Increíble hallazgo de dos senderistas en Gran Canaria
Los excursionistas se toparon con el esqueleto de un aborigen que, a pesar de los siglos de antigüedad, se encontraba en buen estado .
Cuando uno cruza la puerta de su casa y pone rumbo al mundo exterior, nunca sabe lo que se va a encontrar. El mundo es, a menudo, caótico y aleatorio. Por mucho que nuestra especie se devanee los sesos tratando de encontrar patrones, muchas veces la existencia, simplemente, es una ristra de eventos fortuitos. Un caos que se esconde tras una fina pátina de armonía. Sabemos cómo empiezan las cosas, pero casi nunca cómo acaban.
Hay una palabra para esto. Serendipia. Es cuando se encuentra algo que no se estaba buscando. Este fenómeno tiene muchas manifestaciones en la vida cotidiana. Puede ser molesto, como cuando no encuentras las llaves por ninguna partes y, cuando ya te has dado por vencido y abandonas la empresa, de repente aparecen. Pero también puede cambiar el curso de la historia. Desde Colón desembarcando en las Américas a Fleming dándose de bruces, de repente, con la penicilina.
Y serendipia en toda regla ha sido, desde luego, lo que han vivido dos excursionistas en Gran Canaria. Se encontraban dando un paseo cerca de las costas de la isla. El terreno es sinuoso, y las contorsiones de la roca crean antiquísimas cuevas de gran profundidad. Hace muchos siglos, estas concavidades salvajes dieron cobijo a los aborígenes del archipiélago. Un refugio en las noches de lluvia y frío. Testigos mudos y huecos de tiempos remotos.
Maldita y bendita casualidad
Lo que empezó para estos amantes de la naturaleza como un agradable paseo acabó siendo poco menos que una escena digna de Indiana Jones. Si se les hubiera preguntado antes del suceso, seguramente ni en mil años habrían adivinado que se iban a encontrar con una tumba que, según creen los expertos, dataría del siglo XI. Al menos esa es la cronología hacia la que apuntan los primeros análisis.
Porque, a pesar del entendible estupor inicial, los senderistas fueron extremadamente competentes en su forma de actuar. Fueron cuidadosos de no hacer nada que pudiera dañar los restos aparecidos -lo que, aunque parece evidente, en realidad no lo es tanto, pues hay por ahí más de uno que se hubiera llevado el cráneo a casa de recuerdo o para hacer una ensaladera-. Se limitaron a poner sobre aviso a las autoridades, que en seguida desplegaron una misión de arqueólogos para recoger el esqueleto.
Un episodio que, sin duda, no olvidarán estos dos descubridores accidentales. Muestra de que, por mucho que se intente seguir itinerarios y controlar los acontecimientos, seguirá por siempre siendo un misterio lo que espera a la vuelta de la esquina. Dos amigos que decidieron salir a estirar las piernas en un agradable día de primavera canaria. Lo que aconteció no es más que una de tantas manifestaciones de eso que está en ninguna y todas partes, la casualidad. La maldita y bendita casualidad.