La malaria: el enemigo invisible que ha decidido más guerras que los generales… hasta que se inventó el gin-tonic
Desde Babilonia hasta Guadalcanal, la malaria ha decidido conflictos sin disparar una sola bala. Provocó la primera gran derrota de Napoleón y un cóctel con quinina salvó al Imperio Británico.


“La malaria ha matado más soldados que todas las balas juntas”, escribió Timothy C. Winegard. Y no exageraba. Porque si hay un asesino silencioso en la historia de la humanidad, es un mosquito que no lleva uniforme, ni bandera, ni fusil. Solo necesita agua estancada, calor y un cuerpo que respire. Y entonces ataca. Sin piedad.
Los mosquitos podrían ser responsables de más muertes humanas que cualquier otro animal, aunque las cifras exactas son imposibles de conocer. Se calcula que en el siglo XX la malaria provocó entre el 2% y el 5% de todas las muertes.
Su historia empieza mucho antes de que el primer humano empuñara una espada. Hay mosquitos fosilizados en ámbar de hace más de 100 millones de años con rastros de Plasmodium. Algunos científicos creen que los dinosaurios ya sufrían fiebres intermitentes, aunque no podamos saber si para ellos fue tan letal como para nosotros. La malaria probablemente dio el salto al Homo sapiens mucho después, hace unos 10.000 años, coincidiendo con el auge de la agricultura y los asentamientos humanos.
Desde entonces, la malaria ha sido el general invisible de la historia, decidiendo batallas desde Babilonia hasta el Pacífico. No aparece en los cuadros de batalla, ni en los partes de guerra, ni en los himnos. Pero ha sido más decisiva que los mejores estrategas de la historia.
Alejandro Magno murió en Babilonia en el año 323 a.C., tras varios días de fiebre alta. Aunque se han barajado muchas causas, la malaria es una de las más probables. No fue el único. Aníbal perdió por la malaria un ojo y miles de hombres mientras cruzaban los pantanos italianos, donde los mosquitos eran más letales que las legiones romanas. El problema de las lagunas Pontinas se alargó hasta el siglo XX. Mussolini las drenó en los años 30 para erradicar la malaria en Roma, pero los nazis volvieron a inundarlas y liberaron millones de larvas en 1943 como arma biológica tras el desembarco de los aliados. Eso no impidió el avance aliado, pero sí provocó una epidemia de malaria en el centro de Italia que duró años y tuvo consecuencias devastadoras.

Causó la primera gran derrota de Napoleón...
Napoleón lo aprendió en Haití. En 1802, mandó 31.000 soldados para sofocar la rebelión de esclavos liderada por Toussaint Louverture. La malaria y la fiebre amarilla les estaban esperando en las selvas caribeñas. En menos de un año, más de 22.000 franceses murieron por enfermedades tropicales, sin apenas entrar en combate. El desastre fue tal que Napoleón abandonó sus sueños americanos y vendió Luisiana a Estados Unidos por cuatro centavos el acre. El historiador John Barry lo resume así: “La malaria cambió el mapa de América”. Si los mosquitos no hubieran hecho su trabajo, Estados Unidos podría haber sido francés hasta el Misisipi. El problema no solo se redujo a América. Se calcula que, durante las guerras napoleónicas, el 73% de las muertes se debían a enfermedades y solo el 27% a acciones bélicas. En comparación, en Vietnam, una zona selvática con infinidad de dolencias tropicales, menos del 10% de las muertes estadounidenses se debieron a enfermedades.
...la debacle sudista...
En la Guerra de Secesión, la malaria fue una de las armas más letales del conflicto, especialmente para el bando confederado. El Sur, con su clima cálido y húmedo, era un paraíso para el mosquito Anopheles. Las tropas acampaban cerca de pantanos, ríos y zonas boscosas, donde la enfermedad se propagaba como el fuego. Se registraron más de un millón de casos durante la guerra, y aunque no todos fueron mortales, la fiebre, los escalofríos y la anemia creaban ejércitos de espectros inútiles para el combate.
Pero el golpe más duro fue logístico. El Norte tenía acceso a la quinina, traída desde Sudamérica. El Sur, bloqueado por la marina unionista, no podía importar suficiente quinina, lo que dejó a sus tropas indefensas. Como escribió el historiador Andrew McIlwaine Bell: “La malaria no ganó la guerra, pero ayudó a perderla”. Los brotes de malaria fueron uno de los factores que aceleró la rendición de Vicksburg, lo que, junto con la victoria nordista en Gettysburg, marcó un punto de inflexión en la guerra.

...puso en riesgo un imperio...
Durante el siglo XIX, el Imperio Británico se expandió por África, pero encontró un enemigo que no figuraba en los mapas. En Sierra Leona, conocida como “la tumba del hombre blanco”, el 46% de los colonos moría en el primer año. Los soldados británicos caían como moscas, y los médicos apenas podían hacer nada. La solución llegó con la quinina, pero no era suficiente. Los oficiales empezaron a mezclarla con ginebra, azúcar y limón para hacer más tolerable su sabor amargo. Así nació el gin-tonic, el cóctel imperial. Se atribuye a Churchill la frase: “El gin-tonic ha salvado más vidas y cabezas inglesas que todos los médicos del Imperio”.

...y masacró a los japoneses
Pero si hay un lugar en el que la malaria mostró su rostro más cruel, fue en el Pacífico. En la Segunda Guerra Mundial, los soldados aliados se enfrentaron a un enemigo que no estaba en los mapas: la jungla. En Nueva Guinea, Filipinas y Birmania, los mosquitos eran más peligrosos que los japoneses. En algunos batallones, la malaria causó más bajas que el enemigo. El general Douglas MacArthur ordenó que cada soldado tomara una dosis diaria de quinina. Y él mismo la tomaba, porque “la fiebre no respeta rangos”.
La malaria afectó aún más a las tropas japonesas. Muchos soldados venían de zonas urbanas y no estaban preparados para la jungla. No tenían acceso suficiente a quinina ni a repelentes eficaces. En Guadalcanal, los informes aliados describen enfrentamientos con adversarios esqueléticos, con los ojos hundidos, que caían exhaustos antes de disparar. La malaria no solo debilitó a los japoneses: los descompuso. En algunos frentes, hasta el 60% de las tropas japonesas contrajeron la enfermedad. El enemigo invisible había elegido bando.
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La malaria no protagoniza los libros de estrategia, pero ha decidido más guerras que todos los generales juntos. Ha tumbado imperios, redibujado mapas y convertido ejércitos en fantasmas. Mientras los líderes planeaban ofensivas, los mosquitos decidían quién viviría para contarlas.
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