La Ruta Inti continúa en Cuzco, y bien que hace, porque subestimar a las alturas, a los 3.400 metros sobre el nivel del mar, es de primero de ingenuidad. El cuerpo necesita aclimatarse a una altura de tal calibre y prepararse a respirar menos oxígeno que de costumbre en cada aspiración. Y este dogma, a pesar de ser casi biológico, no es diferente a aprender matemáticas, tocar un instrumento, o a dejar pasar las estupideces de un viejo amigo: solo se necesita tiempo.

La expedición académica se encuentra en modo pausa activa en la antigua capital inca. Se organizan varias actividades para los ruteros por la ciudad, se profundiza en la cultura e historia y se dan los primeros actos inaugurales. El organismo se adapta poco a poco a las alturas y a las caminatas venideras. Los muchachos cada vez son más amigos y ya hay miradas con intenciones pasionales, lo esperado, ni más ni menos.

Cuesta subir tres escaleras y mantener una conversación si caminas por una pequeña rampa. Con todo esto, cuesta pensar que no es una proeza movilizar a tantísima gente, llevar a un grupo tan grande a lugares tan alejados de sus casas, o de la civilización en ciertos casos. Pero la organización es estelar. En primera división hay equipos peor estructurados que Ruta Inti.

También hay empresas públicas menos reguladas que esta expedición y relaciones e infidelidades mucho peor gestionadas que este grupo.

La expedición sigue en marcha incluso en los momentos de pausa. En el segundo día, visitamos el Coricancha, o templo del Sol, la deidad más venerada de los incas. Celebramos el acto inaugural en la casa de la cultura, junto a Vladimiro Montesinos, concejal de cultura de Cuzco y persona de nombre estratosférico, y finalmente nos tomamos un par de fotos en la plaza principal. Ahora todo es tranquilidad, casi el sosiego previo a una tormenta que podrán seguir ustedes en la web y redes sociales de Diario AS.