Sociedad

Ni en Cuba ni en Chicago: los cigarrillos los inventaron los mendigos sevillanos y los llamaban “papelinas”

Los primeros cigarrillos no salieron de fábricas ni laboratorios, sino de las manos sucias de los mendigos sevillanos. Con papel de arroz y tabaco recogido del suelo, inventaron un hábito que conquistaría el mundo y acabaría siendo veneno global.

Los fumadores, cuadro de Adriaen Brouwer
Mariano Tovar
Empezó a trabajar en AS en 1992 en la producción de especiales, guías, revistas y productos editoriales. Ha sido portadista de periódico, redactor jefe de diseño e infografía desde 1999 y pionero en la información de NFL en España con el blog y el podcast Zona Roja. Actualmente está centrado en la realización de especiales web e historias visuales
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“El humo es el alma del pobre”, decía un viejo mendigo sevillano mientras liaba con dedos temblorosos un papelillo de arroz. No era una metáfora, era la realidad. En las calles empedradas de Sevilla, mucho antes de que el cigarrillo se convirtiera en la forma más popular de consumir tabaco, ya lo fumaban los que no tenían nada. Y lo hacían con tabaco conseguido con picardía e ingenio.

Tabaco cogido del suelo y papel de arroz

En el siglo XVI, Sevilla era el puerto más importante del mundo. Por sus muelles pasaba oro, cacao, esclavos y, cómo no, tabaco. El tabaco llegaba en hojas, en polvo, en sacos mal cerrados que dejaban escapar su contenido por las rendijas de los barcos. Y ahí estaban los mendigos del Arenal, los pícaros de Triana, los niños de la calle Sierpes, recogiendo esas migajas.

No tenían dinero, pero sí ingenio. Con papel de arroz, hojas de biblia robadas o papel de estraza, liaban lo que encontraban y lo llamaban “papelina”. Era su forma de fumar sin gastar un maravedí. Muchos historiadores coinciden: los primeros cigarrillos nacieron en Sevilla, y no en los salones aristocráticos, sino en los rincones más oscuros de la ciudad.

Nicolás Monardes, médico sevillano que en 1571 publicó uno de los primeros tratados europeos sobre las virtudes del tabaco decía que “El tabaco es medicina, consuelo y pecado”. Lo recomendaba para curar el dolor de cabeza, la tristeza y hasta la peste. Pero los mendigos no leían tratados. Ellos sabían que el tabaco calmaba el hambre, el frío y la desesperación. Era quizá el único vicio que se podían permitir. Y lo disfrutaban con ganas.

Rodrigo de Jerez y el humo maldito

Mucho antes de que los mendigos sevillanos liaran papelinas, hubo un marinero que se adelantó a todos. Rodrigo de Jerez, compañero de Cristóbal Colón, fue probablemente el primer europeo en fumar tabaco. Lo aprendió de los taínos en el Caribe y volvió a España con el hábito. Al llegar a Ayamonte, los vecinos lo denunciaron: “¡Echa humo por la boca como si fuera el demonio!”. La tradición popular dice que la Inquisición lo encarceló. No por hereje, sino por fumador.

La relación entre la Iglesia y el tabaco fue ambigua. En sus inicios, muchos clérigos lo condenaban: “Solo el diablo puede hacer que un hombre eche humo por la boca”, escribió un fraile dominico en 1604. Pero al mismo tiempo, conventos como el de la Cartuja cultivaban tabaco en sus huertos. Y algunos monjes lo usaban como remedio contra la melancolía.

Ni en Cuba ni en Chicago: los cigarrillos los inventaron los mendigos sevillanos y los llamaban “papelinas”
El óleo 'Las Cigarreras', de Gonzalo Bilbao, representa a las mujeres liando cigarros en la fábrica de Tabacos de Sevilla.

Las Cigarreras y el contrabando

En el siglo XVIII, la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla se convirtió en la mayor industria de Europa. Allí trabajaban cientos de mujeres, las famosas Cigarreras, que liaban cigarros puros con una destreza que asombraba a los viajeros. Pero también había fuga de material. Las Cigarreras, muchas de ellas madres solteras o viudas, escondían restos de tabaco en sus faldas. Lo vendían a los mendigos que esperaban a la salida.

“Mi madre me enseñó a liar cigarros antes que a leer”, decía una antigua Cigarrera en los años 60. Y muchas de esas mujeres, solidarias con los desheredados, fueron cómplices involuntarias del desarrollo del cigarrillo.

La figura de la Cigarrera sevillana se hizo universal gracias a la ópera Carmen de Georges Bizet, estrenada en 1875. Aunque Carmen no fuma en escena, su carácter libre, desafiante y sensual convirtió a las trabajadoras de la Fábrica en símbolo de rebeldía y deseo. Desde París hasta Nueva York, el tabaco sevillano se asoció con mujeres que no pedían permiso para vivir. Ni para fumar.

El cigarrillo se hace moda (y veneno)

A mediados del siglo XIX, el cigarrillo empezó a popularizarse entre soldados, obreros y bohemios. Pero su origen seguía siendo marginal. Los mendigos sevillanos lo habían inventado, pero nunca lo patentaron. Como tantas cosas nacidas en la pobreza, el cigarrillo fue apropiado por la industria, embellecido por la publicidad y vendido como símbolo de modernidad.

El verdadero salto llegó en 1880, cuando James Albert Bonsack inventó una máquina para liar cigarrillos. En 1885, James Buchanan Duke, que llegó a tener el monopolio mundial del mercado de cigarrillos, la convirtió en oro: comenzó la producción masiva, la distribución global y los anuncios que prometían estilo, éxito y sensualidad al fumador. Lo que nació como consuelo del pobre se convirtió en el veneno más popular. Y en el negocio más rentable.

Y por si quedaba alguna duda de que España no solo inventó el cigarrillo, sino que también intentó que fuera menos dañino, hay que recordar a Ramón Galindo, un joven barcelonés que en 1959 presentó el primer cigarrillo con filtro en el estanco Casa Gimeno, en plena Rambla de Barcelona, donde trabajaba su novia. No registró la patente, pero entregó su idea a Tabacos de Filipinas, que la presentó a Philip Morris en Inglaterra. Galindo no recibió dinero, pero sí empleos vitalicios para él y su familia en el sector tabaquero español.

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Hoy sabemos que el cigarrillo mata, enferma y esclaviza. Pero su historia, como la de tantas cosas humanas, está hecha de contradicciones. Y aunque hoy lo asociamos con campañas antitabaco, su origen está ligado al ingenio de la Sevilla más profunda.

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