Pedro Ferrándiz, a las puertas del Hall of Fame

On the road. Literalmente, En el camino, la novela de Jack Kerouac cuyos 50 años se celebran hoy en Lowell (su pueblo natal). Por ahí pasó Pedro Ferrándiz camino del Hall of Fame, en el que ingresa como miembro de la Clase de 2007 junto a ilustres como Phil Jackson o Mirko Novosel. Hoy habrá gala televisada y mañana recogerá su anillo. Antes, Pedro voló de Madrid a EE UU, idéntico viaje al que hizo hace medio siglo para pescar a un globetrotter con las piernas interminables llamado Hightower. "Quién me iba a decir que cincuenta años después iba a verme en una así. Ni en mis mejores sueños", comenta Pedro en Springfield (Massachussets), donde Lou Carneseca y Charles M. Newton ejercen de 'padrinos'.

Le llamaré Pedro hasta el domingo, cuando acabe esta aventura. Prefiere que lo haga así, por más que su currículo no quepa en un folio. Éxito de autodidacta. "En mi vida he leído un libro de baloncesto", suelta mientras apura el café y, acto seguido, añade: "Fui más un entrenador intuitivo que escolástico". Tan intuitivo como para inventar aquella autocanasta de Alocén presente en las crónicas con las que los analistas han presentado a Ferrándiz al aficionado USA. O tan respetado como para despertar calificativos como el de "El Red Auerbach de Europa", con el que Dan Peterson (mejor entrenador en el Viejo Continente en 1987 y ex técnico de Delaware) titulaba su artículo para la web del Hall of Fame. "Don Pedro levantó la imagen del entrenador en Europa () Sí, él trajo respeto a su profesión. El Pequeño Gigante todavía se mantiene en lo más alto", afirma Peterson. Nada que añadir. Lo dicho, cincuenta años después de su primer viaje a USA, Pedro sigue "en el camino". A las puertas de la fama.