Tensión con Marruecos en las aguas de Gibraltar y Perejil con un discreto movimiento del Estado Mayor de la Defensa español
La presión simbólica sobre el islote de Perejil, el cierre de aduanas en Ceuta y Melilla y el resurgir de movimientos nacionalistas marroquíes elevan la tensión entre Rabat y Madrid.

España y Marruecos viven un nuevo episodio de tensión política e institucional en el Estrecho de Gibraltar. Una serie de movimientos diplomáticos, maniobras militares y provocaciones simbólicas han reactivado un conflicto latente que gira en torno a la soberanía de Ceuta, Melilla y los peñones españoles del norte de África. En el centro de la tormenta vuelve a estar el islote de Perejil, un peñasco deshabitado frente a las costas de Tánger, pero con alto valor geoestratégico y simbólico.
El último movimiento de Marruecos ha sido la reactivación del Comité para la Defensa de las Causas del Reino, anteriormente conocido como Comité para la Liberación de Melilla y Ceuta, con sede en Castillejos, colindante a esta última ciudad. Este grupo nacionalista, con conexiones directas con los servicios de inteligencia marroquíes, anunció su intención de desembarcar el pasado 12 de julio en el islote de Perejil para celebrar su primera reunión simbólica. Aunque el intento fue frustrado —según ellos, por mal estado del mar—, el gesto no pasó desapercibido: exhibieron fotos con el islote de fondo y reiteraron su lealtad al rey Mohamed VI y su reclamación sobre los territorios bajo soberanía española.
Este acto de presión llega en un momento de enfriamiento diplomático, tras la asistencia del delegado del Frente Polisario al congreso del Partido Popular, lo que provocó una triple respuesta por parte de Rabat: el cierre de las aduanas comerciales en Ceuta y Melilla, el envío de una carta de exigencias políticas al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, y el renacer del comité pro-marroquí. A juicio de analistas consultados por medios como El Confidencial o El Independiente, se trata de una estrategia bien conocida: elevar la tensión en momentos de fractura interna o fragilidad política en España.
No es la primera vez que ocurre. En julio de 2002, Marruecos ocupó Perejil apenas dos años después de los disturbios racistas de El Ejido (Almería), cuando una oleada de violencia social coincidió con el asesinato de varias personas a manos de inmigrantes de origen magrebí. Algunos expertos advierten que lo sucedido recientemente en Torre Pacheco (Murcia) —con altercados entre grupos de ultraderecha y residentes marroquíes— podría estar siendo observado por Rabat como una nueva coyuntura aprovechable.
España responde con presencia militar
En paralelo, el Estado Mayor de la Defensa ha reforzado discretamente su despliegue en los peñones e islotes españoles del norte de África. Según EuropaSur, el buque de acción marítima Furor se ha situado en las inmediaciones del Peñón de Vélez de la Gomera, dentro de las operaciones de vigilancia marítima y disuasión. También se ha reforzado la presencia en la isla de Alborán, un enclave clave para el control del Mediterráneo occidental.
Fuentes militares consultadas por El Español señalan que estos despliegues son parte de la operativa habitual, pero admiten que “el simbolismo importa, y mucho, en estos territorios”. La presencia constante de la Armada actúa como “muro invisible” ante cualquier acción unilateral o provocación que pueda alterar el statu quo.
El intento frustrado de ocupar simbólicamente Perejil coincide, además, con el aniversario de la crisis de 2002, cuando España desplegó tropas especiales para desalojar a un pequeño destacamento marroquí que había izado su bandera en el islote. La reciente emisión de una miniserie documental sobre aquel episodio ha molestado profundamente a las autoridades marroquíes, que trataron de impedir su difusión en medios internacionales.
Una frontera que nunca duerme
A día de hoy, Perejil sigue estando deshabitada y carece de valor económico, pero su carga simbólica es potente. Marruecos lo utiliza como instrumento de presión cuando sus reclamaciones sobre Ceuta, Melilla o el Sáhara Occidental pierden terreno diplomático. Y España, aunque ha tratado de desdramatizar la situación, refuerza su presencia en la zona cada vez que se agitan las aguas.
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En este juego diplomático, los gestos simbólicos pueden tener consecuencias muy reales. Hoy, la bandera marroquí no ondea en Perejil. Pero el simple hecho de intentar colocarla —o de amenazar con hacerlo— reabre una herida que nunca terminó de cerrarse. El Estrecho, de nuevo, se tensa. Y la historia reciente demuestra que no se trata de gestos inocuos.
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