Sociedad

La epidemia que provocó que decenas de personas bailaran hasta la muerte en Estrasburgo y que hoy sigue siendo un misterio

No hubo música, ni celebración. Solo cuerpos moviéndose sin descanso, como si algo invisible los poseyera. Algunos murieron. Otros sobrevivieron. Y todos dejaron atrás un misterio que ni la ciencia ni la historia han logrado resolver.

La danza de los campesinos, pintado por Pieter Bruegel el Viejo alrededor de 1568.
Mariano Tovar
Empezó a trabajar en AS en 1992 en la producción de especiales, guías, revistas y productos editoriales. Ha sido portadista de periódico, redactor jefe de diseño e infografía desde 1999 y pionero en la información de NFL en España con el blog y el podcast Zona Roja. Actualmente está centrado en la realización de especiales web e historias visuales
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“Muchos cientos en Estrasburgo comenzaron a bailar y saltar, mujeres y hombres, en el mercado público, en callejones y calles, día y noche, y muchos de ellos no comieron nada hasta que finalmente la enfermedad los abandonó”.—Poema manuscrito citado por Johann Schilter, jurista de Estrasburgo.

En julio de 1518, Estrasburgo se convirtió en un escenario de locura colectiva. No fue una guerra, ni una peste, ni una revuelta. Fue una epidemia de baile. Sí, de baile. Y no hablamos de una fiesta descontrolada, sino de cientos de personas que se lanzaron a moverse sin parar, día y noche, hasta caer muertas por agotamiento, infartos o derrames cerebrales. Y sin que hubiera música acompañándolos. Algunas fuentes hablan de hasta 15 muertes diarias en el pico del brote.

Todo empezó con una mujer. Frau Troffea. Una mañana cualquiera, salió de su casa y empezó a bailar en plena calle. No había música. No había celebración. Solo ella, moviéndose como si algo la poseyera. Los vecinos la miraban con curiosidad, luego con preocupación. Troffea no paró. Bailó durante horas, luego fueron días. Cuatro seguidos, según algunas crónicas. Hasta que sufrió un colapso... pero tras recuperar el sentido, se levantó y siguió bailando compulsivamente durante algunas horas más.

Las autoridades, desconcertadas, decidieron trasladarla en carreta a Saverne, donde había un santuario dedicado a San Vito, el santo que se creía responsable de la maldición. Allí se le aplicaron rituales religiosos para liberarla del trance. Pero lo más inquietante fue lo que vino después.

Como si el baile fuera contagioso, otras personas comenzaron a unirse. Primero una docena. Luego treinta. En menos de un mes, más de 400 ciudadanos estaban atrapados en ese frenesí. Bailaban sin descanso, con los pies sangrando, los rostros desencajados, los cuerpos convulsionándose. Algunos lloraban, suplicaban ayuda, gritaban de dolor. Pero no podían parar.

Un esperpento surrealista

“En el año 1518 d. C. se produjo entre los hombres una notable y terrible enfermedad llamada danza de san Vito, en la que los hombres en su locura comenzaron a bailar día y noche hasta que finalmente cayeron inconscientes y sucumbieron a la muerte”.—Crónica anónima de 1636

Los médicos descartaron causas astrológicas o demoníacas. Dijeron que se trataba de una “fiebre danzante” provocada por el calor excesivo de la sangre. ¿La solución? Que siguieran bailando. Así que el Concejo de Estrasburgo construyó un escenario en el mercado de caballos, contrató músicos y bailarines profesionales. Querían que los enfermos se desfogaran. Pero lo único que lograron fue acelerar el desastre.

Durante semanas, los improvisados bailarines fueron cayendo uno a uno. Algunos por agotamiento, otros por ataques cardíacos. Los pies se les llenaban de ampollas y llagas, la ropa se les pegaba al cuerpo empapado de sudor, los ojos se quedaban perdidos en el infinito... La ciudad entera se convirtió en un esperpento surrealista.

La epidemia que provocó que decenas de personas bailaran hasta la muerte en Estrasburgo y que hoy sigue siendo un misterio
Estrasburgo en la actualidad.ELYxandro Cegarra / Panoramic / Bestimage

Sin explicación científica

Ocho años después, un médico suizo llamado Paracelso visitó Estrasburgo y quedó fascinado por el caso. En su obra Opus Paramirum, clasificó el fenómeno en tres tipos: chorea lasciva, chorea imaginativa y chorea naturalis. Según él, Troffea bailaba para avergonzar a su marido, y otras mujeres se unieron como forma de protesta. Para Paracelso, el baile era un acto de desafío, una forma de liberar tensiones en una sociedad oprimida.

Tras semanas de caos, la epidemia desapareció tan misteriosamente como había empezado. Los que sobrevivieron dejaron de moverse. No hubo explicación. No hubo cura. Solo el silencio que sigue a una tormenta.

Y aunque parezca increíble, no fue un caso aislado. En los siglos XIV y XV hubo otras “manías danzantes” en Centroeuropa. Pero la de Estrasburgo destaca por su escala, por la claridad de los registros y por la reacción de las autoridades. Fue una emergencia pública en toda regla. Una ciudad renacentista enfrentada a un fenómeno que desafiaba toda lógica.

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Hoy, más de 500 años después, seguimos sin entender del todo qué ocurrió. ¿Fue una enfermedad? ¿Una intoxicación? ¿Una crisis social? ¿Una forma de exorcizar el sufrimiento colectivo? Tal vez fue todo eso a la vez. O tal vez fue simplemente una advertencia: cuando el cuerpo ya no puede gritar, baila.

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