Prohíben a un hombre con un ataque cardíaco entrar a un centro médico y lo atienden en un pub
El Royal Flying Doctor Service de Australia ha desatado una revisión interna que va más allá de protocolos, habla de lo que significa cuidar, de lo que significa estar presentes.

En el vasto y remoto paisaje del interior australiano, donde los kilómetros pesan más que los minutos, la salud no es solo una cuestión de infraestructura: es una cuestión de humanidad. El reciente incidente en Innamincka, a mil km de la ciudad de Adelaida, lo pone de relieve un día más.
Un hombre de 85 años sufrió un presunto infarto y fue atendido en un pub por paramédicos fuera de servicio tras serles negado el acceso a la clínica local del Royal Flying Doctor Service (RFDS), lo que ha desatado una revisión interna que va más allá de protocolos. Habla de lo que significa cuidar, de lo que significa estar presentes.
La clínica, construida en 2020 gracias a una donación anónima, estaba cerrada por falta de personal. Ni los paramédicos ni las enfermeras que llegaron desde Broken Hill pudieron acceder. El paciente fue trasladado en un colchón en la parte trasera de una camioneta hasta la pista de aterrizaje, donde finalmente fue evacuado al Royal Adelaide Hospital. Sobrevivió, pero la pregunta queda: ¿qué pasa cuando el sistema no está?
Este no es un caso aislado en Australia. En William Creek, otro pueblo aislado al máximo, con unas 20 personas censadas, se ha inaugurado una clínica de telemedicina 24/7 sin personal físico, que conecta a los pacientes con médicos en Port Augusta o Adelaide. Es un avance tecnológico, sí, pero también una respuesta a una necesidad humana: la de no sentirse solos frente a la enfermedad, algo que ya contamos en esta entrevista sobre los avances de la telemedicina, y cómo se pueden salvar vidas a 5.000 km de distancia.

Y si alguien sabe lo que significa esa soledad, es Lil Bryant. Madre reciente, comenzó a desangrarse en su baño en plena noche. Su pareja y el equipo de la estación ganadera donde viven improvisaron una pista de aterrizaje con papel higiénico empapado en diésel. El RFDS llegó, la evacuó, y le salvó la vida. Tres vuelos en diez días. “No sé qué habría sido de mis hijos sin su madre”, dijo Lil. “El RFDS nos da la posibilidad de vivir aquí sabiendo que alguien nos cuida”.
Estos relatos no son solo anécdotas. Son recordatorios de que la sanidad no puede ser solo eficiencia, debe ser también empatía. Que los protocolos deben servir a las personas, no al revés. Que en los lugares donde la distancia es ley, la presencia (aunque sea virtual o intermitente) es vida.
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La revisión del RFDS en Innamincka debe ser más que administrativa. Debe ser una oportunidad para repensar cómo cuidamos, cómo respondemos, cómo garantizamos que nadie, en ningún rincón del país, se quede sin atención cuando más la necesita. Porque al final, la sanidad es eso: estar ahí. Ser humanos.
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