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LEB ORO

Movistar Estudiantes: otro año, otra decepción

Los colegiales repetirán por tercer año en la LEB Oro tras caer por la vía rápida ante el Hereda San Pablo Burgos en los cuartos del ‘playoff’ por el ascenso.

Actualizado a
Movistar Estudiantes: otro año, otra decepción
Juan Pelegrin

Otra temporada, otro suspenso. Otro año, otro golpe duro, doloroso, ensordecedor contra la pared. Otra vida perdida para el Movistar Estudiantes, que en el año del 75 aniversario de existencia no cumplió con su objetivo básico, el que se esperaba de él por tradición, historia, nombre: la vuelta a la élite del baloncesto español, a una Liga Endesa que por tercer curso consecutivo verá por la televisión. Su caminar por el infierno de la LEB Oro, al que cayeron en 2021 tras coquetear demasiado con despeñarse (2012, 2016 y 2020), no ha acabado todavía. Y si no hay un giro de guion real, palpable y, sobre todo, estable desde los despachos hasta el banquillo pasando por la plantilla, puede que la meta está muy lejos de alcanzarse.

El Estu repetirá curso porque el Hereda San Pablo Burgos fue superior en el playoff. Así de simple. Le dejó en la cuneta a las primeras de cambio (0-3). Pero eso solo es el final de la historia de un equipo remodelado (por enésima vez) para luchar, no para subir; para el notable bajo, nunca para la matrícula de honor. Y de esos polvos… Todo tiene un comienzo y en el caso de los ramireños este está en la derrota contra el Bàsquet Girona de Marc Gasol en la Final Four 2022. En el momento que el tablero se encendió para dar a los catalanes la segunda plaza de ascenso a Primera, las informaciones sobre un cambio total en la cúpula directiva se dispararon. Había sobre la mesa una oferta para hacerse con el club.

Y el tiempo se ralentizó, se hizo un paréntesis: lo que estás viendo, amigo, no es la realidad. Hay que esperar porque lo bueno está por llegar y eso, en un club en coma desde hace casi tres lustros es un suicidio. Había que hacer cosas, pero sin hacer demasiadas cosas a la espera de una resolución que no se produjo ni por la vía rápida (compra directa) ni por la secundaria a través de la cuarta ampliación de capital desde 2018, destinada a dar a Carlos Avenza el control institucional. El pretendiente se echó hacia atrás en la segunda ronda de la ampliación, la que permitía a los no accionistas entrar en juego. El miedo a que su aportación económica, destinada a adquirir más del 50% del club, quedara diluida por debajo de ese porcentaje le hizo desistir de sus intenciones a finales del pasado año.

A pesar de que el viento del cambio golpeaba la ventana, el proyecto deportivo comenzó a andar. Pancho Jasen ascendió a director deportivo y Javi Rodríguez llegó para hacerse con el banquillo. El gallego era una apuesta personal de la leyenda argentina. Al igual que la propuesta de juego: rápida, de transición con el triple y la dureza defensiva como pilares maestros. Era una idea que gustaba, tradicional en el patio de colegio, pero que no contaba con las piezas requeridas para ello. Se apostó por jugadores con mano exterior, de rachas y eléctricos, pero que no llegaban a ser especialistas (Hughes, Jorgensen, Atencia, Leimanis) como lo era Johnny Dee. Sin aleros altos (la acumulación de escoltas ha sido un problema mayúsculo en defensa), la pelea por el rebote quedaba en manos de pívots con lanzamiento exterior (Démetrio) pero sin kilos o con kilos pero sin mano para tirar y sin velocidad (Larsen). Sean Smith tenía un poco de todo: atlético y rápido, ha servido de tres, cuatro y cinco, facilitando cambios en defensa en casi todas las posiciones. Con aspectos por pulir es de lo más salvable del curso junto a Leimanis y el tramo final de Hughes, que tardó en adaptarse pero que ha dejado chispas de mucha calidad…

Aunque puede que sean eso, las chispas, lo que ha condenado al Estudiantes. Porque los madrileños han sido, sobre todo, irregulares. Un equipo de dos caras. Feliz, alegre, con las cosas claras y capacidad de derribar a cualquier rival. Pero también acomplejado por sus superiores (Andorra y Palencia), con habilidad para el desmoronamiento, el atasco, la sensación de que no sabía qué hacía ahí. A qué se jugaba. Dos caras de una misma moneda que tuvieron su constatación palpable durante la temporada. El Estudiantes que arrancó la temporada fue uno, el bueno, y el que despertó en febrero, fue otro, el malo. El incomprensiblemente horrendo: nadie entendió la caída en picado de un conjunto que pasó de 15 victorias en los primeros 19 encuentros de la competición a sumar 5 derrotas en los siete duelos que fueron del 5 de febrero al 1 de abril. Los parones por la Copa Princesa y por la Ventana de selección sentaron muy mal a una plantilla que enlazó tres tropiezos seguidos en ese lapso, dos de ellos contra rivales netamente inferiores (Almansa y Oviedo). Tampoco sentó bien la llegada de Josep Franch y Danny Agbelese. El base no estaba cómodo en el estilo de llegar y disparar y se notó a pesar de que su experiencia y calidad no están en duda. Con el cambio de técnico y de juego, sus prestaciones aumentaron muchos decibelios. El pívot, con una inactividad muy larga, nunca llegó a cuajar y terminó saliendo por la puerta de atrás.

Una dinámica a la baja que no tocaba fondo y que se llevó por delante a Rodríguez del banquillo a principios de abril. Jasen dimitió días después: sin su apuesta, no tenía nada que hacer. Alberto Lorenzo terminó una fase regular que se saldó con siete triunfos en los últimos 15 duelos (solo uno fuera de casa) para un balance final de 22-12. A ocho victorias del Andorra, primero. El mismo que Valladolid, Lleida y Burgos, su verdugo en cuartos a pesar de que los madrileños tenían el factor cancha a favor.

Y el problema no eran las derrotas. Era cómo se producían esas derrotas. Almansa, Oviedo y Albacete, equipos de la parte baja de la tabla, pintaron la cara a un Movistar perdido, en momento sin alma y sin saber qué hacer, y que llegó al playoff como el sexto en anotación, rebotes y asistencias por partido entre los nueve primeros de la clasificación. Y que no puedo ni en la ida ni en la vuelta con el Andorra (1º) ni con el Palencia (2º). Cerró con seis derrotas las ocho visitas a sus pares, los de arriba: solo tomo Guipuzkoa y Burgos.

Una sensación de casa a medio construir que será, con mucha seguridad, de nuevo derruida para empezar de cero. No hay continuidad desde Salva Maldonado entre 2016 y 2018. Funcione o no funcione siempre se arranca desde la nada. Y las necesidades son claras y apremiantes: un director deportivo y un entrenador que tengan claro lo que quieren, los jugadores que requieren para su filosofía… y a los que se debe dejar trabajar en un proyecto a medio-largo plazo llueve o truene. Estabilidad, en otra palabra. Si eso no se produce, el Estudiantes está destinado a no salir de un ruleta infernal donde la estabilidad financiera está en la cuerda floja con una deuda de siete millones de euros, en la que más de tres corresponden a Hacienda que cada final de año llega a por lo suyo, sin hacer prisioneros. Y con una masa social que mengua con el paso de las temporadas, decepcionada y cansada de la nada más absoluta en la que este sumido este club desde hace ya más de una década.