El motivo por el que los mosquitos pican más en los tobillos
La planta del pie cuenta con 250.000 glándulas sudoríparas, más que cualquier otra parte del cuerpo humano. Los tobillos actúan de ‘chimenea’ de gran parte del sudor que producimos.
Llega el verano y con él también la presencia de mosquitos, unos insectos que durante la época estival del año nos incordian con su presencia. Recientemente hablábamos de la preferencia de estos insectos por según qué colores, pero también tienen cierta predilección por ‘atacar’ ciertas partes del cuerpo como los tobillos.
Si bien pueden dirigir sus zumbidos y picotazos hacia cualquier parte del cuerpo, parece que esta zona es su preferida más allá de que pueda ser fruto del azar. Y tiene que ver con el olfato, pues es a través de este sentido por el que basan gran parte de su percepción de la realidad. Por tanto, muchos de los repelentes contra ellos son productos aromáticos que no les resultan agradables.
Sus órganos olfativos se encuentran en las antenas, con ellas pueden identificar a sus presas para atacar. Si detectan la presencia de dióxido de carbono (CO2) ya tendrán una potencial víctima. Ahora, ¿dónde atacar? Durante el vuelo hacia el ser humano, perciben un potente aroma de la gran cantidad de bacterias que se concentran en los pies, al que se sienten fuertemente atraídos. Por ello, acudirán hacia esa zona gran parte de las veces.
El olfato, un sentido clave
Los mosquitos, como otros insectos, cuentan con una capacidad muy sensible para notar los cambios de temperatura. Es precisamente esto lo que influye en su preferencia ambiental. Pero también implica reconocimiento, localización y ataques en los animales que se alimentan de sangre (hematófagos).
La detección de dióxido de carbono, el calor corporal y el olor de cualquier vertebrado de sangre caliente son tres indicadores a través de los cuales los mosquitos se valen para buscar a sus presas. El mayor de ellos para un mosquito hembra (la que produce picores tras la picadura) es un cuerpo con la sangre caliente. Antes de su localización, capta diversas señales: la principal, el CO2 de la respiración.
Tras elegir la víctima por su emisión de dióxido de carbono y su calor corporal, llega el momento de determinar qué zona atacará. Si la emanación llega de un grupo, el olor corporal será el factor que hará que se fije en uno u otro individuo, algo que viene definido por los microorganismos que hay en la piel. Las bacterias presentes en nuestro cuerpo convierten el sudor en ácidos orgánicos volátiles, como el ácido láctico, muy atractivo para este grupo de insectos.
Un compuesto que les atraerá y, a través de sus sensores térmicos, elegirán la zona de la piel que les parece más apetecible. Y entre estas ubicaciones, la de los pies les supone un verdadero manjar, si bien varía entre cada individuo. Los tobillos hacen las veces de chimeneas, por las que salen los olores procedentes de los pies. La planta del pie tiene unas 250.000 glándulas sudoríparas, más que cualquier otra parte del cuerpo humano. Además, gran parte del olor que sale del cuerpo acaba en los tobillos.