínimo ha sido sancionado de por vida en la IBL, la liga indonesia. Pero la cosa es mucho peor, porque está a la espera de un juicio del que puede salir con una condena de cárcel muy larga e incluso, y en el peor escenario, con la pena de muerte.

Así se explica, desde una prisión a las afueras de Yakarta, en The Guardian: “Uso el cannabis para fines medicinales. Tengo un problema inflamatorio llamado enfermedad de Chron que no se puede curar. No hay medicinas, lo único que hace que no me duela mucho el estómago es el cannabis. Cometí un error estúpido”. Normalmente, asegura, usa estos productos en Tailandia durante el tramo sin competición, ya que es allí donde reside en sus vacaciones. Pero el empeoramiento de su salud le hizo saltarse las normas, y encargar esos 132 osos de gominola ilegales, en un país como Indonesia, mucho menos laxo con el cannabis que Tailandia.

Del mismo modo que reconoce su error, asegura que no debería implicar pena de muerte o un castigo de muchos años en prisión: “Nunca he pasado por algo así, me están diciendo que me puedo pasar toda la vida en la cárcel por unos comestibles de cannabis… Estos meses desde que fui detenido han sido los peores de mi vida, mi mente ha estado en un lugar muy oscuro. Me siento solo e indefenso, no me quería ni levantar de la cama”.

Su recuperación comenzó, según sus propias palabras, gracia a su fe y al permiso para usar el gimnasio de la cárcel y salir de la celda que comparte con otros doce hombres: “Acabo de cumplir 35 años pero todavía me siento joven y me encantaría seguir jugando al baloncesto”. Además, reitera que no hace un uso recreativo del cannabis: “Es para la ansiedad, la depresión, el insomnio y la enfermedad de Chron. No lo uso para pasármelo bien e irme de fiesta. Me calma un poco el dolor de estómago, a veces no puedo ni retener la comida. Lo que para ellos es droga, para mí es medicina. Es un problema cultural”.

En Indonesia existe la pena de muerte para casos de tráfico de drogas. En 2016, un indonesio y tres extranjeros fueron fusilados, y ahora mismo hay unos 500 presos, cien extranjeros, en el corredor de la muerte por delitos relacionados con las sustancias ilegales. La policía del aeropuerto no descarta la pena de muerte también en el caso de Shaw: “Todavía estamos investigando. Queremos descubrir la red internacional de distribución que hay detrás de este caso y frenarla”.

La condena inicial es por posesión de un kilo de cannabis. En su primera comparecencia ante el juez, la policía mostró 869 gramos de osos de gominola, una mercancía con valor de unos 400 dólares en el mercado. Desde entonces, han pasado cinco meses, no se han celebrado más vistas y Shaw, que sigue en la cárcel, recauda fondos para pagar su defensa: “Quieren hacer que parezca que soy un camello a gran escala. Pero ¿para qué iba a querer vender yo ese cannabis aquí? Era solo para uso personal”.

Stephanie Shepard, consejera del LPP (Last Prisoner Project), una organización que trabaja para la liberación de personas encarceladas por delitos relacionados exclusivamente con el tráfico de cannabis, defiende a Shaw: “Este caso no es un incidente aislado. Por todo el mundo se aplican condenas muy extremas por delitos sin violencia relacionados con el cannabis, asuntos que no suponen ningún peligro para la salud pública. Van contra los estándares básicos de los derechos humanos”. “El cannabis no puede matarte, pero tenerlo sí. Tenemos que poner mucha atención en este caso para intentar que marque un precedente. Estamos concentrados en que Jarred vuelva a su casa con su madre”, explica también a The Guardian Donte West, que comparte labor con Shepard en la LPP.

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