Brabender, máximo anotador del Madrid: “De los reconocimientos más especiales de mi carrera”
El escolta se despidió del equipo blanco en 1983 y nadie todavía le ha superado como ‘cañonero’ histórico del club: 12.479 puntos. Entrar en el Hall of Fame le ha emocionado.
Da igual la trayectoria de cada integrante del Hall of Fame porque, por más elevada que sea, a los protagonistas siempre les resulta muy especial formar parte de una nueva promoción. Y el ejemplo perfecto es el de Wayne Brabender, casi seguro en el podio de los mejores jugadores de la historia del Real Madrid por calidad y trayectoria, por influencia, por ser (todavía hoy) el máximo anotador de siempre del club blanco con una media estratosférica de 20,5 puntos después de encestar un total de 12.479 en 608 partidos (gran labor de documentación de @RealmadridBBALL). Un icono del baloncesto español (MVP por delante de yugoslavos y soviéticos en el Eurobasket 73, el del boom previo al apogeo definitivo) al que se le veía este jueves emocionado como el que más por el reconocimiento, por estar en Sevilla en una entrañable ceremonia junto a otras leyendas de la canasta. “Me faltan palabras”, repetía el gran Wayne durante la gala. “Hace 56 años tomé una decisión que cambió mi vida para siempre. Desde entonces he intentado cumplir con las expectativas que se depositaron en mí. Siempre soñé con llegar a un equipo de alto nivel, desde pequeño, pero nunca imaginé que sería en un club como el Real Madrid, que me abrió las puertas del baloncesto español. También fue un honor inmenso representar a la Selección nacional. Entrar en el Hall of Fame es uno de los reconocimientos más especiales de toda mi carrera. De corazón, gracias a todos por hacerlo posible”.
Un estadounidense que llegó para anotar y resulta que era duro y competitivo, con instinto defensivo, reboteador y un espíritu de superación y deseo por jugar que le hizo resucitar deportivamente después de una lesión gravísima. Capeó las críticas iniciales por no meterla con la regularidad que algunos exigían y acabó deslumbrando a los más severos hasta convertirse en uno de los principales referentes del baloncesto español, de la Selección y del Madrid de finales de los 60, los 70 e, incluso, principios de los 80.
Apenas contaba con 21 años cuando Pedro Ferrándiz le fue a buscar a Morris, Minnesota, en 1967 y, al año siguiente, se nacionalizaba español. “Estaba encantado en mi nuevo país”, ha recordado. Atrás quedaba el duro trabajo en la granja familiar. Una estrella con traje de currante, quizá por eso epataba a sus compañeros y enamoraba a los entrenadores, desde Ferrándiz a Lolo Sainz pasando por Díaz-Miguel. Y contaba con la admiración de sus rivales por su humildad, como cuando le reconoce a Nino Buscató los mismos méritos que él contrajo para ser el mejor en aquel Europeo de 1973 en Barcelona.
Entró en el Madrid de los Emiliano, Luyk y compañía y se fue trabando una amistad y una sintonía en la cancha con dos genios, Delibasic y Fernando Martín, después de ganar cuatro Copas de Europa, cuatro Intercontinentales, trece Ligas y siete Copas. Precursor e instructor de la generación de la plata de Los Ángeles 84, sin gente como él todo hubiera sido más difícil, o imposible. Un verano de 1967 aterrizó en Barajas y aquí sigue, 57 años después. Mito.
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