Otto Skorzeny, el comando nazi que trabajó para el Mossad y fue bautizado como “el hombre más peligroso de Europa”
El nazi más temido de Europa, oficial de las SS y héroe del Tercer Reich, pasó de rescatar a Mussolini y ser el favorito de Hitler a ayudar al Mossad a cazar científicos alemanes en Egipto.


Hay historias que, si no estuvieran documentadas, sonarían a guion rechazado por Netflix por falta de credibilidad. Esta es una de ellas. Otto Skorzeny, el tipo que rescató a Mussolini en una operación digna de Hollywood, terminó colaborando con el Mossad, el servicio secreto del Estado de Israel. Sí, el mismo Israel que nació de las cenizas del Holocausto. Y sí, el mismo Skorzeny que fue oficial de las SS y tenía una cicatriz que parecía diseñada por el departamento de propaganda nazi.
El enemigo de mi enemigo...
A principios de los años 60, en Israel nadie dormía tranquilo. Gamal Abdel Nasser, presidente de Egipto y aficionado a los discursos incendiarios, había fichado a varios científicos alemanes para desarrollar misiles. No eran ingenieros cualquiera: muchos habían trabajado en los proyectos V1 y V2 del Tercer Reich. Para el Mossad, aquello era como ver al doctor Frankenstein resucitando a sus monstruos.
El primer ministro israelí, David Ben-Gurion, que no era precisamente dado a exageraciones, lo resumió con una frase que aún retumba: “Confieso el miedo que me roba el sueño”.
La respuesta fue la Operación Damocles, una campaña encubierta contra el plan de Nasser que incluía sabotajes, amenazas, asesinatos selectivos y espionaje a lo James Bond, pero sin glamour. Se enviaron cartas y paquetes bomba, hubo secuestros y se amenazó a familias enteras para obligarlas a abandonar Egipto.
En medio de ese tablero, alguien propuso una jugada que parecía sacada de un delirio: reclutar a Otto Skorzeny.

El villano perfecto
Nacido en Viena en 1908, Skorzeny era el arquetipo del malo de película: alto (1,92), imponente, con una cicatriz que cruzaba su mejilla como si la historia le hubiera dejado una firma. En 1943 se hizo famoso por rescatar a Mussolini en una operación imposible. En la batalla de las Ardenas provocó el caos en las fuerzas aliadas utilizando soldados alemanes disfrazados de oficiales estadounidenses en la Operación Greif. Hitler siempre le elegía para organizar el comando que pusiera en marcha sus delirios más locos… y casi nunca fallaba. Todo esto le valió el título de “el hombre más peligroso de Europa”. Después de la guerra, consiguió salir vivo de los juicios de Nuremberg, se fugó de la cárcel y se instaló en la España franquista, donde vivía como un jubilado de lujo, rodeado de ex camaradas, whisky caro y conexiones con la red ODESSA, que ayudaba a nazis a escapar a América Latina.
No era un nazi cualquiera. Fue asesor militar de Nasser en Egipto, amigo personal de Juan y Eva Perón en Argentina, y colaborador ocasional de la CIA. Un comodín en el tablero de la Guerra Fría.
El Mossad llama a la puerta
Según los periodistas Dan Raviv y Yossi Melman, el Mossad pensó primero en eliminarlo. Pero luego alguien dijo: “¿Y si lo usamos?” Y así fue. Agentes israelíes, disfrazados como pareja alemana, se presentaron en su casa de Madrid. Skorzeny los recibió con una pistola. Uno de los agentes, Joe Raanan, le soltó una frase digna de Tarantino: “Ayúdanos, y vivirás. Mátanos, y los próximos no compartirán una copa contigo. Te volarán la cabeza”.
Skorzeny aceptó. No pidió dinero. Solo quería que lo borraran de la lista negra de Simon Wiesenthal. El Mossad, que no se caracteriza por su sentimentalismo, le falsificó una carta de exoneración. Y así, el hombre que había servido a Hitler empezó a trabajar para el Estado judío.

Un nazi en Israel
Se cuenta que Skorzeny fue llevado en secreto a Israel. Visitó Yad Vashem, el memorial del Holocausto. Allí, un superviviente lo reconoció y lo acusó. Raanan, sin pestañear, respondió: “Es mi pariente, también superviviente”.
Durante su colaboración, Skorzeny proporcionó información clave sobre los científicos alemanes que trabajaban para Egipto. Identificó más de 250 nombres, direcciones, empresas pantalla como “Intra”, y facilitó operaciones de sabotaje. Una de ellas terminó con cinco técnicos muertos en la “Fábrica 333”.
Uno de los episodios más turbios fue la desaparición del científico Heinz Krug. Se cree que fue asesinado en un bosque cerca de Múnich por Otto Skorzeny junto a tres agentes israelíes, en una operación coordinada por Yitzhak Shamir, entonces jefe de operaciones especiales del Mossad y más tarde primer ministro. El cuerpo fue disuelto en ácido y enterrado en una fosa cubierta con cal. El periodista estadounidense Dan Raviv resumió así esa etapa de Skorzeny: “Creo que lo trataba todo como una aventura. Además, el Mossad es lo mejor que hay en el negocio, y creo que disfrutaba estar involucrado con ellos”.
El final de la Operación Damocles
La Operación Damocles funcionó, pero dejó cadáveres políticos. Cuando un equipo del Mossad fue arrestado en Suiza, Ben-Gurion tuvo que aceptar la renuncia de Isser Harel, jefe del servicio. Meir Amit tomó el relevo a finales de 1963 y cambió el enfoque: “La amenaza era real, pero el precio político era demasiado alto. Había que cambiar de rumbo”. Fue el fin de la Operación Damocles.
Skorzeny, fumador empedernido, murió en Madrid el 7 de julio de 1975 de cáncer de pulmón. Su funeral fue un desfile de nostalgia nazi: himnos del Tercer Reich, saludos fascistas y viejos camaradas. Entre ellos, según algunas versiones, estaba Joe Raanan, el hombre que lo reclutó para el Mossad. Un gesto que resume la ambigüedad moral de toda esta historia.
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Simon Wiesenthal, que no se refería directamente a Skorzeny, dejó una frase que parece escrita para él: “El olvido es cosa del tiempo, pero el perdón es un acto de voluntad. Y sólo quien ha sufrido está capacitado para tomar esa decisión”. Skorzeny no fue perdonado. Fue útil. Como tantos otros en el mundo del espionaje, donde la ética es un lujo y la supervivencia, una urgencia.
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