Hall of Fame FEB/AS

Fernández: “En el arbitraje se puede rectificar, pero hay que tener el coraje para hacerlo”

Santiago Fernández Pareja va camino de los 92 años y pasó más de 50 ligado al arbitraje. Toda una vida de dedicación incansable y un más que merecido ingreso en el Hall of Fame.

Santiago Fernández, junto a su familia.
Alberto Clemente
Alberto Clemente es licenciado en Historia y Periodismo por la Universidad Rey Juan Carlos. Empezó su andadura en el periodismo en Cadena SER, donde estuvo de mayo de 2018 a enero de 2019, desempeñando sus funciones en la web, dentro de la sección de deportes. Tras dicha estancia, pasó a formar parte de As, siendo parte de la sección de baloncesto.
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Santiago Fernández Pareja cumplirá 92 años en noviembre, pero su memoria sigue siendo impecable. Empezó a arbitrar en julio de 1954 y en 1959, con apenas 25 años, ya era internacional. Estuvo en activo hasta 1973, cuando arbitró en el Eurobasket de Barcelona. Antes, en 1968, llegó a ser olímpico, siendo el colegiado de las semifinales entre Rusia y Yugoslavia. Y al retirarse siguió ligado al arbitraje, tanto en Cataluña como a nivel nacional, siendo Director de arbitraje de la ACB en dos periodos diferentes. Una vida dedicada a su pasión en una época en la que los colegiados no eran profesionales y una multitud de avances desde los despachos que permitieron hacer avanzar la profesión. Pero, sobre todo, una mente preclara que bucea en el pasado como si fuera ayer y un hombre que, desde la amabilidad más absoluta, rememora recuerdos y repasa los mejores momentos de su carrera, sin olvidarse nunca de lo que el baloncesto le ha dado y del poder de la familia. Su ingreso en el Hall of Fame, un premio más que justo tras toda una vida dedicada al arbitraje.

¿Qué significa para usted entrar en el Hall of Fame del baloncesto español?

Me alegro de que se hayan acordado de mí. Creo que he hecho bastantes cosas por el baloncesto igual que el baloncesto ha hecho muchas cosas por mí. Estoy en deuda con el baloncesto.

¿Cree que se valora lo suficiente el papel de los árbitros?

Desgraciadamente, no. Todo el mundo tiene la muletilla de que es un mal que tenemos que sufrir, sobre todo en el baloncesto. No es correcto y no estoy de acuerdo con esa visión.

¿Cuál es su mejor recuerdo en una pista de baloncesto?

Ha habido varios, pero me quedo con el hecho de haber sido olímpico (en México, 1968, pitando la semifinal olímpica entre Rusia y Yugoslavia, ganando de dos puntos los segundos). Y más siendo como yo era en aquel entonces amateur hasta cierto punto. Cobrábamos algo, pero no nos daba para vivir y yo compatibilizaba el arbitraje con mi trabajo. Yo casi toda mi vida profesional la he dedicado a la industria farmacéutica y pasé por todos los escalafones hasta llegar a ser director de ventas nacional. Y entre que viajaba por el baloncesto y el trabajo, el puesto en el Hall of Fame se lo merece mi esposa que en paz descanse y mis dos hijos. Ellos son los que tendrían que llevarse el premio, porque he sacrificado tantos domingos y tantas fiestas por arbitrar que ellos son el motivo por el que esté aquí.

¿Ha cambiado mucho al arbitraje desde su época hasta la actualidad?

Ha cambiado bastante. Por un lado, el reglamento, algo que igual es por la edad pero no he acabado de entender. Y no digo que todo lo anterior sea mejor porque no es verdad. Se ha mejorado bastante en las reglas, se han ido incorporando al sistema de juego y a la mayor capacidad de los jugadores (altura, resistencia física). Antes el baloncesto no era ni tan rápido ni tan alto y no tiraban desde tan lejos.

Se ha incorporado la tecnología. ¿Le hubiera gustado tenerla en su época?

Teníamos nuestras técnicas, pero arbitrábamos solos porque no había suficientes árbitros. Pitábamos una barbaridad de partidos, cada domingo entre cuatro y cinco. Cuando empezamos a pitar dos a la vez la cosa cambió. Y cuando Eduardo Portela me fichó para ser el director de arbitraje de la ACB le dije que había que poner un tercer árbitro. Y fuimos los primeros en poner un tercer árbitro en pista en toda Europa. También lo dije en Estados Unidos, cuando en un viaje pude ver un partido de Michael Jordan en directo. Eso sí, desde arriba y con prismáticos (risas).

¿Ha tenido usted algún jugador favorito?

Yo disfrutaba mucho con los bases, por ejemplo con Corbalán. También me gustaba mucho Josep Lluís i Cortés, que estuvo en el Joventut y también pasó por el Real Madrid. Y Francesc Buscató, que era un artista. Hemos tenido bases que eran buenísimo repartiendo juego y lanzando. Mientras que también hemos tenido grandes pívots, alguno muy peculiar como Alfonso Martínez, que saltaba poco pero siempre en el momento preciso, llegando a ser líder en rebotes en algún con gente más alta alrededor.

¿Le condicionaba pitar a estos jugadores al admirarlos?

No, para nada. Al final si estás concentrado es igual que sean buenos o no sean tan buenos. En el baloncesto, si pierdes la concentración y te distraes un mínimo pierdes una barbaridad. Si estás concentrado en ese trabajo que es el arbitraje de baloncesto... Es un juego muy rápido y las manos son más rápidas que la vista. Es igual que la gente que se dedica a hacer malabares con las manos. Y por eso hay que estar muy concentrado en pista y hay que pitar lo que ves y discernir si algo es o no es. Es muy difícil, sobre todo, insisto, en ver todo lo que ocurre con las manos.

¿Había algún jugador particularmente difícil de arbitrar?

Siempre hay protestones. Yo tenía un sistema que siempre he enseñado con el que llamaba la atención muy cortamente al que protestaba. Le decía “no, por aquí no sigas, a la próxima te pito técnica”. Había un árbitro en Estados Unidos que aconsejaba que no se hablara ni con los jugadores ni con los entrenadores más de 5 segundos. Eso me quedó grabado. Yo decía lo que tenía que decir, me giraba y me marchaba. Y una vez te vas te centras en lo siguiente que va a ocurrir. Y había que tener en cuenta una cosa: no se tocaba al árbitro. Ni los árbitros tocaban a los jugadores. En mi época se daban cachetes en el culo y yo aconsejaba siempre que no se tocara a nadie. Son cosas que aprendes explicando y enseñando más que aprendiéndote el reglamento.

¿Por qué se hizo usted árbitro?

Yo primero fue administrativo de una compañía de seguros hasta que me metí en la industria farmacéutica. Había un chico que estaba haciendo de árbitro y me avisó para que fuera a hacer el acta, por lo que te daban algunas pesetas. Me enseñó y a mí me venía bien para ir al cine con mi novia, porque entonces yo trabajaba pero ganaba muy poquito. Y fuimos a la zona de Sarriá, con pistas de tierra y balones de cuero, que era con lo que se jugaba entonces. El baloncesto era “el deporte de la pelota gorda”. Entonces me vino un jugador y me dijo que el árbitro no se había presentado y que pitáramos alguno de nosotros. El que llevaba el cronómetro no quería, asique lo hice yo. Me dijeron que ellos me ayudarían y me dejarían un silbato. Y me dediqué a no pitar nada. Todo lo que pasaba lo marcaban ellos. ¿Qué pasaba? Que en lugar de dos pesetas te daban ocho o diez, un dineral para mí en 1954.

Entonces llegué la semana siguiente y dije que quería arbitrar y que me sabía más o menos el reglamento. Me acuerdo hasta dónde estaba ubicada la pista. Y uno de los equipos era el Pompeya, que eran juveniles. El partido empezó y a los cuatro o cinco minutos el entrenador del Pompeya entró a la pista y les dijo a los jugadores que se fueran porque el árbitro no pitaba nada. Hablaron con los chicos del equipo local y esperamos un poco a ver si volvían, pero eso no ocurrió. Fuimos a la mesa y me dijeron que cómo me atrevía a hacer eso sin saber arbitrar. Tenían toda la razón. Había que escribir un informa y en el acta pusimos que “por incompetencia arbitral el Pompeya se retira de la pista”. Y lo firmé. Eso está guardado en un libro que está en la biblioteca de la Federación Catalana de Baloncesto. Ocurrió así.

Desde entonces, quise ser árbitro. Fui a ver a una persona para decírselo y entrar así en la Federación Catalana y luego en la Española. En julio de 1954 me apunté y me empezaron a enseñar. Hice las pruebas. Y hasta hoy. En 1959 ya era internacional, que fue la primera vez que la FIBA hacía un stage para árbitros. Y ahí salí yo como el árbitro más joven de Europa. Con 25 años fui internacional y me hicieron una tarta enorme. Debuté en la inauguración del Palacio de Deportes de París, un Francia-Bélgica amistoso. Pité con un árbitro italiano y yo era el auxiliar. Y a partir de ahí vinieron Copas de Europa, Eurobaskets, Mundiales (en Perú, en Checoslovaquia), Universiadas... Le estoy tan agradecido al baloncesto... He tenido amigos de verdad. Tenía dos de toda la vida (Manolo y Paco) de los que viven en la misma calle y que en paz descanse. Y aparte, en el baloncesto también conocí mucha gente.

Al retirarse siguió usted ligado al arbitraje.

Continué ligado al arbitraje por medio del Colegio Catalán de Árbitros, que presidí hasta que me llamó Eduardo Portela para la ACB. Entonces me convertí en Director de Arbitraje de la ACB y Eduardo me llamó en 1992, que yo estaba en paro. Era año olímpico, y acepté. Estuve seis años donde incorporamos al tercer árbitro, subimos las tarifas para que se acercaran más al profesionalismo... En el 2004 me vuelve a llamar porque tenía problemas y me pidió volver. Yo le dije que no, pero al cabo de un par de semanas me volvió a llamar. Yo ya había sacrificado bastante cosas con la familia por el arbitraje. Al final me convenció, pero le puse como condición que fuera sólo un año. Y en el 2005 lo dejé definitivamente. Son 50 años ligado al arbitraje y estoy muy agradecido. Fue la primera vez que hacía un trabajo que me gustaba. Le estoy muy, muy agradecido al baloncesto. Y ahora, que estoy casi en las últimas y sé que el viaje se acaba aunque me encuentro bien, le estoy más agradecido que nunca.

¿Qué es lo más difícil de ser árbitro?

Hay que tener coraje. Y una concentración sublime. Hay que ser autocrítico y después de cada partido ver lo que has hecho bien o mal, sabiendo que el mejor juez es uno mismo. El baloncesto es muy rápido y se pueden cometer errores. Yo estuve en Perú, arbitrando con Renato Righetto, un brasileño que era el mejor árbitro del mundo en el baloncesto FIBA, ya que la NBA era otro mundo e iba aparte. Él también estuvo en México en 1968, cuando yo llegue a los Juegos Olímpicos. Yo vi a Righetto pitar una cosa y parar. Juntó las manos como pidiendo perdón y dijo que se había equivocado y rectificó. Yo no había visto esto en mi vida. Eso no sale en el reglamento. Cuando un árbitro se da cuenta de que se ha equivocado y tiene la capacidad de rectificar es increíble. Esto lo hablé con Pedro Hernández Cabrera, otro histórico del arbitraje. Lo que quiero decir es que en el baloncesto puedes rectificar. Pero tienes que tener el coraje para hacerlo. Y este es uno de los detalles que he aprendido después de ver tanto baloncesto y tantos vídeos, calificando y clasificando. Hay que amar el arbitraje. Te tiene que gustar y lo tienes que disfrutar. Y cuando estás en la pista y disfrutas, casi estás tocando el cielo. Eso es el arbitraje.

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