Arlauckas: “Pensaba que Sabonis era ‘una mierda’ hasta que empecé a entrenarme con él”
El ala-pívot jugó diez temporadas en España, dejó un gran huella en Málaga, Vitoria y Madrid, donde formó con el lituano una pareja histórica para ganar la Euroliga. En 1996 anotó 63 puntos.


Joseph John Joe Arlauckas (Rochester, Nueva York, 1965) dejó una profunda huella en el baloncesto español entre 1988 y 1998, un cañón de ala-pívot, talento anotador y potencia física. Pasó por Málaga, Vitoria y Madrid, donde ganó la Euroliga en 1995 formando una pareja histórica con Sabonis. El próximo 16 de octubre, en Lleida, entrará en el Hall of Fame del baloncesto español en la categoría de internacional.
Lo primero, enhorabuena por su inclusión en el Hall of Fame, se le ve ilusionado.
Sí, la verdad. No me esperaba algo así. Mi tiempo en España ha sido precioso, pero estar en Salón de la Fama de la Federación Española… La gente me ha tenido aprecio donde he jugado. Me gustó no enterarme por las redes de la noticia, sino que me llamaran en un día muy especial para mí, el 17 de septiembre. Porque por la mañana (cuando se reunió el Comité de Elección del Hall of Fame en AS) mi hija se había ido al hospital para dar a luz en Doha, Qatar, donde vive porque su marido es jugador de vóley playa. Y yo había viajado para acompañarla, al final mi nieto nació el día 18. Estaba deseando contarle la noticia a mi hija, pero estaba sufriendo con las contracciones y me la guardé para una mejor ocasión. Al final todo salió muy bien.
Hace 25 años que se retiró, de Grecia se marcha a EE UU a vivir y un día decide volver a España para quedarse. ¿Cómo fue el proceso?
El cambio de vida de deportista profesional a una persona, digamos, normal resultó muy difícil. Pensé que lo tenía controlado, pero tuve problemas con mi mujer, tenía tres niños… Todo lo que le puede pasar a un exdeportista me pasó a mí. El divorcio, no estar con mis hijos cada día, lo viví como un golpe durísimo. Pasé por momentos de grandes bajones, de depresión… Ya entonces sabía que un día volvería a España, pero lo que no sabía es ni cómo ni cuándo. Busqué el momento cuando mi hijo se graduó en la universidad y mi hija estaba empezando en el instituto, en Carolina del Sur, y también resultó dura esa decisión. Y tengo un tercer hijo adoptado, muy inteligente, que es de Etiopía. Me preocupaba el racismo allí.
“Después de haber caído al precipicio desde lo alto, de haber tocado fondo en lo físico, emocional y mental, ahora estoy feliz”
Arlauckas
¿Y cómo fue la vuelta a España?
Cuando di el paso esperaba lo mejor, era el año 2010. Lo hice acompañado de una novia que no es mi actual pareja. La ayudé a conseguir un trabajo en el Colegio Americano de Madrid como profesora, pero en menos de un mes me di cuenta de que no le gustaba nada España. Al tiempo, regresó a EE UU mientras yo me buscaba la vida. He estado 15 años entrenando a equipos en el Colegio Americano e iba consiguiendo otras cosas, charlas, campus… Y ahora, aquí estoy, más feliz que nunca, en un gran momento con la mujer de mi vida, con la que me casé en 2017 y hace cinco años abrimos un gimnasio juntos. Fíjese, nos dieron el permiso de apertura el 13 de marzo (de 2020), justo un día antes de que se declarara el estado de alarma por la pandemia. Además, hago las narraciones de los partidos del Real Madrid para Euroleague TV en inglés (y ha tenido un podcast de éxito, The Crossover), tengo eventos en Grecia… Mantener un negocio desgasta mucho, siempre pendiente, pero estoy muy contento después de haber caído al precipicio desde lo alto de la montaña, de haber tocado fondo en lo físico, emocional, mental… He salido de lo malo luchando, poco a poco, como si estuviera jugando un mal partido y sacara la cabeza.
Y también está aquí en España su hijo Dane, que es periodista deportivo y entrevista a los jugadores para la televisión en los partidos de la Euroliga.
Sí, vino a España más tarde, estuvo un tiempo en EE UU, volvió a Europa y ahora vive aquí, muy contento también. Al principio empezó a trabajar desde Londres, pero luego se vino a España y no le sacas de aquí. Trabaja con vosotros, con AS, para informar sobre el deporte americano.

Diez años de carrera en España, ¿por dónde empezamos?
El otro día, por cierto, el Real Madrid (en su última salida en la Euroliga) jugó en el campo (el PalaDozza de Bolonia) donde metí los 63 puntos, me lo recordó un periodista italiano.
En febrero se cumplirán 30 años de aquello: 24 de 28 en tiros de dos y 15 de 18 en tiros libres, ¿irrepetible hoy?
Muy difícil por las rotaciones, por eso los 50 puntos de Nigel Hayes-Davis (2024) o los 49 de Shane Larkin (2019) me parecen que tienen casi más mérito. Lo que más recuerdo de aquella noche es mi salida del campo con los aficionados de la Virtus dándome un aplauso, como encantados de haber asistido al espectáculo pese a la derrota (96-115). Una noche muy bonita. Fallé cuatro tiros de campo y tres tiros libres y varios de esos rebotes (cogió 13, y recuperó 4 balones y recibió 11 faltas) acabaron otra vez en mis manos. Pero siempre repito que, como no era un jugador de uno contra uno, sino que salía de los bloqueos, que tiraba cuando tenía un metro, sin un equipo y un cuerpo técnico que me arropase hubiera sido imposible (Zeljko Obradovic era el entrenador del Madrid en la temporada 95-96). Los bloqueos de Zoran Savic y del resto, los pases de Antúnez y Laso… Nadie mete 63 puntos solo salvo que sea Michael Jordan. Lo que me gustaría saber de aquel día es cuántos botes di, porque creo que fueron muy pocos.
“En 1992 era muy americano y en la actualidad es al revés, intento cambiar mi pasaporte y lograr la nacionalidad española”
Arlauckas
¿Le gustaba más lanzar que botar? Pudo ser jugador de béisbol, pero acabó en el baloncesto.
Sigue siendo mi sueño ser jugador de béisbol. Lo intenté en mi universidad, en Niágara (1983-87), lo tuve todo cerrado con el entrenador de béisbol al final de mi primer año, pero en el baloncesto la universidad tenía más recursos. Mi día a día allí aquel primer curso entre entrenarme y las horas de estudio, aunque no eran mi punto fuerte, se alargaba de seis de la mañana a doce la noche, muy duro. Pero tenía claro que quería ser deportista.
Su familia era humilde, ¿cómo los convenció para enfocarse en el deporte en vez de trabajar?
Mi padre me tuvo con 48 años, era duro, pero con 60 años se había vuelto más permisivo. Mis tres hermanos a los 16 años tuvieron que trabajar para ayudar a la familia, porque mi padre a partir de los 50 estuvo de baja por problemas de corazón. Mis padres nacieron en EE UU, pero la familia de mi padre era lituana y la de mi madre, napolitana. Él había nacido en 1917 y cuando hablé con la gente en Lituania, cuando ya no era jugador, me dijeron que no había archivos previos, así que era muy complicado comprobar de donde procedían mis abuelos y demás.

¿Hubo opciones reales de que jugara con Lituania en los Juegos de Barcelona 92?
Sí, hubiera sido posible. Si miras al pasado y te fijas en cosas de las que te arrepientes, esta es una de ellas. En su día tomé la decisión por temas personales y familiares, porque estaba en un mal momento con mi mujer, mi hijo mayor era muy pequeño… y decidí quedarme ese verano con mi familia. Me hubiera gustado mucho y hay un factor que influyó. Todavía estaba en Vitoria y aún no había jugado ni con Kurtinaitis ni con Sabonis, no los conocía y pensaba: “¡Cómo me voy a meter en el equipo!”. Y un segundo factor es que entonces todavía era muy americano, ahora no lo soy tanto, y dudaba sobre la nacionalización. En la actualidad es al revés, intento cambiar mi pasaporte y lograr la nacionalidad española. Estoy en el proceso, a finales de este mes tengo un examen para iniciarlo, a ver si lo apruebo.
Me decía que su padre, con los años, había rebajado la exigencia.
Sí. “Quiero ser deportistas profesional”, le decía, y se reía. Yo era muy de béisbol, porque él me enseñó a jugar. Una vez, por accidente, le di un pelotazo en las gafas y le hice daño en un ojo. Mi sueño era el béisbol hasta que un día se sentó conmigo y me dijo: “Te voy a dejar, pero si te veo de cachondeo, de fiesta, fumando o bebiendo te mandaré a un supermercado para que repartas las bolsas”. Estaba todo el día jugando al béisbol; sin embargo, como no me dieron una beca, mis padres me empujaron a aceptar una para el baloncesto. Me decían que era el único de la familia con la oportunidad de estudiar cuatro años en la universidad. En mi conferencia coincidí con Reggie Lewis como rival, que era el número uno, y nos eliminaba siempre del torneo. Me hice muy amigo suyo (falleció trágicamente en 1993 con 27 años). Después de mi primer año, como contaba, tuve la oportunidad de pasarme al béisbol, pero el presupuesto de la universidad era más reducido para este deporte y algunos viajes eran de más de un día y decidí seguir en el baloncesto. Además, el entrenador me dijo que apostaba por mí y lo vi como una oportunidad. Este señor, Pete Lonergan, ha sido la primera persona, cuatro décadas después, que me ha mandado un mensaje para felicitarme por mi entrada en el Hall of Fame. Me ha dicho lo que se alegraba y me ha recordado cuando estuvo en casa cenando con mis padres para ficharme. Un mensaje precioso, como varios más que he recibido en los últimos días. Hay entrenadores a los que te cruzas que te pueden destrozar la vida, pero otros… Y se lo he dicho: “Todo esto es por ti, que me diste la primera oportunidad”.
“Bill Russell nos dijo que apostaría por los jóvenes, pensé que podía ser una estrella NBA y estuve no sé cuántos partidos sin jugar”
Arlauckas
Imagino que entonces ni Europa ni nada, ¿la meta era la NBA?
Sí, pero cuando acabé mis cuatro años universitarios me preguntaba si iba a ser capaz de llegar a la NBA. Tenía un compañero de equipo que su hermano era entrenador-jugador en Irlanda y ganaba cien mil dólares al año. Yo había escuchado cuando Bob McAdoo se marchó a Milán, sabía que había un mundo en Europa que jugaba al baloncesto, pero no tenía ni idea de dónde estaba España. El típico americano que sabía colocar a Estados Unidos en el mapa y ya está. Y pensaba en el irlandés, en diez años a cien mil dólares, y me salía un millón. Claro, te olvidas de los gastos. En mi último curso universitario comencé a hablar con algunos agentes, jugamos un partido contra un jugador que estaba bien proyectado para el draft y tuve una gran actuación. Un scout importante se fijó en mí y me invitaron a un torneo en Virginia con algunos de los mejores universitarios. Estaban Red Auerbach con su puro y todos los general mánagers en un campo de instituto. En el primer partido lo hice fenomenal y me eligieron para otro torneo para cubrir una baja. Iba en avión, me invitaban en primera y me pagaban como cien dólares diarios. Mi padre creía que me estaban engañando y que me lo iban a cobrar luego todo junto. Me hablaban de ser primera ronda del draft y, entonces, me fastidié un tobillo. Luego disputé otro torneo, en Chicago, pero estaba lesionado y me pusieron de cinco: lo hice mal y bajó mi estatus, por eso salí en la cuarta ronda (puesto 74). Antes de aquello, después de mi primer partido muy bueno en el primer torneo previo al draft, el de Virginia, tenía a todos los agentes detrás, pero quedé con Joe Glass, que se parecía a Auerbach, judío, mayor, siempre con el puro en la boca, aunque no lo encendía. Subí a su habitación porque era el único que me había hecho caso en los años previos en Niágara. Todos estaban detrás de mí y él me dijo: “Dispones del talento para jugar en la NBA, pero necesitas el equipo perfecto en el momento perfecto. Si no llegas, no será porque seas malo. Así que puedes pasar por 16 equipos en una carrera de 10 años sin problema; pero no sé si quieres esa vida. En Europa puedes ser una estrella”. Yo lo miré raro porque el resto de los representantes me ofrecían dinero, coches, chicas… Y le dije, “vale, vale”. El me respondió: “Coge mi tarjeta y cuando te dejen de hacer caso, llámame”. Y así paso, después del torneo de Chicago, los agentes ya no hablaban conmigo, encontré su tarjeta y lo llamé al cabrón: “Llevaba tiempo esperando esta llamada”, fue su bienvenida. Imagínate lo que pensé en ese momento, pero fue el único que me dijo las cosas claras y luego lo agradecí mucho. Fue mi agente toda la vida, mi segundo padre.
Y pese a todo llegó a la NBA.
Sí, pero las cosas pasaron un poco como él dijo. Estuve en Sacramento Kings, en un muy mal equipo, y el 15 de diciembre (de 1987) me llaman casi a las doce de la noche. El teléfono fijo sonaba y yo le gritaba a mi novia de entonces, luego mi mujer, que no lo cogiera porque sabía que era para echarme, que habían fichado a otro jugador. Y así ocurrió, aunque me pidieron que esperara dos semanas porque podía haber otra salida y quedar un hueco para mí. Esperé dos semanas y me fui a Italia a jugar.

¿Cuál es el mejor recuerdo de su paso por la NBA?
El día que le metí 17 puntos a Denver Nuggets, a Alex English. El mejor y el peor a la vez. Perdíamos como por 20 en el primer cuarto y el histórico Bill Russell, que era nuestro entrenador, cogió un enfadado tremendo, mandó a todos a tomar por… y dijo que iba a jugar con los jóvenes. Lo hicimos bien, reaccionamos algo, aunque luego perdimos como siempre. Era en Colorado y nunca había jugado en altura, estaba asfixiado, pero no quería que me cambiaran. Al final del partido, en el vestuario, Bill, muy irritado, empezó a explicar que como era un hall of famer, si le iban a echar, que fuera por sacar al equipo que él quería. “A partir de ahora jugarán los jóvenes”, sentenció. Pensé que venía mi momento, que podía ser una estrella en la NBA y… No volví a participar hasta no sé cuántos partidos después. Un día me recupera para pegarle a Magic Johnson, para que gastara mis faltas con él. Le hice dos personales y en las dos anotó la canasta con tiro libre adicional. Magic se reía y me decía que tenía que darle más fuerte. No hubo opción porque Bill me cambió y Magic hasta me despidió: “Venga, buen trabajo, al puto banquillo”, me dijo.
Y se va a Italia, al Snaidero Caserta de la leyenda Oscar Schmidt.
Me llamó Joe Glass, que tenía una oferta de 60.000 dólares o una cifra parecida. Quería jugar y ganar dinero y a mi madre (de origen napolitano) le hizo ilusión, sobre todo por el hecho de que fuera profesional. Era muy católica y cuando estuve en el Vaticano le compré varias cosas, luego viajó a España varias veces, pero a Italia no la llevé nunca. El Caserta era un equipazo, estaban Oscar Schmidt, Nando Gentile y un jovencísimo Enzo Esposito. Y Sandro Dell’Agnello, Pietro Generali, Sergio Donadoni… Todos metían puntos y yo no era nadie, no había hecho nada en el baloncesto y temía que, después de Sacramento, me echaran también de Italia, y así pasó. De hecho, me querían meter en el avión de vuelta nada más aterrizar porque se esperaban un pívot de casi 7 pies (2,13 metros) para sustituir al lesionado Georgi Glouchkov, un búlgaro muy grande (el primer europeo en la NBA sin formarse en EE UU) que pegaba mucho, un perfil perfecto para Oscar.
“Con Obradovic creí en su sistema, me vendió la moto y se la compré. Le tengo mucho respeto, fuera del campo podías ser su amigo”
Arlauckas
La cosa empezó torcida y acaba en Málaga, en el Caja de Ronda.
Y de allí casi me echan también. Mario Pesquera, el entrenador, lo intentó no sé cuántas veces. Menos mal que no ocurrió, porque quizá no hubiera encontrado otro sitio. El contrato estaba bastante bien hecho, garantizado, y el presidente del equipo le decía a Mario que no me iban a echar, que no había dinero para pagar un despido. Yo jugaba bien, pero Mario era complicado, te gritaba durante el partido, “tira, no tira...”. No era fácil. Asumo mi parte de culpa porque no había estado nunca en España, no hablaba el idioma y no conocía el baloncesto de aquí. Me decían que no tomara pimienta o tabasco y luego veía a los otros jugadores bebiendo cocacola y vino. Era una cosa cultural y frustrante por muchos motivos. Vivía en un piso junto a El Corte Inglés en Málaga, pero entonces la ciudad no era como ahora. Tenía que lavar la ropa, secarla, los platos… cosas que en EE UU eran diferentes. Tampoco tenía contacto con la familia, ni móvil ni videollamadas, como ahora. Me costó ocho meses poner el teléfono fijo y, cuando lo tuve, casi había acabado la temporada. Y al año siguiente me cambié de casa y otra vez lo mismo.
¿Mejor en su segundo año en Málaga?
También fue difícil, pero Manolo Rubia (exjugador, entonces delegado y luego director deportivo y de operaciones) era mi dios allí, el que me cuidaba, también su mujer. Él me dijo que era muy buen jugador, pero que si quería tener una carrera debía pasar al menos dos años en el mismo club y aprender español. Le respondía que no iba a aguantar a Mario Pesquera un año más; pero tampoco tuve demasiadas ofertas, me ofrecieron la renovación y me acordé del consejo. Decido ponerme las pilas. En Málaga estaba con Rickey Brown. Mereció la pena aguantar.

En 1990 lo ficha el Baskonia con su buen ojo para las contrataciones. ¿Llega la explosión?
Viví un momento de gloria por el equipo que había: Ramón Rivas, Carlos Dicenta, Pablo Laso, David Wood, Alberto Ortega, Marcelo Nicola… Nos llevábamos superbién. Herb Brown, el entrenador, era especial, un poco loco, pero tenía más baloncesto en su dedo meñique que yo en todo mi cuerpo. Un entrenador increíble, aunque le costaba llevarse bien con la gente, conflictivo con jugadores, directivos… No he conocido a nadie, sin embargo, que supiera más de baloncesto. Teníamos más de 70 jugadas y la primera hora de los entrenamientos era cinco contra cero, un coñazo, para ser claros. Luego estudiaba al rival y te decía, estos son sus puntos débiles, así que jugaremos cinco lado, cuatro arriba, uno girando y no sé qué más. Lo tenía todo estudiado y si ibas a su casa, siempre estaba viendo el vídeo. Te llamaba a la hora de comer y te decía: “Oye, Joe, vente a casa, que tengo que enseñarte una jugada”. Lo que más me fastidió es que no ganamos títulos y que cuando me fui lo consiguieron. Me gusta pensar que ayudé a construir el futuro.
¿Por qué sale de Vitoria después de tres años?
Me vendieron. No es que me afectara demasiado, porque me fui al Real Madrid con un contrato mejor; pero sí las formas. Me dijeron que iba a seguir seguro y cuando mi agente me llamó para decirme que había opciones de que saliera, le dije que me habían asegurado que continuaba. Aunque resultó una salida favorable para mí, las maneras no me gustaron, solo digo eso.

¿Es Pablo Laso el jugador que mejor le ha entendido?
Sin ninguna duda. Recuerdo un base en Niágara, que entró conmigo como freshman, con el que tuve una gran química; pero con Pablo todo era muy fácil. Te ponía el balón en el sitio perfecto, corríamos al contraataque y sabía que cuando él se paraba yo tenía que pararme también, la defensa se relajaba, y ahí me llegaba el balón. Sin mirarlo a los ojos, sabía dónde iba a estar la bola. Me hizo la vida muy fácil, no sé cuántas asistencias me dio.
¿Le sorprendió que se hiciera entrenador?
No, además su padre (Pepe Laso) lo era. Era el camino perfecto para él, como base entendía el juego y de ese puesto, muchas veces, salen los mejores entrenadores. Yo llego antes al Madrid que él y ahora no recuerdo si el club me preguntó por su fichaje (en 1995); pero si lo hicieron, seguro que respondí: “Sí, fichadlo”.
En el Madrid aterriza en 1993, le esperan años buenos y malos, ¿cómo lo recuerda?
Sí, hubo dos etapas, hasta 1995 y después, tras ganar la Euroliga, cuando se marcha Sabonis a la NBA y las cosas cambian. Zeljko (Obradovic) no era el mismo tampoco, no sé si había problemas con los directivos. Aun así, nos meternos en la Final Four de París en 1996, pero se notaba que las cosas no iban bien. El baloncesto del Madrid estuvo muy mal, en general, durante 15 años, hasta que Laso llega al banquillo (2011). Recuerdo que cuando regresé a España era la época de Messina y ficharon a un montón de jugadores.
“A Laso no hacía falta mirarlo a los ojos, sabía dónde iba a estar el balón. Me hizo la vida muy fácil, no sé cuántas asistencias me dio”
Arlauckas
Cuando desembarca en el Madrid, Sabonis llevaba un año. ¿Qué se encontró?
Mire, como siempre digo las cosas como las pienso, cuando Sabas estaba en Valladolid (1989-92) yo pensaba que era una mierda, exagerando un poco, que estaba sobrevalorado.
¿Por qué?
Era grande, sí, pero no creía que fuera tanto como jugador, tan bueno, la verdad. Y no lo pensé hasta que comencé a entrenarme cada día con él, entonces, decía, “¡jo-der, qué tío, madre mía!”. Qué pases te metía, eso no quita para que los primeros seis meses fueran muy complicados. Ocupaba tanto espacio en ataque que te dejaba sin sitio, tuve que aprender a moverme y a jugar de una manera distinta. Ya no podía atacar tanto desde el poste bajo con el fade away (tiro echándose hacia atrás) como en Vitoria. Fue difícil, aunque la evolución quizá me hizo más completo. Llegaba además para ocupar el puesto de Rickey Brown, un ídolo que me enseñó mucho en Málaga, que me recomendó que dejara de hacer tantos mates y me pusiera un poco de hielo porque, de lo contrario, no iba a durar muchos años. Tenía razón.
Estuvo con Sabonis durante dos años todos los días. Y en su primera campaña en Málaga jugó contra Drazen Petrovic, que había fichado por el Madrid. ¿Quién era mejor?
Eran muy diferentes. La actitud de Petrovic no la tenía nadie, creo que se parecía, en cuanto a carácter ganador, a Fernando Martín, contra el que también jugué, de hecho, su último partido en el campo en la ACB fue en Málaga contra nosotros. La actitud de Sabas era muy distinta, incluso pasota hasta que empezaba el partido. Parco en palabras, pero con el balón en el aire iba con todo. Imparable.

Sabonis entró en la primera promoción de nuestro Hall of Fame y nos dijo que sus años en el Madrid fueron los mejores, que el equipo era como una familia.
Sí, fue una época muy bonita, por eso se notó tanto cuando se rompió el grupo en 1995. Al año siguiente seguía siendo un buen equipo, con buena gente, pero todo era distinto. Cuando llegué, Antonio Martín me cogió y me dijo: “Aquí estamos para ganar títulos”. Y pensé: “Pues vamos a ganar títulos”.
Perdone la palabra, pero recordando a los jugadores americanos que dejaron huella en aquellos años en España: Norris, Pinone, usted… Eran, para decirlo castizamente, un poco cabronazos. Duros, con mil artimañas, incluso retadores con la palabra.
(Se ríe). Sí, todos. Así es que como jugábamos, como aprendimos a hacerlo. Estuve en una Liga en la que era el único blanco, me machacaban todos los días y, a la vez, me enseñaron a defenderme. Inicialmente no era intenso, pero aprendí a serlo. En el parque de al lado de mi casa había dos canchas, incluso peligrosas, con los cuatro campos llenos y equipos esperando y, si no ganabas, no volvías a jugar hasta por la noche. Mis amigos me mandaron allí para que aprendiera a competir, a coger la mala leche en el juego. Cuando llegué a España no era amigo de nadie, a Pinone lo odiaba, pero al final nuestras mujeres se conocieron y nos hicimos amigos. No sabía jugar si no tenía un poco de odio, entiéndame.

Con Sabonis formó una de las mejores parejas interiores de siempre del baloncesto europeo y a su alrededor estuvieron Antúnez, Lasa, García Coll, Cargol… y Biriukov y Antonio Martín. Dos superjugadores y un equipo que los arropaba.
En esto hay mucha gente que se equivoca porque el resto tenía más calidad de lo que creen. Javi Coll era un gran currante, muy inteligente, una pieza muy importante más allá de su talento en ataque. Antúnez era la leche físicamente. Isma Santos venía de meter en el júnior 30 puntos por partido y era muy duro. La visión de José Lasa… Cargol, que fue uno de los primeros españoles de los que se habló en la NBA. Antonio Martín tenía incluso más calidad que su hermano Fernando, de hecho, en los entrenamientos iba duro contra él porque temía que me quitara el sitio. Muchos de ellos dejaron de ser el jugador que les hubiera gustado ser para ayudar al equipo. Había más talento de lo que la gente suele recordar y aceptaron un rol para que el Madrid fuera campeón de Europa. Esto tiene mucho mérito. Y me olvido de Chechu Biriukov, que era la hostia.
En esa relación de amor-odio con los entrenadores durante su carrera, ¿pondría a Zeljko Obradovic en lo alto del todo?
Sí, sin duda, por su manera de ser. Aunque él tampoco se libró: también lo odié (se ríe). Nos pegamos dialécticamente muchas veces, hubo bastantes broncas. Recuerdo al gran Clifford Luyk, para mí, igualmente, un enorme entrenador, me encantó; pero a lo mejor era más para los jugadores, nos entendía y no resultaba tan duro. ¿Zeljko? Un día me preguntó que si yo creía que era bueno. Y le respondí que sí, que siempre lo había pensado, pero que la diferencia es que ahora la gente me lo reconocía. Y me volvió a preguntar: “¿Piensas que aún puedes mejorar? ¿Estás dispuesto?”. “Creo que sí”, le contesté. “Pues vas a tener que trabajar más que en tu pu… vida”, añadió. Empezamos a entrenar y creía que me iba a morir. Luchábamos y nos dábamos tanto en los entrenamientos que los partidos pasaron a ser un paseo por el parque, una cuestión más mental que física. Me hizo muchísimo mejor jugador, en la temporada 95-96, en la Euroliga, metía casi 30 puntos por partido. Creí en su sistema, me vendió la moto y se la compré. Ganamos la Euroliga y ahora le tengo mucho respeto porque, al margen de su forma de llevarte en el campo, fuera de él podías ser su amigo. Me he encontrado a gente, y no voy a poner nombres esta vez, que te hacían las cosas difíciles, pero porque solo buscaban lo mejor para ellos. Zeljko era lo contrario, buscaba lo mejor para ti y sabía tratarte después de un entrenamiento o de un partido, se preocupaba por tu familia y por tu vida. Si venías con un problema, podías hablar con él. Un trato personal, aunque te echara unas broncas tremendas. Un día, después de un entrenamiento complicado, subí a su despacho y nos bebimos una botella de whisky entre los dos. Mi mujer no se creía que llegase de entrenar, pero así era Zeljko.
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