Una mujer de 20 años tiene un dolor en el brazo y descubre que le quedan “pocos meses de vida”
Lo que parecía un simple dolor muscular acabó siendo el primer signo de un cáncer agresivo y avanzado. Su testimonio, duro pero inspirador, recorre las redes.

Tenía apenas 18 años cuando sintió por primera vez ese pinchazo extraño en el brazo. Nada grave, pensó Julie. Una inflamación, un mal movimiento, quizás el esfuerzo de los estudios o del trabajo. Nada que un analgésico y unos días de reposo no solucionaran. Pero el dolor no solo no cedía, sino que se volvió más intenso, más profundo. Hasta que su vida cambió para siempre. En una consulta médica de rutina, recibió una noticia que marcaría un antes y un después: tenía cáncer óseo avanzado.
El proceso fue rápido. Las pruebas médicas, las derivaciones, las biopsias. Todo en pocos días. El diagnóstico llegó como un golpe seco, un tumor agresivo en el hueso de su brazo izquierdo, con un pronóstico reservado desde el principio. “Se me hinchó el brazo, ya no podía moverlo bien. Me enviaron a un oncólogo en Gante. Ahí empezó todo”, cuenta Julie a medios belgas. Lo que siguió fueron meses de operaciones, quimioterapia, radioterapia intensa y, finalmente, la amputación del brazo y la colocación de una prótesis.
A pesar de la cirugía y los tratamientos, las células malignas no se detuvieron. Las metástasis llegaron a sus pulmones y su situación se agravó. En marzo, sus médicos le comunicaron la peor de las noticias: los tratamientos convencionales ya no eran efectivos y sus posibilidades de recuperación eran prácticamente nulas.
“El mes pasado me dijeron que no me iba a curar. Que probablemente me quedan solo unos meses de vida”, relata con una mezcla de serenidad y valentía.
“No voy a quedarme llorando en un rincón”
Frente al abismo, Julie eligió la vida. “Quiero vivir todo lo que pueda, mientras pueda”, afirma. Está decidida a participar en ensayos clínicos experimentales, aunque solo le brinden unos meses más. “Si me dan dos años, ya es un regalo”, asegura. A su lado está Jens, su pareja, un apasionado del baloncesto con quien sueña hacer un último viaje a Nueva York y vivir juntos un partido de la NBA. “Quiero crear recuerdos, no solo despedidas”.
Una de las cosas más duras ha sido enfrentarse a conversaciones que ninguna joven de su edad debería tener. “Me han pedido que planifique qué hacer si no despierto una mañana. Es algo que no debería pensarse a los 20 años″, lamenta.
Pese a la brutalidad del proceso, Julie no deja que la enfermedad opaque su espíritu. Ha aprendido, dice, a seleccionar con quién compartir su energía, a no forzarse a sonreír para quienes no le ofrecen amor sincero. “Algunos lazos se rompieron, y está bien. Los que quedaron, valen oro”.
Julie no busca lástima, sino conciencia. Asegura que su mayor aprendizaje es la importancia de disfrutar las pequeñas cosas. “Mi lección es clara: aprecia. Todo. Incluso lo más mínimo. No des nada por sentado”, comparte. Ya tiene su entrada para el concierto de reunión de K3, su grupo musical favorito de la infancia, y su ilusión es poder aguantar hasta Navidad para pasarlo en familia. A cada pequeño objetivo le pone toda su fuerza.
“Mientras tenga aliento, voy a vivir con intensidad. Me enfoco en lo importante: la gente que amo, los buenos momentos, y no necesito compasión a menos que sea sincera”.
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Más allá del dolor, Julie quiere que su historia inspire. No solo a quienes atraviesan una enfermedad, sino a cualquiera que esté perdiendo el rumbo por problemas que, en perspectiva, pueden ser pasajeros. Antes de juzgar a alguien, dice, intenta entender por lo que está pasando. Porque la empatía no cuesta, y puede cambiar una vida. O al menos, hacerla un poco más liviana.
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