Sociedad

El día que Occidente dijo “no” por ecología y China dijo “sí” por dominar el mundo: así nació el monopolio de las tierras raras

Imanes, LED, láseres, fibra óptica, chips… todo depende de tierras raras. China domina el refinado y la fabricación casi al 100 %, y Occidente intenta recuperar terreno sin volver a las balsas tóxicas de los años 80.

China tiene prácticamente el monopolio mundial en el refinado y fabricación de productos finales a partir de tierras raras.
Cheng Xin
Mariano Tovar
Empezó a trabajar en AS en 1992 en la producción de especiales, guías, revistas y productos editoriales. Ha sido portadista de periódico, redactor jefe de diseño e infografía desde 1999 y pionero en la información de NFL en España con el blog y el podcast Zona Roja. Actualmente está centrado en la realización de especiales web e historias visuales
Actualizado a

Hay cosas que parecen invisibles hasta que faltan. Los imanes que mueven un coche eléctrico, las lámparas LED, los láseres, las baterías NiMH, la fibra óptica, los chips de tu móvil y el altavoz donde suena AC/DC a tope comparten nombres de crucigrama: neodimio, praseodimio, disprosio... Las llamamos “tierras raras” y, por si alguien aún lo duda, no son tan raras. Están repartidas por medio mundo, incluso bajo campos de La Mancha. Lo difícil no es encontrarlas; lo difícil es transformarlas. Y ahí empieza esta historia.

En los años 80, Estados Unidos llevaba la delantera en el refinado de tierras raras con Mountain Pass, que en aquellos años era el corazón del negocio, aunque pocos miraban lo qué había detrás. Separar tierras raras es sucio y caro: implica baños químicos, residuos tóxicos y trazas radiactivas que hay que manejar con guantes, dinero y política. Cuando Washington y Bruselas endurecieron las normas ambientales, los costes se dispararon. “No compensa si queremos hacerlo bien”, decían los informes. Occidente levantó el pie mientras pensaba en salvar el planeta. Al otro lado del mapa, China vio el vacío y se lanzó a ocuparlo. Deng Xiaoping lo resumió en 1992 con una frase que hoy parece profética: “Oriente Medio tiene petróleo; China tiene tierras raras”. Y tras esa frase, comenzó su conquista silenciosa del planeta.

Pekín subvencionó minas, aceptó el coste ambiental y construyó toda la cadena de producción: extracción, refinado, metalización y fabricación de imanes y otros productos finales. Su poder no está tanto en las rocas como en las fábricas. Para hacernos una idea, China controla hoy entre el 60 y el 65 % de la extracción, entre el 85 y el 90 % del refinado y casi el 100 % de la fabricación de productos finales.

El día que Occidente dijo “no” por ecología y China dijo “sí” por dominar el mundo: así nació el monopolio de las tierras raras
Vista aérea de la mina Yamansu a cielo abierto, el 7 de septiembre de 2025 en Hami, Región Autónoma Uigur de Xinjiang, China.VCG

El mundo no se dio cuenta de lo que estaba pasando hasta 2010, cuando China cerró el grifo de las tierras raras a Japón en plena disputa por las islas Senkaku. Los precios se dispararon y la economía japonesa tembló. La OMC sancionó la jugada, pero la lección quedó clara: si controlas toda la producción, controlas el reloj de todo el planeta.

China apenas tiene competencia. La única gran productora fuera de China es Lynas, una empresa australiana que no depende de Pekín para completar el ciclo con sus minas en Australia y sus plantas en Malasia. La estadounidense MP Materials reabrió Mountain Pass en 2017, pero desde entonces ha tenido que enviar su concentrado a China para terminar el proceso. Todo esto empezó a cambiar en abril de 2025. Tras los aranceles impuestos por Pekín en respuesta a los de Trump, MP Materials firmó un acuerdo con el Departamento de Defensa para construir instalaciones que permitan a EE.UU. cerrar el ciclo completo sin depender de nadie. La estrategia de relocalización del refinado parece funcionar: ya procesa parte del material en California y exporta materiales a Japón y Corea del Sur, mientras prepara una planta de imanes en Texas. Por su parte, Europa apenas tiene proyectos piloto.

Las razones del monopolio chino están claras: asumió el coste ambiental cuando Occidente dijo “no”, aplicó una política industrial agresiva con ayudas a las empresas implicadas para asegurar la producción con márgenes bajos, acumuló experiencia tras décadas optimizando procesos y se benefició del efecto red: fabricantes alineados con el proveedor más estable. Cambiar de socio y competir con China no será sencillo. El gigante asiático ofrece mucha calidad y un precio imbatible. Las empresas de todo el mundo nunca querrán correr el riesgo de buscar nuevos proveedores solo por motivos geopolíticos.

El día que Occidente dijo “no” por ecología y China dijo “sí” por dominar el mundo: así nació el monopolio de las tierras raras
Un hombre trabaja en una mina de metales de tierras raras en el condado de Nancheng, provincia de Jiangxi.Jie Zhao

Pese a todo, Occidente está despertando. Su problema más grave es la dura legislación y la sensibilidad social contra una producción sucia y muy contaminante. Estados Unidos está acelerando con el Inflation Reduction Act y el CHIPS Act para financiar minería y refinado. El Pentágono ha metido dinero porque ve peligrar su industria de defensa. Europa aprobó en 2024 el Critical Raw Materials Act (CRMA) para acelerar permisos y fijar objetivos de producción en 2030. Es la versión europea de “no queremos quedarnos a oscuras”. España aparece en la foto con potencial serio: Matamulas en Ciudad Real, Galiñeiro en Galicia, Granatillas en Almería y Fuerteventura. Las rocas están; falta la industria. Y falta algo más: convencer a la gente de que una planta química puede convivir con la transición verde.

¿Fue un error que Occidente frenara por cuidar el medio ambiente? Quizá, pero nadie quiere volver a las balsas tóxicas de los 80. El reto es hacerlo mejor: conseguir una separación menos agresiva, reciclaje y economía circular que compensen los precios más bajos de China. El CRMA ha lanzado un órdago con un plan con un mínimo de 10 % de extracción, un 40 % de procesamiento interno y un 15 % de reciclaje antes de 2030, pero esos objetivos tan ambiciosos requieren aceptación social. “Queremos imanes limpios” suena bien; “habrá una planta química cerca de tu casa” suena a otra cosa. Ese es el partido que hay que jugar. La mayoría de la opinión pública y las organizaciones ecologistas admite la necesidad de fortalecer la autonomía tecnológica europea, pero no está dispuesta a retroceder ni un milímetro en los logros conseguidos en políticas verdes.

Noticias relacionadas

Las tierras raras no son tan raras; el refinado sí lo es. China no ganó por tener más rocas, sino por atreverse a ensuciarse las manos cuando nadie más quiso hacerlo. Occidente quiere volver al juego, pero esta vez sin trampas: con tecnología limpia y política industrial seria. Si lo consigue, la próxima vez que China cierre el grifo, el motor seguirá girando y el radar viendo en la oscuridad.

¡Tus opiniones importan! Comenta en los artículos y suscríbete gratis a nuestra newsletter y a las alertas informativas en la App o el canal de WhatsApp. ¿Buscas licenciar contenido? Haz clic aquí

Etiquetado en:
Comentarios
Normas

Rellene su nombre y apellidos para comentar

Te recomendamos en Sociedad

Productos recomendados